MyTO

La verdad prohibida de la guerra en Ucrania

«Dicen que la libertad nos ha corrompido y debemos ser sanados con algún tipo de autoritarismo»

Opinión

Vladímir Putin. | Reuters

  • Publicista, escritor y editor. Lo habitual es afirmar que la sociedad es estúpida, aunque eso implique asumir que uno mismo es idiota. Sin embargo, ha sido la sabiduría de la multitud, mediante la prueba y el error, lo que nos ha traído sanos y salvos hasta aquí. Y también será lo que evite el apocalipsis que los nuevos arúspices presagian.

En esta guerra no hay buenos y malos, repiten como loros los partidarios de Putin, ahora travestidos en víctimas acosadas por haber insinuado que las bombas que arrasan Ucrania son justas y necesarias, y también cierta derecha marginal para la que, en realidad, sí hay buenos y malos, aunque no en el orden que cabría establecer en función de quién es el invasor y quién el invadido. Para unos y otros, esta guerra es la reacción inevitable a una conspiración de décadas, para vender gas, para vender petróleo, para vender armas, para vender OTAN, para vender NOM. Una conspiración que ha contado con numerosos colaboracionistas, con los liberales a la cabeza —porque lo liberal es aquello que definan los antiliberales, por supuesto—, seguidos de los ‘neocon’, que se han vuelto todos muy rojos, y finalmente la izquierda burguesa. Todos habrían conspirado la Planguerra. Y usted habría colaborado con ellos, por crédulo.

Así, los ungidos, que pueden ven venir el mal antes de que los demás distingan su primera sombra, han resuelto la complejidad del mundo con un puzzle donde todo encaja, aunque sea a martillazos. De esta forma, pieza a pieza y golpe a golpe, los bombardeos de Putin resuenan irreales, fantasmagóricos, como la banda sonora que acompaña a una película de misterio donde nada es lo que parece. Hasta la muerte deja de ser muerte para convertirse en propaganda. «¿Cómo es posible que la gente no se dé cuenta?», me inquiría irritada una señora, mientras su marido se declaraba abiertamente partidario de Putin. A punto estuve de responder con sorna: «No nos damos cuenta porque estamos siendo manipulados, de igual manera que nos manipularon con la ‘plandemia’».

Pero los irreductibles promotores de la verdad «prohibida» no se conforman con encajar los hechos a golpes, mientras te llaman liberal como si fuera un insulto: van todavía más lejos. Afirman también que Occidente está aislado, y que sus reacciones y sanciones ya no intimidan a casi nadie, porque demasiados países, que todavía conservan su esencia intacta (esto es importante), se han liberado de sus cadenas y se han vuelto inasequibles al decadente orden democrático. Pero esta realidad no es tan novedosa como se piensan. Lo cierto es que la democracia siempre ha sido muy minoritaria: poco más de tres decenas de países entre cientos, antes y ahora. Olvidan, además, que fue el comercio y la innovación promovidos por Occidente lo que acabó llevando el progreso a todas partes. Y que este proceso se aceleró notablemente cuando la libertad política y económica se propagó dentro del propio Occidente.

Es verdad que, ahora, esta libertad está amenazada por la acción de nuestros gobiernos y clases dirigentes, empeñados como están en politizarlo y mercantilizarlo todo, y también por quienes desde la sociedad civil tienden a despreciarla, quizá porque no han conocido otra cosa. Pero, sea como fuere, la prosperidad y bienestar se propagaron al resto del mundo llave en mano gracias a la libertad de Occidente. Pero los autócratas y sus acólitos pretenden hacernos creer que la prosperidad y el bienestar no necesitan de la libertad, porque una dictadura como la de China puede ser tanto o más eficiente y benigna que cualquier democracia. Sin embargo, la idea de que el ‘milagro chino’ es el producto de una dictadura meritocrática es falsa.

En la década de 1970, parecía que el régimen comunista chino iba camino de convertirse en otro régimen fracasado. Hoy, sin embargo, utiliza la prominencia económica de China para aumentar su influencia en el mundo. Pero lo cierto es que el Partido Comunista Chino (PCCh) no es la base del éxito económico de China. Fue la gente común la que forzó la reforma de la economía. Este cambió surgió orgánicamente de abajo arriba; no fue, contra el mito del PCCh, el resultado del «Gran Arquitecto» Deng Xiaoping, su principal líder entre 1978 y 1989.

Desmontar el mito chino es vital porque lleva a muchas personas a juzgar equivocadamente las capacidades de una dictadura. El régimen comunista no cambió la historia; fue arrastrado por ella. Cuando Deng levantó las restricciones e informalmente liberalizó la agricultura, no lo hizo por convencimiento o por propia iniciativa, lo hizo forzado por la marea de agricultores independientes y desorganizados que volvieron irrelevantes estas restricciones. En definitiva, fue la gente llana, no Deng Xiaoping, la que resistió y reformó la economía planificada. A partir de ahí, millones de personas dedicadas al comercio y la producción por cuenta propia transformaron la economía china. Y lo hicieron a escondidas, al margen de la dirección del partido.

Pero, más allá del peligro del mito chino, en esta guerra emergen con fuerza viejos fantasmas. El primero, el antiamericanismo, esa mezcla de amor y odio, de envidia y desprecio hacia los Estados Unidos sobre la que nos previno Jean-François Revel en La obsesión antiamericana (2003), y en general el resentimiento hacia el mundo anglosajón, una animadversión que anida tanto en la derecha como en la izquierda. El segundo es el fervor religioso de aquellos que consideran que el capitalismo ha corrompido nuestra alma y debe ser contestado. Y, por último, el esencialismo de quienes ven en la ortodoxia rusa —obviando su corrupción y degradación galopantes— el remedio contra esa decadencia de Occidente que dura ya más de un siglo y nunca se consuma. Para todos ellos, en mayor o menor medida, lo que nuestro mundo necesita, es decir, lo que la gente como usted o yo necesitamos, es una mano firme que nos devuelva al buen camino. La libertad nos ha corrompido y debemos ser sanados con algún tipo de autoritarismo. 

6 comentarios
  1. Grossman

    El problema es que el capitalismo da mucho poder y el problema mayor es que este poder no tiene por qué estar en manos de una democracia, con sus libertades individuales, garantías, contrapoderes y todas esas mariconadas.
    Al parecer, según algunos, para que Rusia no bascule hacia China le tenemos que dejar que llegue a Paris y con eso nunca habrá guerra. Pero ya no desmostro Hitler que eso es una majadería.
    Mejor enfrentarse en Ucrania que no en Berlín.
    Sobre las frustraciones históricas hay para no acabar, lo digo por lo de que los chinos y los rusos están frustrados, pues que vayan al sicólogo.
    Y otra cosa, Rusia ha perdido ya la guerra, Putin se ha dado cuenta, ahora solo le preocupa su pellejo, lo único que ha conseguido es fortalecer a occidente, limpiarle su empanada secular, y depender de China, enemigos seculares.

  2. Pasmao

    Buenos días Don Javier

    Me reconozco pecador. Lo anticipo por si no quieren seguir leyendo. No porque sea «pro» Putin,… si no porque no me creo nada de los «nuestros» (de los otros ya me libraré yo)

    Hubo un señor una vez, en USA, un tal George F Kennan (busquen en Google), uno de los autores, posiblemente el mas importante, de la doctrina de contención estratégica que permitió a USA diseñar la estrategia para enfrentar a la URSS durante la Guerra Fría. O sea que muy comunista, anti USA y antiliberal no creo que fuera.

    Pasaron unos años después de la caída del muro (gracias entre otras cosas a la doctrina esa, aunque fue mas una implosión) y el tal Kennan asistió preocupado a la deriva que tomada por Occidente durante los años 90 con Rusia (ya no era la URSS) y escribió un artículo que debería ser de obligada lectura:

    New York Times el 5/2/1997, «A Fatefull Error»

    No pongo el link porque aquí no se puede. Pero son ustedes mayorcitos para buscarlo.

    Advierto que artículo tiene muro de pago. Pero tengan ustedes la convicción de que si justificara la actitud de occidente en general, en estos últimos años, sería de libre acceso y además estaría traducido a muchos idiomas. Si no lo está es porque nos deja muy mal parados. Recordar que Kennan no fue precisamente una palomita. pero se permitió diferenciar entre lo ruso y lo soviético sin dejarse llevar por fobias personales y su prestigio es/fue incuestionable.
    En resumidas cuentas el artículo dice que si ponemos en el disparadero a Rusia antes o después acabará aliándose con China y entonces si que nos podemos despedir de nuestra hegemonía occidental. Algo que la guerra de Ucrania tiene toda la pinta de haber conseguido.
    Y ello nos enlaza con la segunda parte de su columna: China.

    Si China despegó en los 90 y en los 2000 se consolidó fue entre otras cosas porque desde occidente durante la guerra fría, Nixon, se decidió para enfrentar a la URSS lo mejor era separarla en todo lo posible de China apoyando a ésta última. Obviamente se pensó (tan pagados de nosotros mismos cómo estamos) que los chinos eran brutos y que nunca lograrían por si mismos lo que ahora vemos que si han logrado. Además muchos olvidan el rosario de afrentas que han sufrido los chinos por parte de occidente (la excepción podría ser España) desde la primera guerra del opio en adelante, nosotros insisto lo hemos olvidado. Ellos no.

    Por cierto si vemos lo que suponen en el PIB global las potencias democráticas, ese occidente que usted bendice, probablemente veamos que nos vamos par el barranco desde por lo menos una década atrás, si no mas.

    Por lo que si yo para defender la democracia, el liberalismo, etc tengo que fiarme de los mimos que nos están llevando a ese barranco, habiendo existido suficientes señales de alarma que nos advertían de ello.

    Pues conmigo no cuente.

    El problema es que no soy yo solo. Somos unos cuantos. Y si no parece que seamos tantos es precisamente porque este occidente que usted bendice nos ridiculiza, margina y silencia de la manera mas woke posible.

    Un cordial saludo

    PS sigue sin poderse comentar en Disidentia

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