THE OBJECTIVE
Daniel Capó

La conjura de los injustos

«Nos dirigimos hacia una ruina económica y social que, de paso, terminará por descapitalizar intelectualmente al país. Siempre nos quedará TikTok»

Opinión
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La conjura de los injustos

Olivier Bergeron | Unsplash

En España hubo hasta hace unos años una hipótesis moderantista, a la que yo mismo me adherí, y que desembocó en Unidas Podemos, Vox, el procés en Cataluña y… en Pedro Sánchez. Es decir, que la aspiración –creo que legítima– de pensar en un país guiado por la razón y por un europeísmo matizadamente ilustrado fue sustituida por el dictado electoral de las emociones, lo cual no deja de ser también una fórmula racional bastante práctica. Si, en un mundo sin raíces, las emociones identitarias dan votos, ¿a qué complicarnos la vida en cosas de afrancesados? Ya nos entendemos, la ingenuidad consistía en creer que las elites serían responsables y que la política consistiría en algo distinto a controlar el poder. La magnitud de tot plegat –que diríamos en catalán– es tal que pocas esperanzas se pueden ya conservar en nada que no sea más de lo mismo hasta el día final. Nadie –y menos si vive de la política– se pega un tiro en su propio pie.

Que todo pudo ser distinto lo demuestra el hecho de que, durante un tiempo, lo fue. La hipótesis de la moderación venía a ser la del consenso del 78, la paz civil y el horizonte comunitario de la Unión. Como el hombre moderno no parece creer sino en los hechos, el crecimiento de la renta per cápita, la recuperación de las libertades, el despliegue del Estado del bienestar y el desarrollo de las infraestructuras públicas deberían haber bastado para afianzar las bondades del 78. Pero he dicho que el hombre moderno parece creer sólo en los hechos bien a sabiendas, porque en realidad sucede todo lo contrario y los hechos no importan a nadie, salvo cuando interesan por cualquier motivación bastarda. La política es la conjura de los injustos, aunque siempre haya –gracias a Dios– unos pocos justos en cualquier gobierno que sostienen las instituciones. Porque del reformismo no queda nada, ni con la presión europea ni sin ella, derribado por los vientos del posliberalismo, que no son –me temo– los clásicos del conservadurismo y de la socialdemocracia, sino los de una vida convertida en videojuego. Ya ven que hasta el Museo del Prado –esa «roca de España», en palabras de Ramón Gaya– se ha pasado al TikTok.

Del cartujo Porion se afirmaba que no había pronunciado una palabra banal en su vida; mientras que ahora, de la tropa que nos gobierna, diríamos –tanto da si es aquí o allá– que no hemos escuchado una sola propuesta sólida. Quizás exagero, pero traducir la política al lenguaje del TikTok tiene estas cosas, a saber, que te hace incluso pensar que las conferencias con PowerPoint son un asunto serio. En Baleares, el Govern ha creído adecuado gastar una parte de los fondos europeos de recuperación en subvencionarnos las vacaciones en cualquiera de nuestras islas hermanas. Otras autonomías se gastarán el dinero en ferias patronales o en celebraciones festivas de uno u otro cuño, pues siempre hay prioridades. Yo, si fuera alemán, no soltaría un euro, la verdad. Es Virgilio quien nos recuerda que, después de celebrar la supuesta la victoria ante los griegos, la vieja Troya ardió. Y siempre ha sido así. Cuando nos dedicamos al jolgorio y a la ira de forma alternativa, un año tras otro, la historia termina mal. ¿Qué quieren que les diga? Los ingleses llaman a las pesadillas las «yeguas de la noche». A lomos de espectros nos dirigimos hacia una ruina económica y social que, de paso, terminará por descapitalizar intelectualmente al país. Siempre nos quedará TikTok, o Twitter, o los selfies en Instagram. O el fútbol dominguero. Algo es algo, ¿no les parece?

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