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Pilar Marcos

La frontera polaca: nuevo corazón de Europa

«En solo once días desde el inicio de la invasión, Polonia ha acogido casi un millón de refugiados ucranianos de los 1,5 millones de desplazados»

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La frontera polaca: nuevo corazón de Europa

Multitud de personas esperan en el andén en la estación de tren de Lviv (Ucrania). | Alejandro Martínez Vélez / EP

El corazón de Europa hoy no late ni en París ni en Berlín. Tampoco en Londres, ni en Roma… ni, por supuesto, en Madrid. Tampoco en esa capital administrativa que es Bruselas. El cataclismo provocado por la criminal invasión de Ucrania, ordenada por Putin, ha resituado el corazón de Europa en los más de 500 kilómetros de frontera entre Polonia y Ucrania. Es allí donde hoy se están honrando los valores europeos, porque allí están llegando riadas de mujeres, ancianos y niños que vienen de jugarse la vida por defender la «democracia y libertad» que aquí cacareamos como un eslogan vacío y gratuito. 

En solo once días desde el inicio de la invasión, Polonia ha acogido casi un millón de refugiados ucranianos de los 1,5 millones de desplazados que el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados estima que han huido, hasta este domingo, de Ucrania por el oeste. El medio millón restante se reparten entre Hungría, Eslovaquia, Moldavia y Rumanía, también países fronterizos. Y algunos empiezan a llegar al resto de Europa.

Por entendernos: 1,5 millones de personas es la población de la ciudad de Barcelona; un millón equivale a la suma, por ejemplo, de las ciudades de Sevilla y Coruña; y la entrada en Polonia de más de 100.000 ucranianos al día supone tener que dar acogida diaria en la frontera de tu país a toda la población de, digamos, un Santiago de Compostela, o una Gerona, o un Cádiz… Así, de golpe, cada día y todos los días. Por eso, el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, Filippo Grandi, ha calificado esta crisis de refugiados como la peor en Europa desde la II Guerra Mundial.

Pues la reacción de Polonia a esta avalancha humana ha sido la de abrir de par en par sus más de 500 kilómetros de frontera con Ucrania a las mujeres, ancianos y niños que buscan ponerse a salvo de las matanzas que están perpetrando los aviones de combate que envía el Kremlin, mientras sus hombres se quedan en su patria para luchar contra el invasor. 

Polonia ha decidido que su actuación debía ser la de #PolandFirstToHelp. Y esa arriesgada decisión del gobierno del primer ministro Mateusz Morawiecki y del presidente Andrzej Duda cuenta con el respaldo de los polacos, que abrieron las puertas de sus casas a los primeros refugiados ucranianos que cruzaron su frontera. (Por cierto, mucho estamos tardando en pedirles disculpas por su lógico rechazo al lanzamiento, hace pocas semanas y desde la frontera de Bielorrusia, de oleadas de migrantes traídos desde conflictos lejanos y empujados contra Polonia como arma de desestabilización política del Gobierno de Varsovia).

Que la frontera de Polonia con Ucrania es el nuevo corazón de Europa lo ha visto, constatado y exhibido Estados Unidos

Que la frontera de Polonia con Ucrania es el nuevo corazón de Europa lo ha visto, constatado y exhibido Estados Unidos. Hasta allí viajó el Secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, este fin de semana para reunirse con el ministro de Exteriores ucraniano, después de visitar, junto al primer ministro polaco, un centro de acogida de refugiados. Allí Ucrania pidió a EEUU que le envíe aviones de combate con los que intentar repeler los ataques aéreos con los que le bombardea el Kremlin. Y allí EEUU empezó a abrir una portezuela para facilitar que puedan llegar a Ucrania aviones de la extinta Unión Soviética que aún mantienen Polonia y otros países de lo que fue el Bloque del Este. Los aviones también son material de defensa. 

Y Ucrania necesita defenderse de los bombardeos aéreos putinescos que no solo están destruyendo bloques de viviendas en sus ciudades sino que han atacado hospitales, con confirmación oficial de la Organización Mundial de la Salud (OMS), y corredores humanitarios para la salida de población civil, como los acordados el sábado y el domingo e incumplidos flagrantemente en ambas fechas, además de aeropuertos y centrales nucleares. Es como si Vladimir Putin quisiera sumar la calificación de genocida a la ya acreditada de criminal de guerra. 

Con una y otra calificación, y mientras su entorno o el mundo libre no acabe con este sanguinario emulador de Stalin, podemos seguir el ejemplo de los polacos con una coalición internacional humanitaria para colaborar en la acogida de refugiados ucranianos. También sería bueno escuchar más a los países que más han sufrido del yugo de Moscú para calibrar mejor las amenazas y la necesidad de defensa… no solo de Ucrania, sino de todos nosotros. 

Ucrania es un país más extenso que España o Francia. Por hacernos una idea, es como si a España sumáramos la extensión de otra Castilla y León. En 2020, allí vivían 41 millones de ucranianos, es decir, menos que la población española (47 millones de habitantes). Y Kiev, la capital hoy bombardeada sin piedad, acogía a casi tres millones de habitantes (casi como Madrid, vaya). Es una gran llanura cultivable que le permite ser uno de los principales exportadores del mundo de maíz, trigo, cebada, girasol, soja... Esto significa que, a los problemas de escasez e inflación que ya estamos viendo por el gas ruso -y que veremos en toda su dimensión si prospera la propuesta de EEUU para prohibir todas las importaciones de petróleo ruso- tendremos que sumar más escasez y precios insoportables por el corte de suministro de materias primas básicas para la alimentación humana y del ganado que importábamos desde Ucrania.

Quien no se conmueva por la tragedia en vidas devastadas que están padeciendo los ucranianos a manos de Putin puede calibrar el daño económico que sus putinadas nos hacen y nos van a hacer. Después de elegir el motivo -sea por la defensa de la democracia y la libertad  o por mera supervivencia- nos queda ayudar a Ucrania para librarnos todos cuanto antes de Putin y de tantos ‘hijos de putin que proliferan emboscados, por ejemplo, entre los socios del Gobierno de España.

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