La deuda de Ucrania con Rusia
«Una cosa son las lágrimas y los mensajes fraternales en los telediarios y otra, la cartera»
La solidaridad de la Unión Europea y de los Estados Unidos con la Ucrania invadida está siendo mucha, pero no tanta como para evitarle a Zelenski la sangría financiera de verse obligado cada fin de mes a continuar pagando religiosamente a todos y cada uno de sus acreedores occidentales, empezando por el Fondo Monetario Internacional, el principal y los intereses de la deuda pública exterior que arrostra el país desde casi el instante mismo de la declaración de la independencia nacional, va ahora para treinta años. Porque una cosa son las lágrimas y los mensajes fraternales en los telediarios y otra, la cartera. Como siempre que los sentimientos y lo emocional se apoderan de los discursos políticos, en el caso del conflicto de Ucrania se tiende a ignorar lo obvio. Y lo obvio remite a que ese territorio ahora soberano no sólo formó parte de la Unión Soviética, sino que resultó ser, junto con la propia Rusia, una de sus partes constituyentes fundamentales. Lo obvio es la honda raíz soviética de Ucrania.
De ahí que el devenir ucraniano posterior al derrumbe de la URSS poseyera tantas características similares a las propias de la Rusia postcomunista. Sin embargo, en Occidente hablamos, por ejemplo, de oligarcas rusos como si no existieran sus pares, los oligarcas ucranianos. Pero existen, claro que existen, pues ambos grupos de cazadores de rentas parasitarias fueron fruto de un mismo proceso de putrefacción institucional, el sobrevenido con la rapiña de las antiguas empresas estatales soviéticas llevada a cabo por la élite dirigente desgajada del PCUS, un bandidaje que se dio exactamente igual en Moscú y en Kiev. De ahí el colapso financiero actual de Ucrania, un desastre que ya se había manifestado en toda su crudeza con anterioridad a la invasión militar. Y es que, pese a que Ucrania no heredó ni un solo céntimo en concepto de deuda exterior en el instante de la disolución de la Unión Soviética, el control del nuevo Estado por parte de la nomenklatura empresarial ahora privada forzó la práctica inexistencia de los tributos en el nuevo país.
Resulta que el único árbitro legitimado para poder decidir si Ucrania seguía obligada o no a devolver ese dinero que le adelantó Putin era una institución judicial que posee su sede en la ciudad de Londres.
Los oligarcas, simplemente, no pagaban impuestos. Así de sencillo. Por tanto, el Estado ucraniano solo podía financiarse vía la emisión de títulos de deuda. Una deuda que, ya se ha dicho, ha seguido amortizándose, y sin rechistar, hasta hoy. Si bien existe una emisión particular de esos títulos que Ucrania ha dejado de abonar a su acreedor. Se trata de los tres mil millones de dólares que en su día le prestó Rusia, o sea Putin. Un asunto, el de la deuda rusa, del que casi nadie quiere hablar; sobre todo, en Inglaterra. Porque, de entrada, parece razonable repudiar el pago de una obligación con un tercero si quien te prestó el dinero decidió acto seguido anexionarse por la fuerza una parte de tu país, la península de Crimea por más señas. Pero resulta que el único árbitro legitimado para poder decidir si Ucrania seguía obligada o no a devolver ese dinero que le adelantó Putin era una institución judicial que posee su sede en la ciudad de Londres.
Ocurre que los tres mil millones de dólares que Putin puso en manos de Yanukovich, el presidente prorruso derrocado tras la revuelta del Maidán, fueron entregados a Ucrania en Irlanda por una compañía financiera en apariencia privada, pero cuyas acciones eran todas propiedad del Estado ruso. Por lo demás, las dos partes acordaron que la justicia británica decidiría en última instancia ante cualquier discrepancia sobrevenida entre ellas. Así las cosas, un juez inglés se encargaría de establecer si la Ucrania invadida y masacrada por su prestamista continuaba estando obligada a respetar los pagos puntuales de aquella financiación. Y resulta que el juez inglés, en efecto, decidió en conciencia tras estudiar el caso. Y su dictamen fue que sí, que Ucrania tenía que devolver hasta el último dólar prestado por Rusia en 2013, ya que la pequeña circunstancia baladí de que el país deudor haya sido ocupado y destruido a lo largo del último mes y pico por su prestamista carece de relevancia jurídica alguna a ojos del puntilloso jurisconsulto londinense encargado de sentenciar en el contencioso. Un señor juez que, por cierto, se apellida Blair, igual que Tony Blair. Algo nada extraño si se tiene en cuenta que ese juez y el antiguo primer ministro del Reino Unido resultan ser hermanos.