THE OBJECTIVE
Aloma Rodríguez

Viñetas contra la vanidad de los escritores (y más)

«A veces las reseñas coinciden sospechosamente con la lectura favorecida por el departamento de prensa de la editorial»

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Viñetas contra la vanidad de los escritores (y más)

Fragmento de la portada de 'El mundillo literario', de Posy Simmonds.

Entre 2002 y 2005 Posy Simmonds publicó una serie de viñetas en The Guardian en las que se burlaba de todos los agentes del sector literario, las más afiladas iban dedicadas a los escritores, que aquí aparecen muchas veces caricaturizados en su arrogancia, narcisismo y egocentrismo, aunque también –a veces– en su fragilidad. Quizá por eso, a pesar de todo, resultan tiernos. Algunos. A veces. Esas viñetas aparecen reunidas en El mundillo literario (Salamandra Graphic, traducción de Regina López Muñoz) y son especialmente disfrutables para quienes conocen el sector o forman parte o tienen cierta relación o conocen las dinámicas de lo que sea que podamos llamar el mundillo literario, lo que ahora mismo equivale a decir: cualquiera. 

Portada de ‘El mundillo literario’, de Posy Simmonds.

Dentro del volumen hay varias series, están las historietas del doctor Derek, médico especializado en asuntos literarios que igual trata del bloqueo que descubre un plagio atragantado o enferma de lo mismo que el paciente: vacuidad, de nombre médico «logorrea» o «diarrea verbal». «En el caso de su prólogo al catálogo… la imprevisibilidad del mensaje de la artista en tanto que señal visual crea una sobrecarga de datos indigestos. El aparato crítico del escritor no acierta a asimilarlos. El escritor dotado de una robusta constitución de hombre renacentista forma parte del pasado…», explica el doctor Derek, claramente contagiado ya del mismo mal. Están las aventuras del agente literario Rick Racker, que lleva gabardina y sombrero, como un Humphrey Bogart menos glamuroso (la literatura es mucho menos glamurosa que el cine). El caso más duro de Racker consiste en decirle a una escritora que los ejemplares de su libro («¡Tardé dos años en escribirlo!», se queja ella) van a ser destruidos. Racker hace después lo que cualquier detective haría: «Me encendí un purito malo y salí a la noche». Está la serie de los libreros, agobiados por la apertura de una gran superficie en la misma calle en que está su librería, resignados a ser algo así como «los puñeteros servicios sociales» del barrio, infatigables a la hora de persuadir a posibles clientes. 

Muchas de las viñetas de Simmonds se mofan de los tópicos que es frecuente oír

Simmonds se burla de los lectores, pero los dardos más afilados se dirigen a los escritores. Está la viñeta en la que varios escritores ensayan un discurso de agradecimiento presuntamente improvisado, o la escritora a la que la vida le interrumpe constantemente en su trabajo, o el que duda un poco a la manera de Oscar Wilde que ponía por la mañana la coma que quitaba por la tarde. La vanidad de los escritores es un filón para Simmonds: escritores compitiendo en festivales, escritores somatizando las malas críticas, escritores disfrutando las reseñas negativas de sus competidores, escritores a cuyas firmas no acude nadie, escritores asistiendo a lecturas y mesas redondas o a fiestas a las que no quieren ir en realidad, pero temen que si no acuden, los demás crean que no le han invitado. Muchas de las viñetas de Simmonds se mofan de los tópicos que es frecuente oír: «Escribir en serio debe ser un acto de disciplina», dice un escritor, ajeno a que su mujer aprovecha las dos horas que  él se encierra «a aislarse del mundo» para recibir una visita. 

La periodista Paula Corroto preguntaba hace unos días en Twitter quién se animaría a hacer la versión patria de El mundillo literario. Más allá de reírnos de los ataques de vanidad (se me ocurren tantos ejemplos como para otro volumen igual de grueso que el de Simmonds), me gustaría una viñeta sobre cómo el libro se ha convertido en un objeto más de merchandising, sobre cómo se fabrican los hypes o sobre cómo a veces las reseñas coinciden sospechosamente con la lectura favorecida por el departamento de prensa de la editorial. Eso sí sería tan gracioso como kamikaze. 

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