La pesadilla de Brzezinski
«El verdadero peligro radica ahora en que Rusia opte por aplicar sanciones económicas contra la Unión Europea, no al revés»
Así llaman en Estados Unidos al peor de los escenarios posibles que imaginó para los intereses estratégicos de la Norteamérica posterior a la caída del Muro el más veterano de los asesores de seguridad de la Casa Blanca en tiempos de la Guerra Fría, el ya difunto Zbigniew Brzezinski. Un mal sueño, aquel tan suyo, en el que Rusia y China, tras arrojar al baúl de los trastos inútiles los últimos restos de la herrumbrosa antigualla del marxismo-leninismo, se aliarían no por el hecho de compartir ideológica alguna, sino por el beneficio mutuo derivado de unir fuerzas en defensa de sus posiciones respectivas frente a los «agravios complementarios» procedentes de Occidente. Una novísima alianza en la que se deberían invertir los respectivos papeles que ambos socios ocuparon en el pasado, al adoptar el liderazgo de la coalición China, restando en un segundo plano, el del seguidor, la Federación Rusa.
Brzezinski murió en 2017, a los 89 años. Así que no ha podido leer el artículo que otro geoestratega célebre, Robert Kagan, publicó en The Washington Post muy pocas horas después de que los tanques rusos cruzasen la frontera, análisis de urgencia en el que una de las principales cabezas pensantes de Estados Unidos en materia internacional viene a rememorar aquella vieja pesadilla. Una reflexión esencialmente pesimista, esa de Kagan, pensador lúcido que no se deja arrastrar por la tan extendida fantasía de un Occidente dominador en el tablero mundial y muy superior económica, tecnológica y militarmente al eje ruso-chino, en la que subraya la ventana de oportunidad que el golpe en el tablero de Moscú ofrece en bandeja a Pekín para tratar, a su vez, de romper el equilibrio estratégico en Asia, siempre con la vista puesta en Taiwán. Rusia sin Ucrania, recuerda Kagan, era algo así como Burkina Faso con un arsenal nuclear de misiles de alcance medio. Con Ucrania bajo su dominio, en cambio, esos cohetes se desplazarían hasta la frontera misma de Polonia, esto es, de la Unión Europea. Nada que ver. Otro mundo. Y Ucrania toda ya casi está bajo su dominio pleno mientras redacto estas líneas.
Obnubiladas por eso a lo que otro anglosajón en extremo lúcido, John Gray, suele referirse como la «charlatanería de la globalización», las élites dirigentes de Occidente han transitado, y sin solución de continuidad, de la creencia infundada en la tesis del final de la Historia, con la extensión universal de los principios de la da democracia liberal y su corolario económico, la ideología del libre mercado, al conjunto del planeta, la célebre quimera de Fukuyama, a la doctrina, en este momento dominante, del retorno a la Guerra Fría. Pero como el propio Grey sostiene, lo que ahora mismo contemplamos nada tiene que ver con la Guerra Fría. Bien al contrario, si a algo recuerda el nuevo escenario es al orden internacional propio del siglo XIX, no al de la segunda mitad del XX. Frente a la simple bipolaridad ubicua, un teatro de operaciones mucho más complejo, poliédrico y caracterizado por la presencia simultánea de múltiples actores regionales (Rusia, China, India, Irán, Pakistán…) con capacidad autónoma a fin de establecer sus propias áreas particulares de influencia. La falsa percepción de la hiperhegemonía de Occidente posterior al derrumbe del comunismo era solo eso, una falsa percepción.
Pero es que tampoco en el frente económico cabe hacerse demasiadas ilusiones punitivas. Y es que el verdadero peligro radica ahora en que Rusia opte por aplicar sanciones económicas contra la Unión Europea, no al revés. A esos efectos, resulta simplemente ridículo que se presente como una sanción extraordinaria el excluir a Rusia de ciertos usos comerciales de un software internacional de pagos, el sistema Swift, cuando el Kremlin controla la llave maestra de los suministros críticos de gas de los que depende el funcionamiento del corazón económico de Europa, con Alemania a la cabeza. Bastaría con que Putin moviese un dedo para que la industria entera de Alemania quedase paralizada en menos de 48 horas.
Y después viene lo que Larry Summers, el que fuera secretario del Tesoro con Clinton, bautizó como el «equilibrio financiero del terror», algo que también cuenta, y mucho, en esta partida a varias bandas. Porque, al igual que ya ocurría en tiempos de Clinton, el mayor tenedor mundial de la deuda pública norteamericana resulta ser el Banco Nacional de la República Popular China. Lo que significa que Xi Jinping podría en cualquier instante provocar un terremoto de consecuencias incalculables en la economía americana por la simple vía de realizar ventas masivas de su cartera de títulos soberanos de ese país, algo que conllevaría el hundimiento repentino del dólar. Fukuyama andaba muy equivocado: la Historia no estaba muerta, estaba de parranda.