El metaverso político
«En la Catalunya Nord gana la ultraderecha francesa. No insinúo nada. Es una simple ironía»
Conseguí una cita previa, esperé en un centro de salud casi vacío y, al poco, me recibió una joven doctora. Salí con nueva medicación y un justificante de visita para el especialista. No le hice una reverencia al abandonar el consultorio porque no soy japonesa y hace años que dejé de leer a Murakami, pero le di las gracias cinco veces. Ver a alguien haciendo bien su trabajo en directo, en el mundo de a pie, en el universo de la materia, la energía y el espacio-tiempo, me emocionó. Entiéndanlo, con tanto metaverso político, repúblicas imaginadas, virtuales e inútiles, se me había olvidado que tenemos buenos profesionales y derechos constitucionales en la vida real.
Llevamos años hablando con robots sin género que no te resuelven nada, haciendo cola en bancos donde prefieren que vayas al cajero, durmiéndonos en vídeo conferencias cuyo objetivo es justificar el teletrabajo de asalariados fijos. Para relajarnos, dejamos horas en Twitter con seres sin nombre ni apellido de los que te acabas haciendo amigo. Yo quiero mucho a Uthred son of Uthred y a la Naranja Mecánica.
En la última década nos hemos acostumbrado a escuchar a políticos huidos que aseguran presidir un Consejo de una República nunca declarada mientras viven en Bruselas o pasean por la Catalunya Nord (más conocida como el sur de Francia). El «govern» paralelo de Carles Puigdemont, un grupo de personajes que parecen avatares, se reunió pocos días antes de la primera vuelta de las elecciones francesas en el Rosellón, de cuya capital (Perpignan) es alcalde la expareja de Marine Le Pen. En la Catalunya Nord gana la ultraderecha francesa. No insinúo nada. Es una simple ironía.
Aunque el sentido del humor nos ayude a soportar en silencio los gastos de consejos inservibles o de cargos públicos innecesarios, los europeos se están cansando de hacer ver que todo va bien. La Guerra de Putin, con masacres en Ucrania que nos dejan el corazón encogido, o la inflación que en unos días llegará en España a los dos dígitos, convierten en pragmática hasta a la mismísima Alicia del País de las Maravillas.
El paro juvenil español enquistado en el 30% o un producto interior bruto por debajo de la cifra de 2019 obligan a pensar que ha llegado la hora de la política real. O, al menos, de ajustar costes y salarios de quienes imaginan y subvencionan absurdos metaversos, entornos digitales donde los humanos actúan social y económicamente como avatares.
El ciberespacio catalán se llama CatVers. Quiere promover la inmersión virtual, para «pasar el rato, interactuar o asistir a eventos en un mundo digital y siempre en catalán». La página se inicia con una gran foto de las montañas de Montserrat y ofrece un vídeo mal grabado que anuncia lo que sucederá (virtualmente) en los próximos cinco años. Prefiero no preguntar cuánto ha costado ni quién lo ha pagado. Ya tenemos suficiente trabajo intentando entender para qué sirve el nuevo Govern del Consell per la República.
Catalunya no es la única comunidad decidida a vivir en las nubes. Navarra, Aragón y otras tantas quieren poner a sus administraciones en el Metaverso. Muchas autonomías andan preparándose e invirtiendo para dar ese salto al vacío, en el sentido literal. El Metaplace de Navarra ya tiene estancias y hasta un auditorio virtual para conferencias y workshops, además de cuatro despachos donde consejeros y directores generales «se podrán reunir con diferentes personas del metaverso». ¿Para qué quiere un navarro reunirse en un mundo tridimensional, pudiendo hacerlo en cualquier bar de la Plaza del Castillo?
En ese metaverso navarro me tuve que registrar. Allí me llamo Luna. Todo esto no es nuevo ni tiene mayor utilidad que convertirte en otra persona y jugar a los mundos perdidos. Ya lo hicimos a principios de este extraño siglo, en 2003, en el entonces famoso Second Life. En aquella vida me llamaba Puma. Al cabo de unos meses, aburrida de vagar por calles vacías, decidí que mi primera existencia, con problemas y jefes complicados, era más interesante… y me daba de comer.
Se entiende que Zuckeberg, con sus acciones de Facebook al ralentí, o Elon Musk, el astronauta accidental y dueño de Tesla, inviertan en el metaverso. Lo hacen porque les sobran los millones y por motivos financieros, para darle una historia, un recorrido, al precio de sus multinacionales. Sus necesidades no son las nuestras.
Dicen los políticos que les preocupa la creciente abstención, o el ascenso imparable de Vox, en definitiva el alejamiento de los ciudadanos. A los políticos lanzados al espacio virtual, les formularía una simple pregunta: ¿Alguno de sus votantes le ha pedido un metaverso? ¿Han visto alguna manifestación con la gente gritando ‘Queremos un Metaplace’?
El erario público invierte a fondo perdido en espacios metafóricos, cuando lo que debería hacer es asegurar que funcionan sus páginas webs. Hasta ahora ninguno de esos mundos virtuales, ni siquiera la apuesta por el teletrabajo, ha conseguido reducir el coste de la vieja burocracia. Al contrario.
Las administraciones han de dedicar sus recursos a reducir las colas de la sanidad, a abaratar la energía y el transporte o a mejorar la educación, no a organizar ruedas de prensa en escenarios virtuales donde los consejeros lucen gafas tridimensionales. Queridos Peter Panes de la política, salgan del metaverso, bajen de la nube o les acabarán bajando los ciudadanos. Con sus reales votos.