THE OBJECTIVE
Miguel Ángel Quintana Paz

El mito del buen PSOE

«A mí mismo me cautiva el sueño de un chocolate que no engorde, una embriaguez que no deje resaca, o un buen PSOE»

Opinión
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El mito del buen PSOE

Se trata de un mito con reminiscencias platónicas.

Consiste en lo siguiente. Por un lado, estaría el PSOE aparente; el que comete mil y una tropelías; el que rompe los consensos; el que considera a cualquiera que se ubique dos centímetros a su derecha como extremista, pero abraza a exterroristas como «hombres de paz». Todas esas cosas que las personas normales reputaríamos, sin más, como típicas socialistas, según este mito iniciático se reducen a meros engaños, sombras en una caverna. No son el PSOE real, porque el PSOE real es bueno (o, al menos, no demasiado malo). Las citadas cosas serían «sanchismo». Pero no socialismo.

En cambio, lo que los demás atribuiríamos a un socialismo imaginario, según este mito es el PSOE real: un partido que intenta mantener la concordia de 1978; que aunque discrepe de políticas concretas, sabe que para la Política con mayúscula debe contar con la media España que no le vota, tan digna como él; que pone por delante el bien de la nación antes que sus meros intereses partidistas.

A Nietzsche le fascinaba cómo Platón había dado la vuelta a las cosas y nos había convencido de que la realidad cotidiana es falsa, mientras que las meras ideas serían, por el contrario, lo único real. A Nietzsche le embelesaría este mito del buen PSOE.

Como ocurre con toda mitología, los orígenes de este mitema se desdibujan en la noche de los tiempos. ¿Cuándo existió ese PSOE bueno, del que el sanchismo sería solo engañoso simulacro? Aquí ningún propagador del mito del buen PSOE resulta tan explícito como desearíamos.

Resulta comprensible. Remontémonos, paso a paso, en el tiempo. No parece que el PSOE bueno, por oposición a su actual degeneración «sanchista», sea el de Rodríguez Zapatero, a quien también se acusó de pervertir el socialismo en mero «zapaterismo». Un zapaterismo que se prodigó en tensionar la sociedad porque (según famosa confesión a Iñaki Gabilondo) así les convenía en lo electoral.

¿Fue acaso Felipe González ejemplo del PSOE bueno? ¿El mismo González de la corrupción rampante y escándalos diarios en los años 90? ¿O el de orquestar secuestros a ciudadanos como Segundo Marey desde su mismísimo Gobierno? ¿El González del vídeo de Pedro Jota, el del cierre de la principal cadena radiofónica crítica con su gestión, Antena 3?

Para hallar el PSOE bueno, y hoy obnubilado, ¿deberemos irnos pues a tiempos de la Transición? ¿Esos tiempos en que, a diferencia de los socialistas alemanes, los nuestros aún blasonaban de marxismo? ¿O de defender el derecho de autodeterminación de todas las «nacionalidades ibéricas»? (No modificarían ni uno ni otro punto de su programa hasta 1979). Poco plausible parece. Pero aún menos lo será pensar que el PSOE de la II República, colaborador del golpe de 1934 contra el gobierno, o cuyos escoltas asesinaron al líder opositor Calvo Sotelo, sea un modelo ético a venerar.

Seguir retrocediendo en el tiempo tampoco augura mejores ejemplos: ¿fue el PSOE que cooperaba con la dictadura de Miguel Primo de Rivera ese PSOE bueno que añoramos? ¿O, aún antes, lo fue el de Pablo Iglesias Posse, diputado que amenazó de muerte a Antonio Maura en 1910, pocos días antes de que un terrorista, en efecto, atentase contra su vida por segunda vez?

Al final, por descarte, pareciera que el único PSOE bueno fuese el casi extinto durante las décadas del franquismo (y quizá algún lector sí que me admita que, en efecto, un PSOE insignificante, buen PSOE es).

En suma, dado que la historia no corrobora la existencia de un PSOE puro, hoy mancillado por Sánchez y ayer por Zapatero, los defensores del mito del buen PSOE suelen recurrir a otro mecanismo para persuadirnos de su existencia. Lo representan esos socialistas que, cual figuras aureoladas con la corona del «PSOE razonable», suelen ir de procesión por televisiones, radios y periódicos centristas o centroderechistas, suscitando en sus audiencias la añoranza de por qué no todos el resto del socialismo será así de juicioso también. Pensemos en un Joaquín Leguina, un Francisco Vázquez, un José Luis Corcuera, un Juan Carlos Rodríguez Ibarra o un Nicolás Redondo Terreros.

Eso sí, toda la sensatez que suelen exhibir estos socialistas se diría que resulta inversamente proporcional a su poder real. Y directamente proporcional al tiempo que hace que abandonaron todo cargo de relevancia («¿Corcuera? ¿Y dice usted, buen hombre, que hubo una vez un ministro de Interior llamado Corcuera?»). Con lo que cabe la sospecha de que no es que haya un PSOE bueno, sino que acaso todo sea más simple: que irte alejando del poder en el PSOE sea justo lo que te va recubriendo de cierta bondad. (Dante pensaba que eso mismo sucedía al alejarte del averno infernal).

Dos excepciones a esta tendencia serían los presidentes autonómicos extremeño y castellano-manchego: Fernández Vara y García-Page. Cierto es que conservan el poder y, aun así, emergen ocasionales cual representantes del PSOE bueno: el que pone peros a la última medida implacable del Gobierno o a sus últimas declaraciones sectarias. ¿No son ellos la prueba de que existe un PSOE aceptable, por cuyo retorno del exilio babilónico habríamos de rezar? «Uy, ¡ya verás cuando hablen los barones!» es una frase que aún emerge de cuando en cuando, ante la última barrabasada del PSOE nacional.

Aquí empero nos cabe elegir entre la alta cultura (el Fausto de Goethe: «En el principio existía la acción») o la sabiduría popular («obras son amores y no buenas razones»). E incluso lo evangélico («por sus frutos los conoceréis», Mt 7:20). Dicho de otro modo: ¿sirven de algo esos mohines que Vara y García-Page, García-Page y Vara, suelen mostrar ante ciertas medidas de su partido? ¿Ha logrado alguna vez su poder, su influencia, detener la deriva intransigente del mismo? Si, por el contrario, son palabras que se han quedado en el viento, ¿no constituirán entonces sino una enunciación más del mito del PSOE bueno? Algo muy eficaz, ya lo sabemos, a la hora de que la gente parlotee sobre él; pero imposible de detectar en el mundo real.

Pero ¿quiénes son los que más difunden tal mito, los que lo propagan incansables, pese a la evidencia de que son los afiliados del PSOE los que eligen por amplia mayoría a Pedro Sánchez, ergo difícil es que este represente algo muy distinto a lo que el de veras PSOE es? Aquí nos encontramos con la característica acaso más curiosa de todo este asunto. ¡No es la izquierda, sino la derecha, la que proclama una y otra vez animosa que en realidad el PSOE que vemos no es el auténtico, y que otro, cordial y respetuoso, es el real!

Se trata, sí, de otra faceta de algo que aquí ya hemos descrito: el «PSOE state of mind». Ese fenómeno, tan arraigado entre nosotros, según el cual incluso quienes pretenden oponerse a tal partido, entran dentro de la lógica que a él le conviene. Pues ¿acaso habría algo más conveniente para cualquiera de nosotros que lograr ser tratados como esa derecha trata al PSOE? Imagínate, Miguel Ángel, que la gente viera cada uno de tus actos malos como parte de un «Miguel Ángel falso», solo aparente, un «Miguel Ángel sanchista»; mientras el «Miguel Ángel auténtico» quedaría como fuente de inmaculada pureza, siempre más allá de tus fechorías, representado solo por las palabras conciliadoras que Redondo Terreros o Leguina pronunciaran sobre ti. Creo que no me cabría mayor impunidad.

Y es que, a la postre, los defensores del mito del buen PSOE son meramente nostálgicos de un tiempo que, como ya hemos explicado, no se sabe ubicar en ningún punto concreto del pasado; pero que les sirve para no afrontar a cara descubierta ni el presente ni el futuro. Un presente donde el PSOE real es el PSOE realmente gobernante; donde el futuro que nos espera de manos de Sánchez resulta temible, pero de nada sirve imaginar que no lo es.

Quizá fue bello aquel momento imaginario en que el PSOE tenía sentido de Estado, su política no entraba a estropear las vidas de la gente y sabíamos que, saliera quien saliera elegido en las elecciones, España sería un país amigable para vivir cada cual según tuviese a bien. Lo imaginario es a menudo hermoso; y a mí mismo me cautiva el sueño de un chocolate que no engorde, una embriaguez que no deje resaca, o un buen PSOE. Ahora bien, los mitos se transforman, de bellos, en peligrosos cuando nos hacen olvidar lo real. Y que los mitos, mitos son.

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