Nuestros hijos de Putin
«La mayoría de estos hippies que cantan no a la guerra son antisistema por no haber podido amancebarse a tiempo»
El acratilla se manifiesta contra la OTAN y no le conviene nada el nuevo orden mundial que anuncia Putin, con sus tanques a las puertas de Kiev. A nadie le conviene tener como aliados a países gamberros con complejos territoriales. Tampoco a la juventud cheli le conviene la caída de Occidente, de La Familia, de los padres de los cuales siguen algunos viviendo. Porque la mayoría de estos hippies que cantan no a la guerra son antisistema por no haber podido amancebarse a tiempo.
Las manifas contra la guerra, así en abstracto, se mezclan con las protestas anti OTAN y la fascinación con Putin. También, sin embargo, con ese espíritu un poco basto que les caracteriza te pueden decir que están adscritos a todas las causas rebeldes del siglo pasado. Y es que todas estas revoluciones son de palo. Es idealismo, es buenismo… y acaba derivando en hipocresía y dogma, en un mejunje de románticos, arribistas, moralistas y gente que parece sacada de Cuarto Milenio. Piensan a expensas de la realidad, y alguno cree que Putin es un extraterrestre, al igual que la reina de Inglaterra.
Vivimos en sociedades cristalizadas, y ya en tiempos de la movida madrileña alguno tenía fritas las neuronas. La juventud ácrata inspiró a partidos como Izquierda Unida y se han quedado ahí, como congelados en la nave del tiempo, o como dice Víctor Lenore, «en un delirio igual de gordo». Tendemos cumbre de la OTAN en junio y contracumbre, y veremos mucha gente cabreada y con moscas en el pelo. En el fondo lo preocupante es lo que se esconde: un profundo resentimiento hacia la democracia liberal. Y paradójicamente solo en medio de una ordenada y liberal sociedad democrática puede el radical lanzar esos eslóganes de espíritu tosco con un toque cursi, del tipo «el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos» o «haz el amor y no la guerra», o lo que sea.
Llega el día en que el acratilla se cansa de vivir en un delicioso filo de irrealidad o la vida le espabila de un bofetón y ahí se queda instalado en un socialismo suave
La ética que no toma en cuenta el carácter trágico de la realidad, además de permanecer anclada en una serie de presupuestos estériles, es irrelevante y dogmática. Es un proyecto sugestivo de vida que suele acabar en otro tipo de ingenuidad, o sea acaban cayendo en el socialismo. Llega el día en que el acratilla se cansa de vivir en un delicioso filo de irrealidad o la vida le espabila de un bofetón y ahí se queda instalado en un socialismo suave, sin despertar del todo. Sigue habiendo mucha hipocresía, pero es más tolerable para los que le rodean.
No conozco el sabor de la rebeldía de las buenas causas porque nunca me creía los eslóganes del todo, el activismo me parecía un teatrito que apartaba con cuidado los detalles prosaicos del mundo real. Otro tipo de idealista instalado en un mundo paralelo es el político que hoy gobierna Europa. Amenazar a Rusia diciendo que dejará a los chicos sin Eurovisión es como un chiste malo. Los tanques rusos están a las puertas de Kiev y aquí tenemos en el Gobierno a gente que nos explica como debemos limpiar los tuppers, y dice cosas como que la paz será vegana o no será. Los revolucionarios ya tampoco son lo que eran. Entre la revolución y el tupper hay un corto camino, aburrido y predecible. La gran paradoja es que los que más se manifiestan contra el sistema y el orden son los que menos toleran el desorden en casa. La mamá es la que cocina porque hacer la revolución es algo que produce mucho cansancio, y a nadie le interesa quedarse sin tupper. Ahora sabemos que la revuelta contra el viejo orden mundial en realidad es una revuelta contra el desorden. Es lógico, pues solo la perpetuación del orden, la comodidad y el confort nos permite vivir desordenadamente y hacer la revolución de las sonrisas.