THE OBJECTIVE
Ramiro Villapadierna

Otra corrección es posible

«Asistimos en las últimas dos décadas a una recesión, apreciable, progresiva de nuestra libertad de hablar y de crear. ¿Entramos en un nuevo ciclo puritano en la historia?»

Opinión
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Otra corrección es posible

El escritor Mario Vargas Llosa. | Reuters

Hablar, informar, escribir, crear está cada vez más sometido a directrices, tecnologías, temores y moralidades.

Una tormenta perfecta de elementos confluyen en una era de incertidumbre que puede empezar a gangrenar nuestras libertades creativas: las series que vamos a ver, la música que vamos a escuchar, las novelas que leeremos en los próximos veinte años.

Las libertades culturales parecen en recesión y resultan ya crecientemente cuestionadas, como en tiempos totalitarios. «Entiéndelo», te dicen. «Entiéndelo». Era la frase que te decía «tu vigilante» de la Stasi (policía secreta de la Alemania comunista) para ayudarte a no caer en la tentación.

Y para los medios de información -hoy ya volcados a la mera comunicación si no al puro espectáculo- una conjunción de desinformación, autocensura y descreencia del ciudadano, puede terminar hiriendo de muerte a lo que la sociedad urbana burguesa occidental llegó a llamar con orgullo el cuarto poder.

Hemos pasado de la necesidad del otro, que hablaban los griegos y los cristianos, a la necesidad de suprimir al otro

¿Entramos en un nuevo ciclo puritano en la historia? ¿Se ha pasado de la corrección a la dominación por el lenguaje? ¿Existe un activismo liberticida? Asistimos a la vez a una industria de la desinformación, a un negocio del ruido, al tiempo que a un nuevo leviatán, de dirigismo tecnológico y de dirigismo estatal. De compliance en la gran empresa se ha pasado a la pura complicidad como nueva prescriptora cultural. De la necesidad del otro, que hablaban los griegos y los cristianos, a la necesidad de suprimir al otro. Del nuevo supremacismo sentimental sobre el bien común, y su impacto en leyes que se escriben en piedra. Sobre el estado de la libertad de cátedra, hoy, y si la otra universidad libre fabrica nuevos índices censores. De la dificultad de crear guiones o canciones en tiempos de sospecha. Del fin del humor y el miedo a ser el único que te ríes.  

De esto quiere ocuparse la Cátedra Vargas Llosa, a ello se suma THE OBJECTIVE y el apoyo del Santander, e inauguramos con ello un ciclo de conversaciones de expertos, que irán tomando el pulso al estado de las libertades culturales hoy y cómo afecta a nuestra espacio de temores cotidianos, por no hablar de cómo bromeamos.

La incomodidad es la primera señal de alerta de la falta de libertad. Cuando uno puede hacerte sentir incómodo, te está quitando ya parte de tu dignidad; un centímetro más allá y se abre el nebuloso pantano de la incertidumbre. ¿Qué puedo decir? ¿Qué puedo o no escribir? ¿Es esto un chiste, puedo o no reírme? ¿Tengo permiso?

Cuando en una cena, en una capital occidental, entre gente formada y realizada, incluso de posibles, los interlocutores inician su frase con «bueno, yo no sé si esto hoy se puede decir así, pero si me perdonáis diría que…». Y resulta que este interlocutor es una arquitecta de éxito, un abogado reputado, un creativo formado en lo mejor, es decir, gente estudiada y viajada como nunca la hubo, pero sin embargo empapada hoy de incertidumbres, esto sólo puede querer decir que hasta los más preparados son nada ante el temor. Y ante quien maneja el temor.

Así son los totalitarismos, por si ya nadie los ha conocido de primera mano: la incertidumbre es la gangrena de la libertad. Y en el campo de los creadores, de la espontaneidad.

Me refiero a no tener que preguntarme todo el rato cómo decir lo se me ocurre, poder escribir y titular como me pide la inspiración, a no tener que adecuarme al formato de lo que «se lleva», a no temer una lista negra ni temer no no ser aceptado, a no desesperar por parecer correcto cuando más bien soy cobarde, a no aceptar la división de todo por colores, encasillamientos y marcas, a no temer no volver a trabajar por lo que he dicho o escrito, a no tener que dejar de bromear, o a tragar saliva antes de hablar en una universidad, a no temer enfadar a las empresas que temen enfadar a sus clientes.

Eso es lo nuevo. Y a esa tenaza,  perversamente se le ha llamado corrección. Como a la tenaza correctora, después del 68 en Praga, o en los planes de Convergencia i Uniò de los 80, se le llamó «normalización».

Los enemigos de la libertad no son siempre los que se oponen a tu libertad y a lo que dices, sino antes bien los que van prescindiendo de sus libertades

Pero los enemigos de la libertad no son siempre los que se oponen a tu libertad y a lo que dices, sino antes bien los que van prescindiendo de sus libertades, y de decir lo que piensan, poco a poco. Los que las descuidan, desvalorizan y las dan por obvias y asentadas. Los hijos y nietos de la libertad, ricos herederos de un legado que no calibran y por el que no sabrían luchar. Los que, como con el agua corriente, creen que es un derecho evidente y eterno… hasta que uno se encuentra un aviso de avería y corte en la escalera. O en un Sarajevo súbitamente asediado y la llave del agua está del otro lado de tus trincheras.

Este proyecto «Cultura Abierta o Cancelación» ha tenido sus dificultades, pese a que vivamos en una sociedad libre. No saben la cantidad de nombres que nos han fallado, que nos han cancelado. Me refiero a periodistas, no a notarios ni sargentos. Y esto, en el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Preguntarse por la libertad no está bien visto. Yo que viví en los regímenes comunistas les diré que allí tampoco lo estaba.

Mi pregunta sería, pues: ¿se están conculcando poco a poco ante nuestra mirada distraída -sólo a veces preocupada- los principios de la Ilustración europea de «libertad, igualdad y fraternidad»?

La Cátedra Vargas Llosa quiere enarbolar la bandera de la defensa de la corrección, pero de la corrección que ha levantado nuestra civilización

Porque tú deberías sentirte tan «libre» para decir y crear como yo; porque tú deberías poder hacerlo «igual» y tanto como yo; y porque yo «solidariamente» debería proteger el que tú pudieras hacerlo y decirlo, cómo y cuándo te viniera en gana. Esté o no esté de acuerdo, tú libertad debería seguir estando por encima de mis propios gustos y sentimientos.

La Cátedra Vargas Llosa quiere enarbolar la bandera de la defensa de la corrección, pero de la corrección que ha levantado nuestra civilización, la única de la comprensión, la educación y el respeto, no la del índice moral que ha caído en manos de grupitos militantes sectarios, los que recurrentemente a lo largo de la historia han asomado la cabeza en el momento preciso, para arrojar a pueblos, religiones  e ideas políticas a los pasajes más negros de su legado. Son pocos pero siempre han estado ahí, vestidos con una túnica o con otra, a la espera del momento. Éste momento, el hoy, no podemos entregárselo porque es nuestro tiempo y el que vamos a vivir. Otra corrección es posible y lo merece. Pero no es ésta. Esta lacra.  

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