Ayudar a Ucrania, sí, pero…
«Esgrimir argumentos geopolíticos mientras mueren inocentes es una indecencia. Como lo es aludir al desinterés colectivo hacia otras causas para negarse a ayudar a Ucrania»
El reproche social que provoca el apoyo a Putin queda compensado por la distinción que acompaña al disidente. Hay quien prefiere que lo llamen malo a dejar de sentirse especial. Pero no todos disienten del consenso en la misma dirección ni con la misma intensidad. Los menos son los abiertamente Putinófilos. Más numerosos son quienes, sin apoyar explícitamente a Putin, allanan el terreno a sus tanques llamando al desarme de la resistencia ucraniana. «¡No se puede entrar en guerra con una potencia nuclear!», dicen desde Podemos. Esto implica que cualquier país invadido por un país con arsenal nuclear debe rendirse inmediatamente y aceptar su condición de colonia. Evidentemente, no es un argumento, sino un trampantojo para vender anti-occidentalismo como pacifismo.
La especie más fina son quienes condenan la agresión rusa pero se ven obligados a aportar sus matices por miedo a ser confundidos con el resto de los mortales, y especialmente con su cuñado. Entre los finolis destacan dos argumentos. El primero es de orden histórico y sostiene que Putin, faltaría más, es el único responsable de la guerra, PERO el conflicto nunca hubiera sido si Occidente, particularmente la OTAN (y más particularmente Estados Unidos), no hubiera cultivado el antagonismo de la Guerra Fría tras la fragmentación del Pacto de Varsovia, la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética. En resumen, la invasión de Ucrania es un capítulo más de un conflicto que Occidente no quiso cerrar. Y la expansión de la Alianza Atlántica ha resaltado una dicotomía militar Este-Oeste que estaba condenada a estallar, y ha estallado por Ucrania.
El segundo argumento es más pueril y por ello más común. Admite que lo que les sucede a los ucranianos es terrible, pero se pregunta por qué no nos preocupamos tanto por los sirios, los palestinos o los yemeníes, que han sufrido y siguen sufriendo penurias similares y peores. El argumento no es absurdo; ya nos avisó Peter Singer que la distancia no es un argumento moral; nuestro compromiso con quien tenemos a cien metros es el mismo que el que tenemos respecto a quien vive a cien mil kilómetros. Pero Singer también considera irrelevante que tratemos de salvar la vida de nuestro hijo antes que otra vida socialmente más valiosa. El resumen es que el sujeto moral que Singer tiene en mente no existe. Y tener que explicar a estas alturas de la evolución que existe una correlación entre empatía y proximidad es descorazonador. ¿De verdad queda alguien que no haya oído hablar del perímetro sentimental?
Pero la coherencia de los argumentos es lo de menos. Lo de más es lograr hacer entender a nuestros finos compatriotas que ahora no toca tener esas conversaciones. Como en septiembre de 1939, la pregunta no es qué ha llevado a esto o qué no hicimos el año pasado, sino qué debemos hacer ahora. Habrá tiempo para revisar lo que Baker prometió a Gorbachov, pero en este momento es irrelevante. Esgrimir argumentos geopolíticos mientras mueren inocentes es una indecencia. Como lo es aludir al desinterés colectivo hacia otras causas para negarse a ayudar, aquí y ahora, a Ucrania.