THE OBJECTIVE
Teodoro León Gross

Ucrania: la hora estelar de los populistas

«Rusia no se propone instaurar un nuevo orden mundial. Más bien está escenificando ese nuevo orden mundial»

Opinión
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Ucrania: la hora estelar de los populistas

Protesta contra la invasión rusa a Ucrania, en Los Ángeles (EEUU). | Patrick T. Fallon (AFP)

Que Putin haya llegado a ser un icono pop de la memecracia tal vez explique algunas cosas. No es el primer tirano que suscita esa fascinación, incluso sin cabalgad as míticas sobre un oso con el torso desnudo. Aunque aún no se conoce como memezcracia, esa fascinación por el sátrapa ruso, un liberticida sin escrúpulos que sojuzga Rusia con puño de hierro, delata bien que el mayor problema en las sociedades occidentales está en sus niveles considerables de gilipollez. Neil Postman, ante los efectos perturbadores de la sociedad del espectáculo en la cultura democrática, ya se preguntaba: «¿De qué nos reímos y en qué momento dejamos de pensar?». De no ser así, ciertas cosas resultarían impensables.

Vox no se decidió a condenar lo sucedido hasta las 11:41, muchas horas después de que hubiese comenzado la invasión militar de Ucrania. Como Orbán o Salvini, han coqueteado con ese tirano ultranacionalista bajo la inspiración de Alexander Duguin, considerado por Foreign Affairs como «el cerebro de Putin» –no es un oxímoron, mal que nos pese– y al que se vincula con la literatura populista de la conspiración e incluso con la financiación de los partidos emergentes de la extrema derecha europea. Los líderes de Vox, y no todos, se limitaron a retuitear un mensaje formal, probablemente tras algunos cálculos de riesgo, y solo más tarde tiraron de Venezuela y Cuba. En la extrema izquierda, como en la extrema derecha, también fueron a regañadientes a los mensajes de condena contra la acción de ese Lenin redivivo, después de su bobalicona exhibición del «no a la guerra» semanas atrás engrasando el «sí a la guerra». Todavía ayer en IU se esforzaban en sugerir que «la OTAN es un factor de desestabilización» y finalmente todo esto es culpa de EEUU y sus provocaciones, incluso hasta teorizar que se trata de una maniobra de la Casa Blanca para mantener a Europa bajo su control añadiendo la dependencia energética. El nacionalismo catalán, por cierto, también abrevó en Putin.

No es casualidad que en los extremos se produzca esa coincidencia, con ficciones populistas, cada cual a su medida. Es todo de una tosquedad absurda. Al menos la vieja desinformatsiya resultaba sofisticada, e incluso había algo sustancialmente sutil en el agit-prop aun con técnicas no exentas de la brocha gorda. Ahora el portavoz del Kremlin anuncia que es urgente hacer una «limpieza de nazis en Ucrania». ¡Qué más da que Zelenski sea judío y que su familia peleara contra Hitler! El propio Putin hablaba de «una operación militar especial para desmilitarizar y desnazificar Ucrania» –la Ley de Godwin eleva al paroxismo chusco– y se presentaba como libertador del conflicto provocado por él mismo. Ni siquiera la menor molestia en dar un ápice de consistencia o verosimilitud. Denominarlo fake news es casi balsámico, pero desde luego ahí está el efecto de la posverdad a gran escala. No es casualidad que Trump cabalgase esa clase de populismo hasta concluir en la invasión del Capitolio, y es previsible un Trump II Parte.

Rusia no se propone instaurar un nuevo orden mundial. Más bien está escenificando ese nuevo orden mundial. Esto no es un capítulo final de la Guerra Fría –que por demás se selló con la Carta de París en 1990– sino el repliegue moral de las democracias occidentales en una guerra que tienen perdida. Estados Unidos, después de la sonrojante salida de Afganistán, ha demostrado que su Inteligencia carbura, pero no cabe esperar de ellos más que la geopolítica del Monopoly; en tanto la Unión Europea expresa, con admirable pesadumbre, que está deeply concerned. Putin, en cambio, sí que va a la guerra a defender sus valores, para entusiasmo de quienes llevan años viendo como las democracias envejecidas van plegándose a las tentaciones iliberales.

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