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Teodoro León Gross

La épica impresionante del nacionalismo catalán

«Se pudo pensar que el procés tendría un final quizá dramático, quizá homérico, pero era difícil prever un final tan ridículo»

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La épica impresionante del nacionalismo catalán

Pere Aragonès. | Jesús Hellín (EP)

Toda la épica del procés independentista, toda su literatura apasionada sobre la dignidad de la resistencia catalana frente al Estado opresor, toda la retórica de la nación irreductible más antigua del Occidente, finalmente ha desembocado en un desafío impresionante que sus líderes protagonizan corajudamente sin arrugarse: no posar en las fotos con el Rey. Ahí es nada, ¡no posar en las fotos con el Rey! Pues sí, con más cojones que Espartero y su caballo juntos, ellos se borran de salir con Felipe VI.

En fin, no es fácil contener la risa al escribir sobre este asunto. Pero ellos se lo toman muy seriamente.

Sus capitostes van a una Conferencia de Presidentes o a un evento planetario como el Mobile, presididos por el Rey, y valerosamente plantan cara y no se hacen la foto con Felipe VI. Es de una gallardía impresionante. Así envían un mensaje poderoso a los suyos: ¡aquí estamos, catalanes, sin rendirnos al Borbón! La operación impresiona por su determinación: retrasan unos minutos su llegada y entran poco después evitando la foto, así, jugándoselo todo. No es raro que sientan que son un cruce de William ‘Braveheart’ Wallace, De Gaulle, Espartaco y Gandhi, persuadidos de representar a la vez la valentía extrema, la brillantez estratégica y el coraje moral. Colosal. Y bueno, ya después, tras la foto, una vez sin cámaras, saludan al Rey y se sientan a cenar en su mesa para que no los sitúen en otro lado como invitados de segunda.

En algún momento se pudo pensar que el procés tendría un final quizá dramático, quizá homérico, pero era difícil prever un final tan ridículo.

Paradójicamente fue Tarradellas quien dijo, certeramente, que en política se puede hacer todo salvo el ridículo. Difícilmente habría imaginado entonces que sus epígonos alcanzarían estas cotas.

Los indepes de primer rango, pero también los adláteres como Ada Cola, han acabado asumiendo que el procés requiere grandes gestos. Colau acaba de tocar la gloria al vetar una estatua de Copito de Nieve, el único gorila albino conocido, por vincularlo al colonialismo sobre Guinea. ¡Qué digna sucesora de Amílcar Cabral! Alguno podrá pensar obtusamente que se trata de una gilipollez, pero eso es porque una mirada imperialista heteropatriarcal le deteriora la sensibilidad para valorarlo en su justa medida. En otros momentos épicos, algunos jefazos del procés incluso han cambiado el nombre a una calle, para borrar por ejemplo a Cervantes y hacerle sitio a Patufet. Viva la raza. Cada 1-0 rinden homenaje a las urnas de Todo a 100. Y hacen ruido en el Camp Nou en el minuto 17:14. Peregrinan a Waterloo a cargo del contribuyente, con el mismo espíritu con que se va a la Meca. Tiran de atrezzo a falta de mensaje parlamentario con los numeritos de Rufián. O Guardiola hace la enésima comparación boba ante los medios internacionales al terminar el entrenamiento del Manchester City. El procés de independencia está hecho de grandes nombres y grandes momentos.

Claro que todo esto podría estar más que desbaratado, al menos en el descrédito del puro ridículo, de no interesar a los partidos de izquierda para garantizarse unos votos cruciales en la aritmética parlamentaria. De ahí que el nacionalismo, ya sea carlista o marxista, puigdemoníaco o cupero, esté bendecido con el sello de progresista. Pedro Sánchez sabe que el precio del apoyo del nacionalismo catalán es barato. Do ut des. Más allá de algunos fondos extraordinarios, solo necesita mirar para otro lado en los momentos en que actúan deslealmente, denigran las instituciones españolas o incluso desacreditan al país en foros internacionales. Y le basta con tener un ministro siempre a mano para avalar su relato, ya sea Iceta o el procesista Subirats, como hacía el propio Pablo Iglesias antes de entregarse directamente a Roures, silenciando episodios como el apoyo de Putin que ahora urge blanquear para olvidar qué lugar eligieron en la historia. Definitivamente sale barato.

Solo hay que contener la risa, eso sí, cuando el Molt Honorable o la alcaldesa de Barcelona demuestran su coraje independentista no posando con el Rey… cinco minutos antes de sentarse con él a cenar.

–Majestad, ¿no es magnífico este cava?

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