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Jorge Vilches

Que invente la ultraderecha

«Sin el recurso del miedo a la ‘ultraderecha’, el sanchismo lo tiene complicado para movilizar a los suyos»

Opinión
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Que invente la ultraderecha

Santiago Abascal. | Europa Press

El sanchismo lo va a tener difícil. Desde la «foto de Colón» ha hablado del peligro de la ultraderecha. Tras el desalojo del PSOE de la Junta de Andalucía en 2018 hablaron de «alerta antifascista». Las etiquetas de trazo grueso y el llamamiento a las emociones contra el enemigo han servido al sanchismo hasta ahora para ocultar la negligencia gubernamental y justificar la ingeniería de almas. 

Las izquierdas y sus aliados nacionalistas intentaron forjar el espíritu del nuevo régimen político con el mito del cordón sanitario a la «ultraderecha». Un sistema nuevo, como anunciaron Sánchez e Iglesias, forjado sobre el progresismo del Estado plurinacional con derecho de autodeterminación, ecologista y feminista. Todos los regímenes tienen un mito fundacional para que sus creadores se apropien de él, y que sirve para excluir al otro. Ellos querían uno.

El problema lo tienen ahora, cuando esa presunta «ultraderecha» ha llegado al poder en una autonomía. Los progresistas han tildado de extrema derecha a todo lo que estaba más allá del PSOE, desde Albert Rivera, a Rajoy pasando por Casado y Feijóo, y, por supuesto, Santiago Abascal. José Blanco, zapaterista de infausto recuerdo, sacó aquello de «derecha extrema» y «extrema derecha» que ahora repite Adriana Lastra sin saber mucho a qué se refiere. 

Todo este mundillo progresista ha llamado «ultraderechista» al cuestionamiento de su religión secular, de los pilares de su hegemonía cultural. En concreto: el feminismo de discriminación positiva, la memoria histórica y la inmigración buenista. 

Ahora resulta que cuando el PP y Vox pasan sus ideas a un papel, a un programa de gobierno, no hay nada que albergue la mínima sospecha de que se cae en el fascismo. Para empezar se amplía la protección de los derechos contra los violentos sin eliminar la ley de violencia de género. A esto le sigue una ley de concordia histórica, no de enfrentamiento ni guerracivilista. Además, dicen que están de acuerdo con la acogida de la inmigración legal. Y concluyen con una promesa de bajada de impuestos y de mejorar la gestión de lo público, respetando la vida privada de la gente. 

El conjunto no corresponde con las alertas antifascistas que pregonaban las izquierdas y sus nacionalistas. Ya no cuela que bajar los impuestos suponga quedarse sin sanidad y sin educación, porque en Madrid se bajan y no pasa nada, todo lo contrario, mejoran esos servicios. Lo que la gente empieza a captar es que si no se reduce la carga impositiva se quedan sin empleo, sin empresas y sin dinero en el bolsillo

Exigir un «cordón sanitario» a quien amplía las garantías contra la violencia, reduce la injerencia gubernamental y permite más libertad es francamente ridículo. De hecho, dicho llamamiento ya no funciona electoralmente, y la gente se ha dado cuenta de que tanta demagogia gubernamental solo sirve para distraer de su inoperancia. 

El sanchismo está obligado a cambiar el registro, a dar un giro discursivo para que sus portavoces no suenen patéticos si quiere seguir en el poder. No hay nada más destructivo para un político, sobre todo cuando gobierna un país, que usar la solemnidad para decir algo que todo el mundo considera una tontería

Sin el recurso del miedo a la «ultraderecha», el sanchismo lo tiene complicado para movilizar a los suyos. El voto emocional se cotiza bajo en una crisis económica. Y menos aún si la retórica sentimental está desfasada y es incoherente. Esa incongruencia ha quedado ahora en evidencia: mientras el PP y Vox hacen un programa de gobierno muy corriente en Castilla y León, el PSOE sigue abrazado a los estandartes del totalitarismo nacionalista y comunista. 

No quedan muchas salidas al sanchismo para crear un discurso que contrarreste el fin del miedo a la «ultraderecha». Los cabeza de huevo de Moncloa tendrán que idear algo. Queda descartada la vuelta del franquismo y de la Sección Femenina de Falange. Tampoco podrán decir que Mañueco y García Gallardo son putinescos, teniendo a Enrique Santiago, del PCE, y a otros podemitas y cuperos que despreciaron a Zelenski y apoyan a Sánchez. Lo tienen difícil salvo que a los de Vox les dé por alguna extravagancia.

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