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Ignacio Ruiz-Jarabo

Qué bueno es (Sánchez) y qué culito tiene

«Escuchando a Félix Bolaños, uno podría considerar que el Gobierno no es en absoluto responsable del CNI»

Opinión
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Qué bueno es (Sánchez) y qué culito tiene

La exdirectora del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), Paz Esteban. | Europa Press

Antonio Recio, mayorista que no limpia pescado y personaje de ficción de una conocida serie televisiva, aprovecha cualquier situación para, deformando la realidad, autojalearse y autoadularse, atribuyéndose todo tipo de éxitos, sean estos reales o inventados, así como para autoexculparse de cualquier fracaso por mucho que su autoría le corresponda. Suele finalizar cada atribución o exculpación con la conocida frase: «Qué bueno soy y qué culito tengo». Escuchando a Pedro Sánchez y a los suyos es fácil reconocer en ellos una conducta similar a del «payaso justiciero», apodo que se da a sí mismo el citado personaje de ficción.

Empezando por el quilombo de la luz. Se nos quiso vender que el reconocimiento por la Unión Europea de la llamada «excepción ibérica» era otro éxito más de la administración Recio (perdón, Sánchez). ¿Seguro que es así? Recordemos que nuestro presidente de Gobierno realizó una rutilante gira por las cancillerías europeas cuyo objetivo expresado diariamente ante las cámaras televisivas consistía en lograr una posición común de los países de la Unión para modificar el sistema de determinación de los precios finales. Como no lo consiguió, improvisó para traerse a casa el reconocimiento de la llamada «excepción ibérica» lo que inmediatamente fue vendido como un éxito. Curioso, un fracaso en el objetivo perseguido que se vendió como un gran logro.

Para hacer efectivo el pretendido éxito, España y Portugal propusieron a Bruselas topar el precio del gas en 30 euros/Mw. Otro supuesto éxito. Parece que la propuesta ha sido desechada y que, como mucho, nuestros socios llegarían a permitir un límite que casi duplica el propuesto (se maneja 50 euros/Mw como posibilidad). Da igual, es otro éxito de la factoría Sánchez. Pero es que este último ha sido ya anunciado y celebrado por los voceros del presidente, habiendo tenido que desmentir la Comisión que haya sido ya aprobado. En todo caso, no se nos cuenta cómo, quién y cuándo va a asumir el coste de la diferencia entre el precio real que se pague al adquirir el gas y el tope que se acepte para fijar su precio final en los países de la excepción, España y Portugal.

Seguimos con el estrambote del precio del combustible. Frente a la opción sencilla, lógica y aplicada con generalidad por los países de nuestro entorno de bajar la fiscalidad aplicada en el consumo final, el Gobierno decretó una esotérica bonificación al consumidor. Se trataba así de trasladar al consumidor que la reducción de lo pagado se debía a otro éxito más de la Administración Sánchez. Hete aquí que con la medida se hizo recaer sobre las distribuidoras un innecesario coste de gestión, el coste financiero que implica el anticipo del importe bonificado y, sobre todo, el serio problema de liquidez que supone anticipar el importe de lo bonificado. Para evitar este último problema las estaciones de servicio han optado por subir el precio de venta y obtener así la cantidad que vienen obligadas a anticipar, por lo que el efecto de la rocambolesca bonificación se está diluyendo. A la administración Sánchez le da igual, el pretendido éxito ha sido ya vendido y lo que esté pasando después se debe exclusivamente a que, como es sabido, los empresarios son malos, muy malos.

Finalizaremos con el sainete creado alrededor del CNI. Escuchando a Félix Bolaños, uno podría considerar que se trata de un organismo de auxilio judicial, que actúa dirigido por los jueces y del que el Gobierno no es en absoluto responsable. No es así, se trata de un órgano administrativo encuadrado en la Administración del Estado, cuya dirección corresponde a un alto cargo designado por el Consejo de Ministros y, consecuentemente, de cuyas actividades y decisiones debe responder el Gobierno. Que requiera autorización judicial para realizar determinadas actuaciones no contradice lo anterior. Pero claro, con sus malhadadas manifestaciones, Bolaños ha pretendido salvar la contradicción de Sánchez, cuyo gobierno consideró con razón que la conducta de los líderes independentistas catalanes podía suponer un peligro para el Estado -de ahí la decisión razonable de espiarles-, pero al tiempo se avino a conformar con ellos la mayoría parlamentaria que sustenta al Gobierno. La contradicción existió -existe-, por mucho que el ministro de la Presidencia la quiera camuflar.

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