El ejemplo de un héroe
«Zelensky es el hombre de nuestro tiempo. Muchos no hemos conocido nunca a alguien de semejante valor y autenticidad»
Hay varias generaciones ya que no han conocido más héroes que los de las series de televisión. El heroísmo estaba, no sólo devaluado, sino desprestigiado. Sonaba como algo primitivo, antiguo, muy militarote, un poco facha; recibían más crédito la astucia y el cinismo que el heroísmo. Incluso la desvergüenza cotizaba hasta hace poco más alto. Ha bastado la aparición en el escenario de un héroe real, de carne y hueso, para liquidar toda esa patraña, poner las cosas en su sitio y situar a cada cual ante el espejo de su conciencia y su verdad.
Volodimir Zelensky es el hombre de nuestro tiempo. Muchos no hemos conocido nunca a alguien de semejante valor y autenticidad. Seguramente, pasarán décadas hasta que conozcamos a otro. Es cierto que las circunstancias históricas le exigían un comportamiento así, pero es fácil pensar en otros muchos políticos que habrían buscado salidas menos arriesgadas. De hecho, lo primero que hizo Estados Unidos al desatarse la guerra, conforme a lo acostumbrado y lo previsible en estos casos, fue ofrecerle una vía de escape del país.
Pero Zelensky decidió quedarse y coger un fusil para defender a su país o morir con él. Y eso lo cambió todo. A partir de ahí, cada uno de los involucrados observó la realidad con otra mirada. Los ucranianos, espoleados por su líder, se crecieron. Los rusos, asustados por la potencia moral del enemigo, se encogieron. Quienes influyen en el conflicto desde fuera decidieron escuchar a su corazón. El cerebro les había recomendado primero prudencia, discreción. Pero la noche que Zelensky se presentó por pantalla ante los dirigentes europeos y les advirtió que tal vez esa era la última vez que le veían con vida, las emociones se desataron como sólo un héroe es capaz de hacer. Los burócratas se convirtieron en activistas. En pocas horas se fueron sucediendo medidas que hubiera costado años aprobar. Los países más sólidos, como Alemania, corregían en minutos políticas asentadas durante lustros. Hasta la ONU era capaz de interrumpir la plácida siesta de sus embajadores para obtener una votación histórica de condena a Rusia.
El heroísmo de Zelensky había trazado una línea que separaba con nitidez el bien del mal, y, ante eso, la gente decente tuvo inmediatamente claro dónde situarse. Otros no, otros tardaron más. El heroísmo de Zelensky, legitimado con la sangre de los ucranianos, la misma que él está dispuesto a derramar, acabó con la basura de la equidistancia geopolítica, puso en ridículo a los propagandistas de la amenaza de la OTAN y el imperialismo americano, dejó en evidencia a quienes por años han sido cómplices ideológicos del agresor. Bruscamente despertados de su letargo burgués por el coraje de Zelensky, unos, como Josep Borrell, sacaron al estadista que llevan dentro, mientras que otros se revolcaron en su propio lodazal con pretextos y denuncias cobardes.
He oído a algunos llamar a Zelensky imprudente o loco por pedir armas que conducirán a su pueblo a la muerte. Olvidan que no es él quien ha elegido ese destino, sino Putin, que él lo único que ha hecho es intentar que esa muerte no sea en vano, que sirva como ejemplo de la necesidad de defender la libertad frente a la tiranía, y quién sabe si también pueda servir finalmente para salvar a Ucrania y su independencia.
El heroísmo de Zelensky pasará a formar parte para siempre del acervo ético y la identidad europea y condicionará a partir de ahora nuestras actitudes y nuestras decisiones. Zelensky nos ha enseñado que el liderazgo importa y que es un error dejarlo en manos de demagogos y desalmados. La guerra nos ha recordado que la política es una cosa muy seria, que hay que ejercerla, no sólo con la formación adecuada, sino con vocación de servicio y de sacrificio extremo. Zelensky nos ha explicado la diferencia entre un patriota como él y un nacionalista como Putin. Nos ha mostrado lo fácil que es distinguir la verdad de la palabrería, nos ha descubierto el valor de lo auténtico frente a la artificialidad de la que hemos estado rodeados durante tantos años.
Ignoro cuánto puede prolongarse esta guerra -aunque sospecho que más de lo que ahora pronosticamos- y cuál será el destino de Zelensky, que hoy debe de ser un objetivo prioritario de las tropas rusas, pero, cualquiera que sea el futuro, el ejemplo de este hombre ya nos ha transformado. Dudo que muchos de los que nos han engañado este tiempo de atrás con su progresismo hipócrita y su bravuconería de cartón-piedra sobrevivan políticamente a este terremoto moral. Dudo que quienes siembran el odio encuentren un terreno tan favorable como hasta ahora. Confío en que el ejemplo de Zelensky iluminará de alguna forma la política del futuro para darle la dignidad y la altura que ha perdido. No será fácil encontrar un Zelensky en cada país porque hombres así, como es lógico, no abundan. Pero podríamos conformarnos de momento con que, al menos, no nos gobiernen los enemigos de Zelensky.