El optimismo del Gobierno
«El Gobierno simula permanentemente el juego del parchís, pues cada vez que mete una se cuenta diez»
En lo que respecta a las cuestiones económicas, Sánchez y sus ministros son los campeones del optimismo. De entrada, no paran de jalearse ellos mismos sus propias actuaciones calificando como histórico cada paso que dan. Así sucedió con la contra reforma laboral auspiciada por Yolanda Díaz, así lo hizo la ministra de Transportes cuando alcanzó el acuerdo con la patronal del sector que duró tres días, la de Hacienda cuando hizo pública la recaudación tributaria lograda en 2021, y así han calificado la denominada excepción ibérica relativa al mercado de la energía que aún no sabemos cuando empezará a aplicarse, ni cómo se aplicará, ni que resultados obtendrá, ni cuando y como se pagarán los costes asociados.
Pero también rebosan de optimismo cada vez que realizan sus previsiones. Lo hicieron al estimar el crecimiento económico de 2021 y lo volvieron a hacer cuando estimaron el correspondiente al actual ejercicio. En la previsión del año pasado se columpiaron estrepitosamente y en el presente ya han reconocido ellos mismos que el 6,5% previsto inicialmente se quedará en el 4,3%, porcentaje que también parece más que voluntarista. No en balde desde Bruselas lo ha considerado así rebajando la estimación del Gobierno español. Otro tanto ha ocurrido con la previsión sobre la inflación esperada para 2022, pues en este caso las autoridades europeas han aumentado el optimista porcentaje aventurado por el Ejecutivo de Sánchez.
Ante la reiterada conducta de nuestro Gobierno pudiera pensarse que participa de la inocente concepción de Zapatero, que se avino a manifestar que «la economía es cosa de expectativas» desconociendo que, aún siendo éstas relevantes para las decisiones de los agentes económicos, aquélla es una materia vinculada directamente a la más pura y dura realidad.
Por el contrario, tiendo a pensar que el habitual quilombo que instrumenta el Gobierno con sus previsiones económicas constituye una deliberada estrategia de marketing político. Es así pues cada vez que lanza cualquiera de sus habituales previsiones carentes de fundamento, inicia la correspondiente campaña publicitaria tendente a rentabilizar políticamente el cacareado éxito futuro. Tras meses de cacareo y propaganda obscena y cuando la realidad le desmiente, el Gobierno saca inmediatamente a pasear una nueva previsión tan infundada como la ya desmentida pero que, y ése es su objetivo, le proporciona otro largo periodo de venta del nuevo éxito prometido. Poco les importa que éste no llegue, su anuncio habrá servido para otra ristra de meses de propaganda política.
Dando una vuelta de tuerca en su poco edificante estrategia, el Gobierno ha hecho público un nuevo éxito futuro -por supuesto, histórico-, consistente en que la tasa de desempleo se reducirá al 9,6% en el año 2025 ¡Toma ya!, menos del 10% ¡Histórico! Como tantas veces, la cuestión estriba en su incierto grado de credibilidad. De momento, la Autoridad Administrativa Independiente de Responsabilidad Fiscal -la AIREF que presidió el hoy ministro Escrivá- ya ha denunciado lo irreal de la previsión gubernamental estimando que, si todo va bien, en 2025 tendremos un desempleo del 11%.
Da igual, de aquí a entonces, el Gobierno presumirá del descenso histórico del paro que «va a conseguir». En sentido estricto, eso si que es hacer historia: vender un presunto éxito que supuestamente se conseguirá dentro de tres años. No olvidemos que, entremedias, tendremos unas elecciones legislativas en cuya campaña electoral Sánchez presumirá de la histórica reducción del desempleo que su Gobierno logrará ¡dos años después! de la cita electoral.
Suelo decir al referirme a la propaganda del Gobierno que simula permanentemente el juego del parchís, pues cada vez que mete una se cuenta diez. Como ha quedado expuesto en los párrafos precedentes, en el caso del desempleo va más lejos pues está dispuesto a contarse las diez incluso antes de haber metido ninguna, haciéndolo en base a que prevé meterla dentro de tres años. En fin, son las cosas de Sánchez que, eso sí, hasta ahora le han permitido no ya meter sino comerse todas las fichas del tablero que ha encontrado a su paso. En eso ha demostrado que en términos políticos es un auténtico killer y, además, en serie.