THE OBJECTIVE
David Mejía

¡Es el nacionalismo, estúpido!

«Putin es un nacionalista, y de ese delirio emergen todos los males»

Opinión
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¡Es el nacionalismo, estúpido!

Vladímir Putin. | Reuters

Desde que comenzó la invasión, he asistido con cierta perplejidad al debate sobre las afinidades políticas de Vladimir Putin: «Le apoyan Cuba y Venezuela, ¡es un comunista!». «Pero sus aliados en Europa son los partidos de extrema derecha, ¡es un fascista!». «¡Imposible! Es un exagente de la KGB y un nostálgico de la URSS». «¡Pero qué dices! No hay país más capitalista que Rusia, donde los millonarios tributan al 13% y las desigualdades son obscenas»…Y así, hasta el infinito. El objetivo de la discusión, claro, no es entender las causas de la guerra, sino endosar a Putin al adversario nacional para estigmatizarlo: «Putin es de los tuyos». En fin, pobre Putin: tantos años trabajando para convertirse en un villano histórico para acabar de patata caliente en un debate doméstico.

La causa de la guerra no está en la ideología de Putin. Tampoco, por mucho que insistan algunos generales, en las tensiones geopolíticas de la Guerra Fría. La causa de la guerra, basta escuchar a Putin, está en sus creencias. Concretamente, en el sistema de creencias que alberga respecto al origen e implacable destino de la gran Rusia. Y esto no lo digo yo; lo dice él siempre que alguien está dispuesto a escucharle.

El 12 de julio de 2021 Putin publicó un texto titulado «Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos». En ella Putin insiste en que Ucrania y Rusia constituyen «un mismo espacio histórico y espiritual», y considera una tragedia el alejamiento que se ha producido en los últimos años. Ambos han cometido errores, pero los principales responsables son quienes buscan dividir la nación rusa y martirizar a su pueblo enfrentándolo.

Establecido el marco, Putin traza una genealogía nacional según la cual ucranianos, rusos y bielorrusos figuran como descendientes de la Antigua Rus, «el estado más grande de Europa». Habla de las invasiones de Batu Khan, de Alejandro Nevski, del Gran Duque Dmitri Ivánovich Donskói, de Vladislao II Jagellón, Gran Duque de Lituania y otros ilustres personajes. En su divagación insiste en que, en los años dorados, rusos del Este y del Oeste profesaban la misma fe ortodoxa y hablaban la misma lengua. Los dialectos emergieron después, como trágica consecuencia de la fragmentación política, que nunca fue una fragmentación nacional; el legado cultural de Rusia y Ucrania, dice, es compartido y dividirlo es un pecado; «Somos un solo pueblo». Desde este mantra, se pueden imaginar cómo justifica en el artículo acontecimientos más recientes, como la anexión de Crimea de 2014. La discusión sobre las raíces ideológicas del régimen de Putin es apasionante, pero no creo que nos ayude a entender lo que está sucediendo. Putin es un nacionalista, y de ese delirio emergen todos los males. Ansía tomar Ucrania por los mismos motivos por los que Hitler anexionó Austria en marzo de 1938 y Stalin invadió Finlandia en noviembre de 1939 y Polonia el mes anterior: ensueños nacionalistas, fantasías expansionistas y falsos agravios. La ideología no es tan determinante como la pulsión nacionalista. Por tanto, si vamos a jugar a utilizar la invasión de Ucrania para estigmatizar a los actores políticos locales, ¿qué tal si dejamos el eje izquierda-derecha y nos centramos en los nacionalistas?

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