En Tordehumos absuelven a Jesús
«En España, más que ateos hay poscristianos, porque a poco que escarabajees un poco, te encuentras en ellos alguna una idea cristiana travestida en ilustrada»
Si la Navidad parece despertar la bilis negra de los melancólicos contra el cristianismo, la Semana Santa se ha convertido en un espectáculo cultural que recorre orgulloso nuestras calles. Y como esto último no me parece mal, voy a ver si consigo animar a los ateos a ver de esta manera a los cristianos, como un espectáculo cultural.
No le pido a nadie -¡faltaría más!- que sea cristiano. Si algo no se puede ni imponer ni pedir es la fe, pero sí me voy a atrever a pedir a los ateos, en aras de la honestidad intelectual, que, ya que no hay un terreno intermedio entre la creencia y la increencia, se acerquen al borde de la creencia con una mirada desarmada; con la curiosidad, al menos, con que se dirigirían a la religión y prácticas culturales de una tribu amazónica que creyera en una figura similar a la de Jesús. Creo poder asegurarles que disfrutarán de un espectáculo excéntrico, grandioso, muy raro… y quizás en vías de desaparición. Que se acerquen con una curiosidad antropológica a lo que no comprenden, sobre todo, porque no lo comprenden, pero también porque es bien posible que lo que creen comprender esté articulado con la negación burlona de lo que no comprenden. En España, más que ateos hay poscristianos, porque a poco que escarabajees un poco, te encuentras en ellos alguna una idea cristiana travestida en ilustrada. No me parece mucho pedir, porque si no han comprendido el cristianismo, difícilmente estarán en condiciones de refutarlo. Y un verdadero racionalista sólo acepta la victoria conquistada por medios racionales.
Aceptemos como hipótesis que la diferencia entre fe y razón viene siendo acrecentada por la dirección misma de la flecha del tiempo; es decir, aceptemos la hipótesis de que el progreso del tiempo trae consigo el avance ineludible de la increencia por una exigencia de racionalidad. Es esta una hipótesis que, para mantenerse firme, nos debería explicar también el miedo creciente al futuro en los países más desarrollados. Pero sigamos. Si el increyente fuese más racional que el creyente, más motivos tendría para interesarse respetuosamente por el mito cristiano, porque este, desnudado de fe, no deja de recoger una historia de una enorme dimensión poética sin la cual resulta incomprensible hasta el mismo paisaje europeo. Al menos por una cuestión de ecología cultural, el cristianismo bien merecería un respeto. No vaya a ser que los cristianos, en Europa, sean como elfos en retirada.
Dirijámonos mutuamente una mirada desarmada. Quizás así hasta el más ferviente ateo pueda reconocer en una misa, por ejemplo, una celebración de la pulcritud y el más fervoroso cristiano podrá aceptar que se puede tener una conciencia rigurosa del deber moral sin necesidad de derivarlo de algún principio religioso (no sé si se puede decir lo mismo de la estética: ¿hay estética sin piedad?).
Pero quedémonos en la antropología cultural tal como se nos manifiesta en un hecho que tuvo lugar a finales del siglo XVI en la villa realenga de Tordehumos, localidad de la ribera del río Sequillo que se encuentra a unos 50 kilómetros de la ciudad de Valladolid. Su nombre parece derivarse de Otero. En una escritura del año 974, se le llama Autero de Fumus. Es sabido que, durante siglos, especialmente en las zonas fronterizas, existió un sistema de alarma a base de fogatas que se encendían en lo alto de determinadas torres para producir señales de humo durante el día y señales luminosas durante la noche. Tor-de-humos sería, pues, la Torre de humos. Y si me perdonan la excursión etimológica por el nombre de un pueblo que hoy no debe superar los 400 habitantes, volvamos a nuestra senda.
Es bien conocida la afición a los espectáculos teatrales de nuestros pueblos, al menos hasta que la televisión vino a vaciar de «comedias» sus plazas. Durante siglos no perdían ocasión para montar un tablado y convocar a los mejores aficionados del lugar para representar un auto de Navidad o del Corpus. Un buen ejemplo de la intensidad con la que se vivían estas representaciones nos la proporciona el Tordehumos de 1579.
Según una relación de los Bibliófilos españoles, en esta villa había un hombre que por miedo a un mercader al que le debía una buena cantidad de dinero, se había refugiado en la iglesia mayor, de donde evitaba salir bajo ningún pretexto. Pero el mercader, que andaba lógicamente interesado en recuperar su dinero, no dejaba de pensar la manera de recuperarlo. En estas estaban uno y otro cuando «ciertos hombres determinaron representar un Auto para regocijar la fiesta del Santísimo Sacramento», pero como el hombre «retraído en la iglesia» era el mejor «para representar, rogáronle que quisiera representar la figura de Cristo», ya que se trataba de escenificar la secuencia del Huerto de los olivos. Éste se negaba a actuar por miedo a la justa indignación del mercader, pero los promotores del auto lo convencieron con el argumento de que no corría ningún peligro, pues nadie lo reconocería por estar bien disfrazado y, además, se levantaría «el andamio en que habían de representar junto a la iglesia».
En cuanto el hombre aceptó, un alguacil corrió a contarle al mercader lo que se preparaba y a asegurarle que estaba puesto a prenderlo si le diese una cantidad razonable de dinero que se concretó en siete ducados. El alguacil convino «con uno de los representantes, que era muy amigo suyo y había de representar la figura de Judas» que en el momento en que fuera a darle el beso traidor, empujara con fuerza a Cristo, sacándolo del escenario, porque fuera de él, lo podría tomar preso.
Así se ejecutó todo. «Apenas fue caído como ya fue arrebatado y prendido», pero aquí también la realidad y la fe se hicieron cómplices. Ya saben ustedes que llamamos mundo a lo que nos dioses nos entregan a cambio de la fe que depositamos en ellos.
«Visto por el representante que hacía la figura de Cristo la traición que el Judas le había hecho, que por irle a dar el beso le había derribado y puesto en manos de la justicia, volvió la cabeza con buen semblante al que representaba la figura de San Pedro diciéndole: Y vos, Pedro, ¿qué decís? Y apenas lo hubo bien dicho, cuando el Pedro echó mano a un terciado [una espada corta de hoja ancha] que traía y dio con él tan gran golpe al alguacil que había prendido al Cristo, que le abrió la cabeza».
Inmediatamente acudieron los alguaciles que estaban contemplando el espectáculo «y prendieron a todos los representantes y al mercader a quien se debía la deuda, y dieron con ellos en la cárcel».
Hubo juicio y esta fue la sentencia:
«Primeramente mandamos que a Judas, por la traición y maldad, le sean dados seiscientos azotes. Al San Pedro declaramos y damos por buen Apóstol y fiel, y al Cristo damos por libre y que no pague la deuda. Y al mercader que pierda la deuda, y al alguacil que se cure de la dicha herida a su costa».
Apelaron la sentencia el mercader y el alguacil, pero en Valladolid no solamente la confirmaron, sino que «también loaron la prudencia del juez, que había sentenciado».
Permítanme animarles, amables lectores, a llenar de historia la España despoblada, para que susurren sus memorias las voces de los muertos, que son nuestros abuelos.
No me digan que no merece la pena recoger estas historias. Pero añadamos que sin saber lo que es el cristianismo, no se entienden.