Sobre culos y reglas
«Se levantan hordas decimonónicas reclamando pulcritud y decoro en el vestir»
Se despierta uno en este siglo XXI que avanza incólume cada mañana ojiplático, preso de una nostalgia severa. Levanto la persiana de mi habitación como si abriese el maletero del DeLorean, a ver qué toca hoy: medioevo, puritanismo, censura, libros prohibidos, negacionistas… Tanto da. La cosa es retroceder, da igual si en derechos, libertades, mentalidad o discurso. Mientras ahí afuera asistimos con cierta resignación a la reforma de aquel Telón de Acero que yo, por edad, no pude vivir; aquí adentro, para no ser menos, apetece ‘retrogradarse’ un poco también. Treinta y cinco años llevo vividos, viendo avanzar el calendario, creyendo que el tópico ese de la historia cíclica no era cierto, cuando de pronto, más quizá por mi mentalidad ya en retirada -de todo hace ya veinte años, decía el poeta-, toca resignarse y entender que el pasado vuelve como las golondrinas a colgar nidos en el balcón.
El primer retroceso al que se enfrenta este somnoliento plumilla tiene que ver con el culo de Chanel. Resulta que se levantan hordas decimonónicas reclamando pulcritud y decoro en el vestir, por tratarse de una cosificación infame. Me gustaría decirles a todos estos que la cosificación es exactamente la actitud contraria: reprimir a la mujer a espacios cerrados donde la carne quede reducida a la intimidad hogareña. Dicho de otro modo: la cosificación es lo contrario a la libertad, por cuantos los objetos sin vida se ven privados de tal cualidad, quedando su destino al albur de los elementos verdaderamente libres. Y si algo tiene Chanel no sólo con respecto a su cuerpo, sino también a su mente, es libertad a la hora de elegir qué hacer con su baile, con su carrera y, en última instancia, con su feminidad. Dejen de cosificar los cuerpos que libremente actúan, no vayan a verse relegados al lugar al que realmente se ven relegadas las cosas, esto es, al armario puritano de la historia.
El segundo retroceso lo percibo en estos temas relacionados con la menstruación, proceso biológico que sale a la palestra ahora que ha decidido el Gobierno legislar las bajas que su dolor provoca. Ocurre, sin embargo, que el tema se quedará más o menos en el mismo punto en que se hallaba: para conseguir una baja laboral a este respecto, se necesitará el consentimiento de un médico. Lo que cualquiera persona con mujeres con endometriosis cerca sabe. ¿Entonces, dónde está el retroceso si no hemos salido del mismo punto? Básicamente en el relato. Se impone un discurso basado en la vergüenza que provoca para una mujer de hoy hablar sobre la regla y los efectos que ésta provoca. Honestamente, no sé por qué tipo de ambientes se mueven los emisores de dicho relato, pero suena más a claustro monacal, al cerrado y sacristía de otro tiempo, que al verdadero entorno que el arriba firmante conoció: charlas escolares con el tampón en primer plano, amigas que no dudan en expresar sus cuitas al respecto, y la normalización de otras libertades que creíamos conquistadas.
Y cierro con ese último y manido sintagma: libertades conquistadas. Porque, si bien renglones atrás se decía que la historia es cíclica, lo cierto es que si uno atiende a ella se percata de que no cuesta demasiado perderlas. Pelear por esas libertades va mucho más allá de un simple voto. Se trata, por ejemplo, de no ceder a las presiones externas cuando éstas te animen con su efusividad habitual a perder tu identidad en un festival europeo. O de tratar la menstruación con la naturalidad que nuestros egregios políticos no conocen. Acabaremos echando de menos el presente. Al tiempo.