Refugiados catalanes
«Salen de Cataluña las empresas y bancos, pero también el talento creativo»
«Es el barrio más bonito de Europa en la mejor ciudad del mundo», pensé mientras paseaba por el Ensanche de Barcelona. «¿Por qué no te instalas aquí definitivamente, por qué vas de un lado para otro?», me preguntó el Pepito Grillo que ronda por mi cabeza en días de añoranza. Lo mismo les pasa a los miles de catalanes que andan por el mundo y se instalan en Madrid o en otros lugares de la Península ibérica. Tienen sus motivos: oportunidades laborales, estabilidad política, menor carga fiscal, seguridad jurídica para sus inversiones, respeto a la cultura en castellano y en cualquier lengua… O simplemente, aunque de eso se habla menos, para huir del agotamiento causado por el procés hacia la independencia. Salen de Cataluña las empresas y bancos, pero también el talento creativo.
A partir de la crisis de 2008 empezó la cuesta abajo. Ya en 2019 Cataluña dejó de ser la primera autonomía española por PIB nominal. Se colocó en segundo lugar, por detrás de Madrid. Hoy es la cuarta economía en PIB per cápita, superada por Madrid, Euskadi y Navarra, y con Aragón a la rueda.
A pesar de los deficientes datos macroeconómicos de la última década, más dedicada a exigir separaciones que a gobernar, cuando camino por mi ciudad natal me olvido de todo, incluso de los abanderados del «lo volveremos a hacer». Hace unos días asistí en el barrio de Gràcia a la inauguración de una nueva editorial. Escuché al director de Navona, Ernest Folch, un hombre inteligente y con mucha experiencia a sus espaldas. Explicó que iban a editar «en catalán, en castellano o en ambas lenguas» sin dar más explicaciones ni pedir disculpas, dando por hecho que todos los presentes -independentistas, catalanistas, constitucionalistas, socialistas o liberales- entenderíamos la decisión.
La entendimos y me sentí reconfortada. Es lo que siempre se ha hecho en Barcelona, editar en los dos idiomas que, desde el siglo XV, son propias de su literatura. Por eso mismo, porque admiraba el talento en cualquier lengua, la gran agente literaria Carmen Balcells convirtió a esta ciudad, durante los 70, en centro de difusión de la literatura latinoamericana. Aquí vivieron Vargas Llosa, García Márquez y tantos otros. Por eso instalaron sus sedes en esta ciudad las más importantes editoriales.
Puede haber un receso, pero el interminable «proceso» independentista no ha acabado. Son demasiados quienes viven de acercarse al poder, a sus subvenciones y empleos. Necesitan seguir y para arrancar votos hay que ondear banderas, crear falacias por gruesas que sean. «Hay una agresión exterior por un Estado que quiere imponerse con tentaciones autoritarias. En nuestro caso, tres cuartos de lo mismo», ha afirmado Oriol Junqueras, el líder de ERC . Si quería ofender a España, en realidad le salió un grosero insulto al sufrimiento del pueblo ucraniano, bombardeado día y noche.
Convertir a los ciudadanos del resto de España en enemigos es un boomerang que se vuelve en contra del independentismo. Sean jóvenes, autónomos, asalariados o pensionistas, los catalanes no entienden, entre otras cosas, por qué sufren la carga impositiva más alta de España. Ante esta creciente ola de quejas, la Generalitat ruega a Madrid que los tributos se unifiquen en todo el Estado. Aquí sí, los independentistas quieren que toda España sea igual.
A partir de 2017, cuando el referéndum unilateral hizo saltar por los aires la seguridad jurídica, los bancos dieron la voz de alarma. Debían proteger a sus clientes y asegurarse la protección del Banco Central Europeo. La situación económica -unida a la inestabilidad creada por el procés– sigue haciendo que empresarios, cada vez más pequeños, salgan de Cataluña y coloquen sus negocios en Madrid, Valencia o Zaragoza. El Govern, en el último lustro, ha seguido aumentado la tributación a través de los impuestos cedidos a la propia autonomía catalana. No, la fuga no es culpa de Madrid. Recordemos la histórica tendencia de los ricos del Principado a abrir cuentas en Andorra, a seguir el ejemplo de la procesada familia Pujol.
Pero ni mucho menos todos los refugiados catalanes son empresarios. Hay músicos, actores, guionistas, periodistas, economistas, gente de muy diversas profesiones. Asalariados o autónomos. Han acabado hartos de ser el «botifler» de la tertulia de TV3, el españolista en la cena de Navidad, el director de escena que habla castellano o el antipatriota de las reuniones de trabajo. Viven en Madrid unos 100.000 catalanes. Siempre ha habido mucho intercambio entre ambas ciudades. El Puente Aéreo y el AVE fueron consecuencia necesaria de la enorme relación entre esas grandes urbes españolas. Los desplazados de antes volvían a casa en el día o para el fin de semana, ahora se quedan en la capital. ¿Acabarán retornando? Solo si quienes gobiernan la Generalitat se deciden a ser respetuosos con todos los ciudadanos. Dejen de soñar con tanques. España no es Rusia. Y Sánchez no es Putin.