La perspectiva de Vladímir Putin
«Es posible que Putin solo piense en su legado. Y la grandeza de Rusia se mide en territorios»
«El tiempo lo pondrá todo en su sitio», declaró Vladímir Putin esta semana. Y tiene razón. Más que nada porque es una obviedad. El tiempo pasa inexorablemente para todo y todos, y las corrientes de fondo suelen acabar imponiéndose. Pero me temo que la reflexión del presidente ruso iba un poco más allá.
¿Se acuerdan de cuando las tropas estadounidenses ocuparon Ciudad de México en 1847? Tardaron una semana en conquistarla y no escatimaron en robos, asesinatos y violaciones. Sobre todo por parte de los efectivos irregulares, las milicias, que se unieron a la invasión.
Los gringos tampoco salieron ilesos. De hecho, la Guerra Mexicana, como dicen ellos, sigue siendo la guerra extranjera de EEUU con mayor índice de mortandad entre sus propios soldados. Participaron cerca de 90.000 y perecieron unos 14.000. Un 15,5%.
Entonces, ¿se acuerdan de la anexión de la mexicana Texas? ¿De cuando el general Santa Anna, que había vuelto de su exilio cubano para defender México, abandonó la capital después de abrir las cárceles ante la llegada de los invasores?
Yo tampoco. Por eso he tenido que buscar estos detalles en internet.
La cuestión es que, en 2022, no hay nadie sobre la faz de la Tierra que todavía espere que Texas se reincorpore a México, el país al que una vez perteneció. Las fronteras se cambiaron a sangre y fuego. Los periódicos se llenaron de horrores. Las familias probablemente contaron historias durante generaciones. Hoy, nadie se acuerda.
Y estos son, precisamente, los términos en que piensa ahora mismo Vladímir Putin.
El asedio de Mariúpol, las atrocidades de Bucha o el hundimiento del buque Moskva tienen fecha de caducidad en nuestra memoria. Quizás nos acordemos de ello hasta que seamos viejos, pero nuestros nietos y bisnietos lo olvidarán. Y es lógico. Ellos también estarán ocupados con sus guerras y sus problemas.
Uno de los biógrafos más brillantes del presidente ruso, el periodista Mijaíl Zygar, dice que Putin ya no vive en el presente, sino en los libros de historia y en las ensoñaciones de mundos futuros. El dictador ha cortado lazos incluso con sus viejos amigos. Ya no celebra encuentros ni barbacoas, ni se interesa particularmente por cosas como la inflación o la pandemia de coronavirus.
Ahora que está a punto de cumplir 70 años, y que hay sospechas, basadas en el alto número de visitas de médicos a su residencia, tal y como destapó la web independiente Proekt, de que no se encuentra bien de salud, es posible que Putin solo piense en su legado. Y la grandeza de Rusia, un país que ha crecido una media de 120 kilómetros cuadrados al día desde su fundación, se mide en territorios.
Cuando las calamidades que saturan a diario nuestra dieta informativa queden atrapadas en el recuadro de un libro de texto o en la subsección de una entrada de Wikipedia, el mapa de Rusia lucirá más amplio: incluirá los territorios de Novorrosiya y una atractiva panoplia de puertos nuevos en el Mar de Azov y el Mar Negro. La efigie de Putin podría entrar en el sangriento Olimpo de los grandes líderes rusos.
Pero quizás la corriente de fondo apunte en otra dirección, y se imponga de otra manera. Y sea Ucrania, a la vista de su consolidación socioeconómica de los últimos años y de su desempeño en esta guerra, la que prevalezca y se gane el derecho a que la dejen tranquila. Al fin y al cabo, el tiempo lo pone todo en su sitio.