Vox se frota las manos
«El gran beneficiado por el nombramiento de Feijóo va a ser Vox»
El gran beneficiado por el nombramiento de Feijóo va a ser Vox. El gallego llega a la presidencia del PP para volver a la etapa marianista, a la del centrismo tecnocrático, a la economía como único campo de batalla. Esto va a suponer que se diga adiós a la posibilidad de dar la batalla de las ideas contra la hegemonía progresista, y que se tienda una mano a los nacionalistas. De hecho, el PNV está muy satisfecho con la posibilidad de que Feijóo se ponga al mando.
Esto no es un ataque a la más que posible nueva dirección del PP. Es una realidad. Se va a pactar la composición del CGPJ, culminando de esta manera la colonización del poder judicial que tanto ansiaba el sanchismo. Entre dar rienda suelta al totalitarismo de la izquierda y forjarse una imagen moderada para los medios de comunicación progresistas, los de Feijóo no dudarán ni un instante.
Lo adornarán de eso tan dañino que se llama «sentido de Estado», como si el Estado estuviera por encima de la democracia, los derechos individuales o la separación de poderes. «Sin libertad no hay patria», decía el liberal Flórez Estrada desde el exilio. Hoy, los liberales del PP callan. Es lógico. Hay que colocarse, esperar que se muevan las fichas y luego adoptar un papel. Weber hablaba de «servidores del príncipe», en referencia a los que tomaban la política como profesión siguiendo un ideal de vida y otros para ganarse la vida. De todo hay.
Al fondo, Vox se frota las manos. Estos no se van a callar, aunque tienen poco de liberales, como vimos en la reunión de jerifaltes de la derecha populista europea que convocó Abascal hace bien poco. No hace falta recordar que sus ideólogos defienden el «patriotismo social», que pasa por un Estado protector omnipresente que dirija la reconstrucción de la comunidad nacional, que está en decadencia por el progresismo y sus secuaces de la derecha cobarde.
El panorama que se le presenta a Vox es el que soñaban sus estrategas. Por un lado, tienen un Gobierno en manos de socialcomunistas, aliados con quienes quieren romper España, su unidad histórica, tradición y sentimiento. Estos, además, ponen en marcha justo aquello que, en su opinión, contamina la comunidad nacional: la inmigración descontrolada y el feminismo vengativo que rompe la familia, promueve el aborto, y ha convertido a la mujer en el primer sexo, como escribió Zemmour. Todo esto, claro está, con el auxilio de los medios, el entramado cultural y el sistema educativo.
A esto se suma el ecologismo vegano de la progresía, que castiga la vida cotidiana para imponer normas de pijos. Con esto Vox tiene el discurso hecho contra lo que llaman «dictadura progre». Es ahí donde da la batalla de la propaganda en el ámbito político-cultural. La defensa de la tradición es mucho más realista que la imposición de ensoñaciones dogmáticas desde el Gobierno. Vox tiene este discurso muy bien construido, y lo ha explotado con eficacia desde 2018, con motivo de las elecciones andaluzas. Ha conseguido que la gente vote la marca con independencia del candidato, como ha pasado en Castilla y León, donde solo los muy informados conocían a García Gallardo.
El paraíso bélico de Vox se completa con un PP que ha decidido tirar las armas como Vercingetorix a los pies de César, para dedicarse a otra cosa. Abascal y los suyos crecieron ocupando el vacío que los populares dejaron en el campo ideológico. Durante la etapa de Mariano Rajoy el PP no solo abandonó a los liberales y a los conservadores, sino que los despreció. Ahí apareció Vox con un estilo populista y una retórica nacionalista. Los de Abascal forjaron un discurso a la contra, muy duro contra el PSOE y el PP, hasta el punto de que hablaban de «PPSOE».
Vox aprovechó muy bien lo que Alan de Benoist llama «momento populista»: esa circunstancia de descrédito de la clase política y de su paradigma que genera desafección y necesidad de encontrar un pastor que dirija la rabia, incluso más allá de la izquierda y la derecha.
La quiebra de Ciudadanos en 2017 por la huída de Cataluña tras ganar las elecciones autonómicas dejó a Vox sin competencia ideológica, y fue entonces cuando subió como la espuma. Se convirtió en el partido refugio de los descontentos que reclamaban batalla contra el progresismo y el nacionalismo.
Casado llegó a la presidencia del PP en julio de 2018 con un discurso liberal conservador, dispuesto a dar la batalla de las ideas, enfrentarse a la izquierda y a los separatistas. Era la «España de los balcones», de las Cayetanas, de las caceroladas contra el Gobierno, del antisanchismo a destajo, de la Plaza de Colón, o de la preservación de la independencia del poder judicial. Todo se fue por el sumidero por la mezquindad interna, la falta de respeto a los dirigentes territoriales, y la mala ejecución de la estrategia.
Ahora va a desembarcar Feijóo con su marianismo redivivo, enarbolando tablas de excel y gráficos de barras, comités de expertos y discursos moderados, alardeando de acercamientos a Sánchez. Todo volverá a su casilla de salida, cuando apareció Vox, aunque estando el partido de Abascal mucho más musculado. Es como rejuvenecer sin ganas.