THE OBJECTIVE
Javier Santamarta

La lotería siempre vuelve a casa por Navidad

Aún queda tiempo para que el día 22 de diciembre oigamos el pistoletazo de salida a las fechas navideñas en forma de cánticos infantiles de cifras y euros. Es el Sorteo Extraordinario de la Lotería de Navidad. Pero la lotería es algo mucho más antiguo

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La lotería siempre vuelve a casa por Navidad

Divulgando que es historia

Aún queda tiempo para que el día 22 de diciembre oigamos el pistoletazo de salida a las fechas navideñas en forma de cánticos infantiles de cifras y euros. Es el Sorteo Extraordinario de la Lotería de Navidad.

Pero la lotería es algo mucho más antiguo. Ya el Rey Sabio, Alfonso X, que además tenía manía persecutoria con las codificaciones jurídicas, dictó unas ordenanzas que reglamentaran las apuestas y los juegos de azar, así como las casas públicas en las que se realizaban. Y así, en 1276 se publica el Ordenamiento de las tahurerías con el objetivo de legalizar las apuestas y, de paso, gravarlas con impuestos a favor de la siempre necesitada Hacienda Real. Quizá por ello la idea fracasó y las casas públicas de apuestas tuvieron que cerrar. Es de suponer que las no «públicas» siguieran con tan lucrativo pero ya clandestino negocio.

La necesidad de fondos de la Hacienda Real ha sido un mal endémico. Y allá por el Siglo XVI, con los Austrias reinando sobre un Imperio en el que nunca se ponía el Sol, pero en el que había más guerras que garbanzos en un kilo, necesitándose en Flandes de forma urgente provisión de fondos, se pensó en crear un sistema de loterías. El asunto fue muy bien acogido, y en 1519 se realizó el primer sorteo con gran participación de propios y extraños. En la península hispana, sin embargo, la Iglesia ponía ciertos reparos morales.

Antes de que se tiren a degüello contra los teólogos, hay que romper una lanza en su favor, porque los reparos tampoco eran demasiado serios, pues no se condenaba el juego en sí, sino sólo a los excesos o abusos que se pudieran cometer. Esta ha sido la línea de la Iglesia desde los tiempos del Decreto de Graciano, de principios del Siglo XII, que condenaba a clérigos y laicos que se dedicaran «desmedidamente» al juego de dados, seguida por Santo Tomás en su casi ininteligible y escolástica Summa Teologica, donde vino a sancionar que lo ilícito no era el juego en sí mismo ni las ganancias en él obtenidas (los que ganasen, claro), sino el exceso del juego y, ojo al dato, las ganancias obtenidas con trampas o el aprovecharse de terceros. El dominico (orden inquisitorial donde las haya) Domingo de Soto en su obra De iustitia et iure llega a las mismas conclusiones que el de Aquino, aunque en un prurito jurídico adelanta ya la consideración contractual del juego diciendo «Yo expongo mi dinero, para que tú, a la vez, expongas el tuyo. Y tan grande es el peligro de uno como el de otro». Hay más: Francisco de Vitoria, Luis de Molina, etc., pero la conclusión es la misma. Así que, ya ven, no eran tan ogros los teatinos.

Pero la lotería tal y como la conocemos hoy en día llega a España como casi todo el mundo sabe, de la mano de Carlos III, quien la importa de una tradición napolitana. El 30 de septiembre de 1763 crea por Decreto la lotería con la garantía de la Real Hacienda. Y el asunto era serio, porque según el citado Decreto, el sorteo se debería realizar en la Sala de Gobierno del Consejo de Hacienda y a él deberían acudir el Gobernador de dicho Consejo, cuatro Ministros de Capa y Espada, tres Togados y uno de los Fiscales de Hacienda, así como dos Ministros de Castilla. ¡Casi nada! La finalidad del juego no podía ser más plausible, pues era, según la dicción real en el meritado Decreto, «para que se convierta en beneficio de Hospitales, Hospicios y otras Obras pías y públicas en que se consumen anualmente muchos caudales de mi Real Erario».

El primer sorteo tuvo lugar el 10 de diciembre de 1763, y ya desde entonces empezaron a aparecer sesudos trabajos sobre el juego y sus entresijos. Por ejemplo, el Libreto nel quale si da el modo facilisimo che si ha de tenere per giocare al nuevo Lotto o sia Beneficiata di Madrid, escrito en julio de 1763 por don José Peya, director del juego de Nápoles, al que el Marqués de Esquilache encomendó organizar el juego español. La traducción española lleva por título Demostración en que se da un método fácil para jugar a la nueva Lotería de Madrid. Y hubo muchísimos más. Ni que decir tiene que, al final, el resultado es el mismo de quien asegura tener un método infalible para jugar a la ruleta: que pierde. Lo ideal, como siempre, está en el justo medio tan difícil a veces de encontrar. Y así lo decía una coplilla popular que, incluso, se atribuye al propio rey Carlos III: «El que juega mucho es un loco, pero el que no juega nada es un tonto».

Y llegamos a la lotería tal y como la conocemos hoy, que nace, no podía ser de otro modo, en Cádiz, pues los padres de aquella Patria en guerra contra el invasor francés tuvieron tiempo para, entre las discusiones previas a la Constitución liberal llamada «la Pepa», y para aportar fondos a la maltrecha Hacienda Real, exhausta por el conflicto bélico, crear la Real Lotería Nacional de España, a instancias de don Ciriaco González de Carvajal, mediante Instrucción de 25 de noviembre de 1811, como «medio de aumentar los ingresos del erario público sin quebranto de los contribuyentes». El primer sorteo se celebró el 4 de marzo de 1812, quince días antes, tan sólo, de la promulgación de la Constitución Liberal. De Cádiz y San Fernando pasó a Ceuta, y luego a toda Andalucía. Y a medida que se fueron retirando las tropas francesas, al resto del territorio nacional, siendo el primer sorteo en Madrid el 28 de febrero de 1814.

A la llegada de Fernando VII, el rey felón, se cambió el nombre a la lotería, que pasó a ser la «Lotería Moderna». El Trienio Liberal volvió a denominarla «Nacional». De vuelta el absolutismo, en aquella época que fue llamada «la Década Ominosa», nuevamente se la denominó «Moderna». Por fin, a la muerte del nefasto monarca, definitivamente y hasta hoy, «Lotería Nacional». Y así se llamó, incluso, durante nuestra contienda fratricida, si bien ambos bandos tenían la suya propia.

Lo único que hay que agradecer al rey Deseado es el hecho de que fue él, ¡quién lo iba a decir!, el que instituyó el Sorteo Extraordinario de Navidad, que, desde entonces, con calvo o con cantantes de postín o con lo que se les ocurra ya cada año, vuelve siempre a casa año tras año, obviamente, por Navidad. ¡Buena Suerte a todos! Y mucha salud… Casi mejor.

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