THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

Tanques rusos por la Diagonal

«Los independentistas comparten con el Kremlin una estrategia: si no podemos ganar el partido, al menos ensuciemos el terreno de juego»

Opinión
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Tanques rusos por la Diagonal

foto puigdemont y el ruso

Hay una divertida cuenta en Twitter llamada @depthsofWikipedia, que también está en Instagram y TikTok, que recopila entradas curiosas y graciosas de toda la Wikipedia en inglés. Revisando los hechos del otoño de 2017 en Cataluña he descubierto que la página de la Wikipedia sobre la «Declaración unilateral de independencia de 2017» podría perfectamente aparecer en Depths of Wikipedia. Dice así el primer párrafo: «La declaración de independencia de Cataluña fue un texto político​ en el que se proclamó el establecimiento de la República Catalana como ‘Estado independiente y soberano, de derecho, democrático y social’ aunque su eficacia fue suspendida por el mismo Presidente de la Generalitat​ 56 segundos después. Ningún Estado del resto del mundo reconoció este hecho político.»

La historia es conocida, pero a veces viene bien recordarla. Sobre todo porque uno de los principios rectores del gobierno de Pedro Sánchez es el olvido de lo que ocurrió en otoño de 2017. Hoy es relevante recordar esto porque una investigación de Bellingcat y El Periódico de Cataluña ha descubierto que veinticuatro horas antes de esa declaración unilateral, un emisario del Kremlin ofreció a la Generalitat dinero para financiar la independencia y soldados para proteger el nuevo Estado. A cambio, la nueva Cataluña independiente debía convertirse en una especie de paraíso fiscal para las criptomonedas.

Un párrafo del reportaje del OCCRP (Organised Crime and Corruption Reporting Project, un consorcio de periodismo de investigación sobre crimen organizado y corrupción), que también participa en la investigación, añade más datos absurdos: «Los rusos prometieron dar a Cataluña 500.000 millones de dólares para ayudar a sus intentos de independencia, una cifra que resulta difícil de creer. Aunque Cataluña nunca llegó a ser independiente, un representante ruso mantuvo el contacto y siguió prometiendo fondos para apoyar los esfuerzos de los separatistas. La mayoría de sus promesas parecían no tener sentido, aunque en una ocasión los catalanes recibieron un solo bitcoin, con un valor de poco menos de 10.000 dólares en ese momento». Un solo bitcoin para dominarlos a todos.

La historia no termina ahí. El supuesto emisario del Kremlin, Nikolai Sadovnikov, dice que no tuvo nada que ver, que fue a visitar a un amigo a Barcelona y lo llevó a una reunión y no se enteró de nada porque no habla español. «Me senté y esperé a que terminara. Quería que me llevara a ver el mar». Cuando le enseñaron una foto de Puigdemont para ver si lo reconocía (¿quién podría olvidarlo?) respondió que había pasado el covid y que su vida ya no era igual. «En 2020 casi morí, y he renacido».

Esta anécdota recuerda a la de los rusos que envenenaron en 2018 en Reino Unido al agente doble Serguéi Skripal y que, cuestionados por lo que hacían en Salisbury, dijeron que habían venido a ver su «preciosa catedral». «Mi objetivo era simplemente estar junto al mar, ir a nadar, tomar el sol», dijo Sadovnikov sobre su viaje a Barcelona. «Y eso es básicamente todo. Ese era el objetivo de mi viaje». Aquí es donde realmente se derrumba su relato. Nadie en su sano juicio querría bañarse en La Barceloneta.

Más allá de lo absurdo de la historia, hay algo delirante en la actitud de Puigdemont. Veinticuatro horas antes de declarar la independencia se reunió, claramente desesperado, con un emisario del Kremlin que parecía más un vendedor de crecepelo que un diplomático real. Es un buen ejemplo de lo que era realmente Puigdemont.

Los independentistas comparten con el Kremlin un objetivo y una estrategia: si no podemos ganar el partido (porque no podemos), al menos ensuciemos el terreno de juego. La estrategia independentista de boicot de las instituciones y la gobernabilidad es la misma que la de desestabilización rusa de las democracias liberales. Es una estrategia que el independentismo (sobre todo el supuestamente moderado, que es consciente de que la independencia no es posible) mantiene a día de hoy. Su objetivo ya no es la independencia, al menos en el corto y medio plazo. Su verdadero objetivo es derrocar al Estado… cagándose en su felpudo.

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