¿Qué se nos ha perdido en Ucrania?
«¿Qué se nos ha perdido en Ucrania? Todo. Nos estamos jugando la democracia y el sistema económico»
Todo. En la guerra de Putin contra Ucrania nos estamos jugando la democracia y el sistema económico, el futuro en sí mismo. No es tarde si se reacciona y, sobre todo, si se apartan de la política a grupos e ideas que nos erosionan como sociedad libre y próspera.
La Rusia de Putin lleva décadas propagando la idea de que la democracia es lo de menos, que lo importante es que el Estado funcione y que el pueblo esté dirigido por su verdadero representante. De ahí que Putin haya apoyado a todos los movimientos de izquierdas y derechas que han puesto en cuestión la democracia liberal y su tradición.
El mensaje de Putin es que la democracia liberal no funciona para satisfacer las exigencias del pueblo, y que solo un líder fuerte puede articular un Estado eficiente. En ese camino todas las libertades son sacrificables porque resultan un obstáculo para el proyecto de hacer grande de nuevo al país, como decía Trump.
Es la aparición de un nuevo totalitarismo, que pone el acento en la concentración de poderes en un autócrata, y que divide a la sociedad en patriotas y leales frente a contaminantes y traidores. Es el propósito de reconstruir la comunidad frente al supuesto acoso de la globalización y de la democracia de partidos.
Organizaciones de un extremo y otro encontraron en Putin un modelo de líder fuerte, de esos hombres de verdad, de los de antaño, de los que eran capaces de dirigir su pueblo sin todo el entramado falso de las democracias occidentales. Putin era para estos partidos como un personaje sacado de un siglo XX mitificado, un conductor de masas que solo aparece una vez en cada época.
Esa idea de la democracia como una fórmula agotada se ha instalado en una parte de Europa, y también en Hispanoamérica con canales informativos como Russia Today y Sputnik, que dan una perspectiva izquierdista, populista y antiamericana. La Comisión Europea ha prohibido estos medios por ser «parte de la maquinaria de guerra de Rusia», entendiendo por «guerra» el trabajo de las conciencias.
El objetivo es cautivar a las poblaciones bajo el amparo de la libertad de información, intoxicar y manipular, para luego movilizar contra un Gobierno o una decisión gubernamental. Un buen ejemplo es el peso de esos medios en las opiniones vertidas por las ministras de Unidas Podemos, en las que Ucrania y la OTAN son culpables de la reacción de Rusia, por lo que no hay que intervenir, ni invertir en nuestro ejército. Es evidente que Putin estará muy contento con esas declaraciones.
Otro buen ejemplo ha sido el apoyo de la Rusia de Putin al independentismo catalán. preparando el escenario para el golpe de 2017 con desinformación, contactos de alto nivel y agentes de inteligencia infiltrados. No es que al dictador ruso le importe el destino en lo universal de los catalanes, es que servía para romper un Estado de la Unión Europea y quebrar una democracia.
El aliado de Rusia es otra dictadura, China, cuyo imperialismo económico domina medio mundo. Ha comenzado dando por buenas todas las fake news venidas de Rusia: la desnazifiación de Ucrania, el combate contra el genocidio de los rusohablantes, y, por último, la existencia de laboratorios de armas biológicas de EEUU en suelo ucraniano. Esta narrativa casa perfectamente con la idea china de que el covid es un virus estadounidense soltado en su país.
El modelo chino, a diferencia del ruso, es el dominio a través de la economía, no de la guerra. Prefiere comprar y hacer comercio, forzar dependencias, y ejercer así su poder. La invasión de Ucrania le va a servir para poner a sus pies a Rusia, por lo que no va a hacer de mediador, sino a esperar que todo esté más revuelto para hacer negocio. El ejemplo es el covid-19: procedente de Wuhan, China fue el país que hizo más caja vendiendo material médico.
El conjunto nos aboca a unas economías dependientes de potencias dictatoriales, en parte por un sistema energético y productivo impuesto por el ecologismo oficial. A esto sumamos unos Estados que van asumiendo más espacios de intervención, empujados por la dureza de la crisis, y favorecidos por una sociedad que acepta bien la injerencia estatal. En esta situación, los gobiernos se verán justificados para gobernar por decreto como expresión de la voluntad europea, como anunció Sánchez en su última entrevista.
Estamos ante una vuelta de tuerca del estatismo, como ya ocurrió tras las dos guerras mundiales del siglo XX. En esta ocasión tenemos la posibilidad de que el conflicto sirva para marcar la identidad europea democrática frente a los totalitarismos, devolver a la libertad el valor primordial que tiene, y olvidarnos de los cantos de sirena de los autoritarios y guerracivilistas.