La suma de los peores augurios
«Es la suma de todos los peores augurios: las previsiones de crecimiento se revisan a la baja, las de inflación al alza y los tipos de interés solo suben»
Las palomas se han rendido a los halcones. Y siguiendo la estela de la Reserva Federal estadounidense y el Banco de Inglaterra, el Banco Central Europeo adelantará a julio la subida de los tipos de interés en la eurozona para contener una inflación que ha superado una y otra vez todas sus predicciones y que en abril llegó al 7,5%. La decisión pondrá fin a ocho años de tasas negativas. A la merma del poder adquisitivo que ha supuesto las constantes subidas de los precios se suma ahora el encarecimiento del crédito. Una fatal combinación que asestará un duro golpe al renqueante crecimiento que venían mostrando la mayoría de economías de la eurozona. Vuelve el miedo a la recesión. Es la suma de todos los peores augurios: las previsiones de crecimiento se revisan a la baja, las de inflación al alza y los tipos de interés solo suben.
Se mire por donde se mire, la capacidad para enderezar la situación es muy limitada. Los precios del petróleo siguen su escalada. Y el recién anunciado bloqueo de la UE al crudo procedente de Rusia por su invasión de Ucrania solo intensifica esta tendencia. La guerra se prolonga y con ella la crisis energética. La desglobalización, iniciada por las sanciones de EEUU a China y agudizada por la incapacidad de satisfacer la demanda desbocada en la postpandemia por los problemas en las cadenas de suministro internacionales, también pesa sobre el crecimiento. Los mercados, nerviosos, un día se precipitan al vacío con pérdidas récord, al siguiente recuperan parte del terreno perdido y al otro sufren un nuevo descalabro. Bienvenidos a la era de la inestabilidad permanente.
En el caso de España, el margen de maniobra es incluso menor. Todos los datos reflejan una situación económica más comprometida que la de sus socios europeos: su PIB es el más alejado de los niveles pre-pandemia, su déficit estructural es el más alto de la eurozona y la deuda pública se sitúa en el 120% de su PIB. Pero también en la inflación es campeona. A pesar de bajar del 9,8% de marzo al 8,4% en abril, la tasa subyacente, que indica la tendencia de los precios al margen de los elementos más volátiles como la energía y alimentos, se elevó al 4,4%, el nivel más alto desde 1995. Desequilibrios que en épocas de mayor escrutinio de los riesgos económicos y políticos del país deudor por parte de los inversores, solo pueden perjudicar a nuestra economía.
De ceder a las más que comprensibles exigencias de subidas salariales para amortiguar la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores, a este difícil cuadro macroeconómico se añadiría el riesgo de convertir en estructural una subida de los precios que aún tiene margen de ser coyuntural. España se arriesgaría a perder competitividad frente a los socios que de momento resisten a las presiones a subir los salarios y buscan otras vías para compensar el aumento del coste de la vida de las familias. El BCE sigue confiando en que en la segunda mitad del año se corrija la inflación, cuya subida ha estado sobre todo ligada al aumento de los precios de la energía. Pero si el BCE se ha equivocado sistemáticamente en sus predicciones desde la salida de la crisis, ¿por qué iba a estar en lo cierto ahora?
Mientras esa corrección llega, hay medidas temporales que se podrían aplicar. Propuestas como la lanzada por Alberto Nuñez Feijóo, el nuevo líder el PP, que persiguen aliviar el empobrecimiento que causa la inflación en miles de familias sin comprometer la competitividad de la economía, ha sido incomprensiblemente rechazada por el Gobierno más-progresista-de-la-historia que lidera Pedro Sánchez. ¿Cabe esperar que en la tramitación del proyecto de Ley del plan de choque ante la guerra de Ucrania aprobado esta semana en el Congreso gracias a Bildu, el grupo socialista cambie de parecer? ¿Bajar impuestos para combatir los efectos de la inflación? Sí. Sobre todo si esta está destinada a compensar la pérdida de poder adquisitivo de las rentas medias y bajas que en muchas ocasiones acaban enfrentándose a desoladoras disyuntivas: ¿reducir la cesta de compra o pagar la electricidad? Las familias con ingresos inferiores a los 40.000 euros anuales se verían beneficiadas por estas rebajas.
El plan económico de Feijóo, en el que han participado desde antiguos ministros a autoridades económicas de la sociedad civil, incluye una rebaja del IVA al 5% frente al 10% sobre el gas o la electricidad como permite Bruselas y la creación de incentivos fiscales en actividades que promueve la UE con los fondos de recuperación Next Generation. Unos fondos que como revela un reciente estudio de Esade EcPol eleborado por el profesor Manuel Hidalgo, se están canalizando más lentamente de lo deseado. De los 19.000 millones de euros aprobados, las licitaciones ascendían a 5.000 millones a finales de febrero y en más de un 50% han ido a parar a empresas públicas, fundamentalmente Adif. El destino fundamental ha sido la construcción de infraestructuras.
Pero es que además el coste del plan de Feijóo, que oscilaría entre los 7.500 y 10.000 millones de euros dependiendo de su duración en el tiempo, se sufragaría con los ingresos fiscales extraordinarios que ha registrado el Estado solo por la subida de los precios vía impuestos indirectos. Así, si en los presupuestos de este año se contaba con un incremento de los recaudación fiscal de 9.000 milones para todo 2022, solo en el primer trimestre se han ingresado 7.500 millones. Y la Autoridad Fiscal prevé que este año se recauden 18.000 millones más. Es dinero que se devolvería a los ciudadanos que más lo necesitan. Países como Italia, con Mario Draghi al frente del Gobierno, o la Francia del recién reelegido Emmanuel Macron, ya han aplicado una rebaja fiscal de características similares, en ep primer caso, y propuesto nuevas recortes fiscales, en el segundo.
Para conjurar en casa los peores augurios que se ciernen sobre la economía mundial son necesarios grandes pactos como el propuesto por Nuñez Feijoo. Dejar de lado el politiqueo y volver a la política, a la búsqueda de los grandes consensos. Son descomunales los desafíos externos e internos. La inestabilidad económica ha de ser compensada con al menos una estabilidad política que hoy, con un Gobierno en entredicho por todas las ramificaciones del caso de espionaje Pegasus, brilla por su ausencia. De lo contrario nos arriesgamos a no superar la prueba de escrutinio a la que sin duda nos someterán unos inversores cada vez más temorosos y nerviosos y de los que dependemos para seguir financiando la deuda y mantener nuestra estabilidad financiera.