Pedro Sánchez y la democracia cruda
Nadie se fía de Sánchez porque todo el mundo ha visto que solo está preocupado por salvar su pellejo: no le importa parecer ambiguo si es a cambio de mantener con vida su coalición de Gobierno
Suele ser habitual que cuando pasa algo importante en el mundo España esté a por uvas. Cuarenta años de aislamiento y dictadura nos alejaron de Europa y, aunque es verdad que con el paso del tiempo nos hemos vuelto muy europeístas, la realidad es que somos un pueblo bastante ajeno a lo que pasa por ahí fuera.
Si a eso añadimos que España se mantuvo al margen de las últimas guerras mundiales y que la actual democracia no es consecuencia de ninguna revolución ni de un doloroso derramamiento de sangre, entenderemos mejor por qué en nuestro país se aprecian poco cuestiones como la libertad, la separación de poderes o el Estado de Derecho.
Decía este domingo el profesor Benito Arruñada, columnista habitual de THE OBJECTIVE, que «para valorar la libertad hay que habérsela ganado». Y algo de razón hay en ello, pues España da sistemáticamente la impresión de que carece de cultura democrática, pues solo así se explica que el Gobierno haga determinadas cosas sin recibir ningún tipo de amonestación social. Es como si a nuestro país le faltase un hervor para estar a la altura de los vecinos, como si nuestra democracia estuviera en cierto modo cruda todavía.
Y esa tara se manifiesta, por supuesto, en nuestros líderes, que suelen carecer de principios sólidos. De ahí que como país hayamos dado un espectáculo bochornoso estos días, pues nuestro presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, titubeó demasiado tras la invasión de Ucrania. Lejos de tener clara una opinión respecto a lo que estaba pasando, Sánchez arrastró los pies mientras la Unión Europea adoptaba las primeras decisiones. Y prueba de ello es que España fue de los últimos países en cerrar su espacio aéreo a los aviones rusos y en decidir enviar armas al ejército ucraniano, después de haber insistido durante dos días que no se iba a hacer.
Eje anticuado
El problema de Sánchez es que no se ha enterado de qué va esto. Así, mientras casi toda Europa ha captado a la primera que esto es una guerra en donde un régimen autoritario está poniendo en riesgo nuestra forma de vida, el Gobierno de España interpreta el conflicto de Ucrania en términos de un desfasado eje izquierda-derecha, en el que Vladimir Putin estaría algo más próximo a la izquierda. Por eso Sánchez titubea y algunas de sus ministras podemitas ni siquiera disimulan.
Es algo parecido a lo que les sucede con Venezuela. La izquierda española, con la honrosa excepción de Felipe González y otros líderes coetáneos, simpatiza con Nicolás Maduro por el simple hecho de que su partido político lleva en sus siglas la palabra «socialista», sin importarles si su régimen es una democracia o una dictadura. Anteponen la ideología partidista a los principios democráticos. Ven al Gobierno venezolano como un aliado cuando deberían abominar de él por sus continuos atropellos de las libertades y de los derechos humanos.
Semejante posición canta demasiado a nivel internacional. España ha hecho el ridículo con el asunto de Ucrania y todos los países de nuestro entorno han tomado nota… una vez más. Esos titubeos se pagan. De hecho, Sánchez todavía paga a día de hoy la factura por sus flirteos con el chavismo en el ‘Delcygate’ y en Plus Ultra, y por eso, pese al cambio de inquilino en la Casa Blanca, no le llaman por teléfono ni por casualidad.
España es la cuarta potencia de la Eurozona y, sin embargo, no está pintando nada en la guerra. Estamos fuera de juego. Es lógico. Nadie se fía de Sánchez porque todo el mundo ha visto que solo está preocupado por salvar su pellejo: no le importa parecer ambiguo si es a cambio de mantener con vida su coalición de Gobierno. En cualquier país europeo ya habrían sido destituidas las ministras Irene Montero e Ione Belarra por sus reiteradas declaraciones a favor de la paz (léase que Putin arrase Ucrania sin oposición) y en contra de la OTAN. Sin embargo, España es diferente. Aquí todavía debemos aprender a valorar lo que tenemos y a ser conscientes de lo fácil que es perderlo.