Una crónica malagueña
«Dijo Cartarescu que la guerra de Putin es contra cada uno de nosotros, y Vargas Llosa aplaudió como un senador romano que ha vivido todas las guerras»
La noche del miércoles se inauguró el Primer Festival de Literatura organizado por la cátedra Vargas Llosa en la ciudad de Málaga, bajo el título de «Escribidores: América y Europa». Sobre el escenario, Mircea Cartarescu y Mario Vargas Llosa. Como presencia en la atmósfera, la guerra de Ucrania. Como protagonista, la literatura. Y la conversación entre ambos novelistas, introducida por Mercedes Monmany, sí que fue un verdadero festival.
Cartarescu, que ha leído toda la obra de Vargas Llosa y admira al escritor peruano, habló de La Guerra del Fin del Mundo como un libro visionario que está ocurriendo ahora y de ahí pasaron a la censura porque en la Rumanía comunista –donde hasta los libros de cocina, contó, aparecían con cinco o seis páginas censuradas–, el traductor de la novela iberoamericana tenía habilidosos contactos que le permitían publicar las novelas del Boom sin una sola línea mutilada. Ahí fue, en la niebla de Bucarest, donde Mircea Cartarescu leyó a Vargas Llosa y a otros escritores americanos, un continente, dijo, poseído por la magia y relatado a través de la magia. Vargas Llosa contó los absurdos derivados del sistema como quien cuenta un relato de humor, tintado más de Beckett que de Kafka.
Pero en el escenario había dos modos de vivir la escritura: por un lado la inspiración como método de un poeta convertido en novelista (Cartarescu); por otro, el oficio y la imaginación del narrador flaubertiano (Vargas Llosa). Y era estupendo observar el interés de uno por el trabajo del otro y el respeto de este por el trabajo de aquel, tan diferentes en origen. Vargas Llosa reivindicó una vez más la orgía perpetua de la escritura de Flaubert, esgrimiendo Madame Bovary –«siempre quise escribir así y supe que este era mi camino»– y su maravillosa correspondencia como algo más que una escuela de escritura. Cartarescu comentó que Flaubert no era uno, sino varios: «Hay un Flaubert por cada una de sus novelas, tan diferentes entre sí», dijo, y contó –«usted no me creerá, señor Vargas Llosa, nadie lo hace»– que nunca sabe lo que va a escribir porque no planea ni conoce su objetivo: «Leo la página escrita el día anterior y comienzo la nueva como si rascara el papel y bajo su pátina apareciera la escritura ya hecha, que no depende de mi conciencia sino de algo superior que la domina y yo sólo soy un diminuto jockey sobre un caballo a la carrera».
Y era curioso observar cémo en esa técnica del palimpsesto imaginario se hallaba el poeta que Mircea Cartarescu abandonó a los 30 años –Impedimenta ha publicado hace poco su Poesía esencial, una antología– y la novela era el lugar de encuentro con un escritor –Mario Vargas Llosa– que viene de Cervantes y Shakespeare y Dickens y Conrad y Balzac y halla su quintaesencia en Flaubert desde los días de su juventud. La escritura inspirada y el oficio de escribir frente a frente, complementándose. Y era fascinante, también, observar la devoción de un novelista de 85 años por las técnicas narrativas de otro veinte años menor: la eterna curiosidad de Vargas Llosa por los modos de la creación literaria, su pasión por la literatura. Y la de Cartarescu explicando su atracción por ¿Quien mató a Palomino Molero? y relacionándola metafóricamente con los niños muertos de Ucrania ahora.
Ucrania, que ya dije estaba en la atmósfera como el aleteo de un murciélago en la oscuridad. El esplendor de la literatura y la pasión por ella mandaron durante todo el encuentro, pero al fondo, ahí agazapado, el horror del poder cuando se desata, que tan bien ha retratado en sus novelas –desde La ciudad y los perros a La fiesta del chivo– Vargas Llosa y que ahora aplasta con sus tanques el centro de Europa. Y ahí cerró la conversación Cartarescu hablando de que los combatientes ucranianos no defienden sólo su país, sino a cada uno de nosotros y a cada pájaro y cada brizna de hierba y recordó cómo un brutal ejército de esclavos logró que griegos y espartanos se unieran. Y aunque sucumbieran en las Termópilas, dijo, luego vinieron Salamina, Maratón, Platea y todas las batallas que defendieron la libertad frente al tirano persa.
«Como ahora», añadió Cartarescu, «que la guerra de Putin es contra cada uno de nosotros», y Mario Vargas Llosa aplaudió como un senador romano que ha vivido todas las guerras, pero que aún posee el entusiasmo de quien cree en la libertad por encima de todas las cosas. Para escribir y para vivir, cuando uno y otro son lo mismo.