¿Creceremos al 4,3%?
«Como con la crisis pandémica, la económica también nos afectará más que a nuestro entorno»
El Gobierno acaba de enviar a Bruselas su rectificación de la previsión de crecimiento del PIB para el presente año, reduciéndola desde el 7% previsto en el cuadro macroeconómico empleado en su día para elaborar los Presupuestos hasta el 4,3%. La noticia es mala y aun con todo yo suscribiría aquí y ahora que, por una vez, este Gobierno acertará en sus previsiones.
Los antecedentes no le ayudan. Basta recordar que su previsión inicial de crecimiento para 2021 superaba el 7%, que posteriormente la redujo al 6,5% manteniéndola así contra todo y contra todos durante todo el año y que, finalmente, la realidad fue que nuestro PIB aumentó escasamente un 5%. Pero es que, además, varios datos y circunstancias obligan a dudar del realismo de la última previsión de Nadia Calviño para 2022.
De entrada, la atonía mostrada por el PIB en el primer trimestre del año, pues el exiguo 0,3% de crecimiento -en línea con lo sucedido en la Eurozona- no es un buen augurio para lo que queda de ejercicio. En segundo término, las incertidumbres que pesan actualmente sobre la economía mundial y, por ende, sobre la española. La guerra de Putin, su incierta duración, las dudas sobre el nuevo orden mundial que resulte a su fin, el desconocimiento de lo que está sucediendo en Shanghái, son factores que lastran nuestras expectativas de crecimiento.
Como consecuencia de lo anterior, es constatable el pesimismo general que inunda al motor del crecimiento, que no es otro que la inversión empresarial. En 2021 no se ha recuperado ni la mitad de la disminución habida en 2020, pues a la bajada de un 10% en este año le siguió una subida de solo un 4% en el año pasado. Por su parte, los decepcionantes resultados de la última EPA -primer trimestre de 2022-, con la destrucción de 100.000 empleos y el aumento de la tasa de paro, no vienen sino a confirmar el enfriamiento de la economía española.
Junto a ello, la desorientación de nuestras autoridades que vienen aplicando la peor versión del stop and go: ahora insuflo renta disponible a los ciudadanos -como ejemplo, la azarosa bonificación al consumo de combustible-, pero también ahora les detraigo más ingresos -con el mantenimiento de las recientes subidas de impuestos y con el ilegítimo efecto impositivo de la inflación-; ahora indexo determinadas rentas -la prometida y comprometida actualización de las pensiones a la evolución del IPC-, pero también ahora trabajo y abogo para que se contengan otras -moderación en la subida de los sueldos de funcionarios y empleados públicos o límites a la actualización de los arrendamientos de viviendas-; ahora reduzco la previsión de crecimiento económico -como hemos dicho, del 7% al 4,3%-, pero también ahora mantengo los importes de gasto público presupuestado sin reducir o contener sus importes; ahora solicito a la oposición que contribuya a las medidas anticrisis, pero también ahora rechazo pactar con ella su contenido.
Esta conducta errante de los responsables de nuestra economía, unida a la flagrante y creciente descomposición del Gobierno con un indisimulado enfrentamiento entre bolcheviques y mencheviques, provocará desgraciadamente que la nueva crisis económica mundial nos afecte en mayor medida de lo inevitable y que lo haga con una intensidad superior a la que sufran los países de nuestro entorno. Ya sucedió así con la crisis pandémica. Pero resulta evidente que Sánchez y su Gobierno no han aprendido la lección. Eso sí, en lo que son unos artistas es en intentar quitarse cualquier responsabilidad de los malos datos económicos que nos asolan. Según la vicepresidenta Calviño, todo es culpa de Putin y nada es achacable al Gobierno. Ese espíritu auto exculpatorio y esa actitud acrítica no aventuran nada bueno. Cuando no se sabe qué hacer, ningún escenario es favorable. Lo leíamos en Alicia en el país de las maravillas: no hay viento bueno para el navegante que desconoce su rumbo.