«Los otros» de la política
«España tiene un serio problema con la partitocracia y lo vivido estos días no es sino una expresión descarnada de ello»
Hacía ya tiempo que los ciudadanos contemplábamos estupefactos lo que estaba sucediendo en el PP. Tienes en tus filas a una candidata adorada por gran parte de la ciudadanía y a la que votan desde el centroizquierda hasta Vox; una presidenta que, en lo peor de la pandemia, la gente acaba relacionando con la buena gestión y, sobre todo, con la libertad y la alegría de vivir; una mujer que se percibe como valiente y capaz de plantar cara al presidente menos votado de la historia de España, ese que para poder gobernar ha vendido no ya su alma -que eso es cosa suya- sino la de todos los españoles a los separatistas que intentaron dar un golpe de Estado y a los filoetarras que organizan actos de bienvenida a terroristas sangrientos; tienes, en fin, todo eso en tu propia casa y en lugar de dedicarte a hacer oposición al Gobierno que cerró inconstitucionalmente el Congreso, te dedicas a intentar romperle las piernas a tu caballo ganador. Todo lo contemplábamos, como digo, con incredulidad, pero eso no era nada comparado con lo que estamos presenciando en los últimos días. Cuando sucedió lo de la moción de censura de Murcia pensé que era imposible concebir una mayor torpeza política. Me equivoqué.
Pablo Casado señaló públicamente y sin pruebas a Isabel Díaz Ayuso, que no está ni investigada, y consiguió que no se hablara, por ejemplo, de la imputación de Ada Colau por regar con dinero público y subvenciones a chiringuitos amigos. Porque esa es otra: llevamos días hablando de un supuesto delito que según la Fiscalía tiene entre «poca» o «muy poca» trascendencia penal mientras que dicha alcaldesa, la presidenta del Parlamento y el consejero de Educación de Cataluña, la alcaldesa de L’Hospitalet y Presidenta de la Diputación de Barcelona, la alcaldesa de Móstoles y el hermano de Ximo Puig están imputados. Y esto ha sido la tumba de Casado.
En todo caso, lo vivido en las últimas semanas ha servido para que salgan a la luz una serie de personajillos que están en todos los partidos –los Caseros y Carromeros de turno-, esos segundones a los que normalmente la gente no conoce, pero que tienen mucho más poder de decisión que cualquiera de las caras visibles de los políticos que se comen todos los marrones de su partido, la más de las veces sin ninguna responsabilidad sobre ellos.
Estos personajes suelen carecer de carisma y de habilidades políticas (política de la buena, quiero decir, de la que está al servicio de la polis; no de la política chusca del mangoneo, que en eso tienen todos cum laude) y supongo que por este motivo no suelen ser conocidos, aunque en muchas ocasiones tienen cargos públicos. Cargos de los que cobran, pero no por trabajar para la ciudadanía, sino porque a los partidos les interesa tener a esas personas liberadas para poder encargarse de lo que de verdad les importa: sus intrigas palaciegas. Y aunque no siempre tienen cargos públicos, siempre tienen cargos orgánicos. Da igual que no estén dotados para ellos, porque esa no es su función principal sino tener el partido alineado al gusto de los que mandan. Yo he podido ver, por ejemplo, a un secretario de Comunicación (sí, repito, de Comunicación) incapaz de poner las tildes y las comas en su sitio. O asesoras sin ningún tipo de titulación y que se autopresentan como «expertas», obviando el pequeño detalle de que si eres experta, ha de ser en algo y ese algo se debe especificar. Cargos públicos o cargos de confianza, pero de una manera o de otra, todos cobran de nuestros impuestos y nadie fiscaliza sus actuaciones.
Otra de las ocupaciones que se les suele asignar a estos personajes es la de Jefe de Gabinete de presidentes de grupo en ayuntamientos importantes. Una se imaginaría que el jefe de gabinete es alguien con una exquisita preparación para poder guiar las actuaciones políticas de la mejor manera posible y que, además, tiene una relación de confianza y sintonía con su presidente. Pero eso no es necesariamente así. Ese jefe de gabinete le puede ser impuesto por el partido a, por ejemplo, una presidenta de grupo municipal para tener el control sobre todas sus actuaciones y sentidos de voto. De esta manera, es fácil que surja la incomodidad y el hartazgo en una persona que debe dar la cara ante sus ciudadanos mientras en su cabeza suena Patty Bravo cantando «tu mi fai girar, tu mi fai girar / come fossi una bambola».
Y es que como digo, estos personajillos suelen tener un poder enorme dentro de los partidos y lo mismo te montan una moción de censura que se cargan unas primarias en las que la candidata ha ganado con casi el 87% de los votos. Todo esto sin tener que dar la cara ante los votantes y con gabinete propio, secretaria y tarjeta de gastos a cargo del partido. Un chollazo, oigan. A esto le añaden unas prácticas y unas maneras que ríete tú de Los Soprano y tenemos ahí cómo se degrada cada día un poco más la vida política y cómo consiguen que muchas personas válidas huyan de ella y los votantes, de las urnas.
España tiene un serio problema con la partitocracia y lo vivido estos días no es sino una expresión descarnada de ello. Urge un cambio en el sistema electoral para que los ciudadanos sientan que su voto sirve para algo y urge un sistema de listas abiertas en las que cada diputado se responsabilice de su trabajo y pueda ser premiado o castigado por los electores en base a ello. Creo que a todos nos pasa que nos gustan políticos de diferentes ideologías y nos encantaría poder premiar la gestión y la eficiencia por encima de los partidos. En las elecciones catalanas, casi la mitad de los ciudadanos se quedaron en sus casas. O acercan la política a los votantes o estos la abandonarán definitivamente.