Tener éxito no es tener razón
«En un debate parlamentario es completamente insignificante si uno tiene o no tiene éxito en las urnas o ‘likes’ en las redes sociales»
Alguna vez, cuando participé en debates políticos (eso fue antaño, ya me he quitado), mis adversarios quisieron descalificar mis ideas por el hecho de que eran muy minoritarias. El hecho de que muy pocas personas las compartieran certificaba su inanidad.
-Háztelo mirar –me decían a veces, imbuidos de la satisfacción tonta del vencedor numérico-, porque casi nadie opina como tú.
-¿Y por qué me lo «tengo que hacer mirar» yo, si sois vosotros, todos los demás, los que estáis equivocados?
No, el éxito no es un argumento de autoridad. El éxito no es un sinónimo de la verdad. Es un argumento inapelable, desde luego, en ámbitos estadísticos, de conteo de votos, por ejemplo en unas elecciones democráticas, pero no refrenda el acierto (ni el error) de ningún discurso sobre la realidad.
Así, por ejemplo, puedo sostener y sostengo (aunque ahora no voy a alargarme en explicarlo) que la señora Ayuso es una calamidad, y esto no lo cambia el hecho de que la mayoría de los madrileños crean que, al contrario, es una política fenomenal. ¿Qué le voy a hacer si la mayoría se equivoca? A mí en realidad ni me va ni me viene. Estoy de paso.
Sobre este asunto del éxito tiendo a creer precisamente que las mayorías suelen equivocarse. Que la extendida idea de que «el pueblo es sabio» es un a priori paternalista y además no está contrastado por la realidad. El estudio de la Historia (y en mi caso, la experiencia) nos lleva a constatar una y otra vez lo increíblemente sencillo que es conducir a los pueblos hacia lo contrario de lo que les conviene, igual que se conduce a una vaca ciega hacia el establo dándole golpecitos con una vara en los cuartos traseros, ahora a la izquierda, ahora a la derecha.
«¡Sois gentes aisladas y tristes; habéis fracasado; vuestro papel ha terminado! ¡Id adonde pertenecéis, al basurero de la historia!«, le espetó con desprecio tremendo el bolchevique Trotski a Martov, el líder de los mencheviques, el 7 de noviembre del año 1917. Y en efecto, los mencheviques, que eran una fracción socialdemócrata minoritaria del movimiento obrero ruso, de inmediato fueron desarticulados, apresados o exiliados.
Pero años después no hace falta explicar qué pasó con el mismo Trotski, y con casi todos los miembros de su familia y amigos, asesinados como él por los agentes de Stalin, y lo que pasó con millones de personas en su grande y desdichado país. Quizá, si hubiera podido imaginarlo, Trotski no se hubiera expresado con tan tremenda arrogancia. Por cierto que también él fue arrojado en seguida al basurero de la historia y con bastante crueldad, sin ninguna clase de miramientos.
Ahora hemos visto que en la sesión de control al Gobierno en el Parlamento, el presidente, quizá «recalentado» por la acidez del debate, donde los adversarios se dicen de todo menos «bonito«, o quizá impulsado por una íntima bajeza –no lo sé, no conozco la psicología del señor Sánchez- se ha burlado del ciudadano Edmundo Bal en unos términos que me parecen llamativos:
«Cuando le escucho, señor Bal, he de reconocer su cualificación técnica, su brillante oratoria… y también me solidarizo con usted, porque debe de ser bastante frustrante el sentirse tan bueno y tan poco reconocido cuando se presenta a las elecciones que no es capaz ni de conseguir el escaño.»
Los suyos le aplaudieron y le rieron la agudeza, como es normal. Pero en puridad, ese dardo envenenado no debería afectar al señor Bal. Diría que más bien le honra. Pues en un debate parlamentario –y en un debate a secas— es completamente insignificante si uno tiene o no tiene éxito en las urnas o likes en las redes sociales; lo importante es, precisamente, la cualificación técnica de cada uno y la calidad y acierto del discurso, que es a lo que se va al Parlamento: a discursear, a debatir, a confrontar ideas.
El fracaso no es ningún éxito, eso hay que darlo por descontado.
Pero tampoco tener éxito es tener razón. Y esto último sí que es un a priori que hay que tener en cuenta si es que vamos a tomarnos un poco en serio el pensamiento y la opinión.