La obstinación como regla
Ir contra natura es algo que le encanta al ser humano, el cual periódicamente la obstinada realidad tiene que ponerle en su sitio
Siempre me he preguntado por qué cuesta tanto hacer cambios en las reglas de la sociedad. Comprendo que la Reificación es casi «palabra divina», pero con todo y con eso, a veces hay que intentarlo.
Me cansa mucho la gente que es meliflua y cambia de criterio moral como de ropa de invierno a verano, pero lo puedo soportar porque comprendo que en ocasiones hay que ser pragmático y salir adelante un tiempo más con la venda autoimpuesta. No es bueno luchar contra molinos si uno quiere vivir en paz.
Pero cuando esto afecta a las cosas «que se dicen importantes» la negación y el ocultismo intencionado no vale de mucho. Habría que estar totalmente abducido día y noche, bien por actos deportivos de carácter balompédico, bien por relatos eternos sobre las luchas y reconciliaciones de amoríos, familias y «faranduleros» que son la carne de espectáculo para poder hablar cada día de algo que se tenga en común con la demás población. A saber: los ricos también lloran, aunque está claro que con mejores terapias y mejor química farmacéutica.
Parece que nos obstinamos en cambiar o buscar formas de evolucionar en lo que se demuestra que es un fracaso real cuando se tocan.
Se me ocurren muchas cosas que se cambian por moda y aburrimiento. Bueno de algo tienen que vivir los envalentonados consultores de presencia cara, tan costosa como vacía de contenido en muchas ocasiones. O los galeotes del Marketing y las agencias de publicidad, vendiendo sensaciones y experiencias para acumular en reuniones interminables con amigos de fin de semana; en realidad es lo de menos que la motivación sea espuria o el objetivo tendencioso e inalcanzable, pero lo que nos afecta ya de forma sustancial es que no vemos que hay más mundos y formas de habitarlo que nos ganan de largo cuando intentamos «ofrecer las bondades de nuestro sistema».
Paradojas de la vida. Evolucionamos para un mejor desarrollo integral del ser humano, pero hacemos que resulte cuando menos deficitaria su respuesta ante los problemas de la vida cotidiana. Por ejemplo, sabemos ya desde hace tiempo que como nos criaron a nosotros no es la forma «respetuosa» de educar a los niños, pero a la par nos damos cuenta de que todo lo que somos viene de cómo nos educaron, que el mundo construido no se parece en nada con lo que decimos que vamos a ejecutar en la práctica, y que es más difícil fingir estando embobados y ebrios de «virtudes beatíficas» que nos presentan sesudos psicólogos o pedagogos de la «New Age».
Lo que sí es cierto es que nuestra forma de vivir y actuar es fruto de los que nos enseñaron en las escuelas regladas y en las aulas de la vida y parece que cuando «chocan» dos formas diferentes de ver, por ejemplo, la educación, siempre quedamos en segundo lugar. De un lado tenemos los hijos únicos, criados entre pedagogías desarrollistas y educación responsable, con toda la parafernalia posible estimulativa para encontrar ese talento que deseamos que tenga para sentirnos que cubrimos el expediente ante la familia, la sociedad y el legado que se nos impone. Y entonces cuando hemos logrado una excelencia en urbanidad y cinismo social, llega un «ente llamado niño/a/e» que viene de otro mundo, más parecido a lo que los mayores de 35 entienden, que a lo que luego esos mismos padres/tutores legales hacen para ser lo más «in» de su urbanización o peor ser «padres colaborativos», pensando que con eso cambiaremos las cartas marcadas con la que juegan el futuro de nuestra civilización. En verdad resulta que aquellos que proceden de lugares «más hostiles y de mayor tasa de buscarse la respuesta uno», suelen triunfar de calle en nuestro sistema, sea educativo, social, de salud y de incentivos para «ser feliz»; y lo hacen por que vienen de procesos mucho más duros en los que le arrancan a la vida lo que necesitan. Nos ven débiles porque confunden nuestras buenas formas con la decadencia de una cultura o una sociedad; y evidentemente poco a poco al amparo de leyes copan los beneficios de nuestra «generosidad», que unas veces comparten como revulsivo para nuestras adormecidas mentes, y otras veces usan para imponer sus formas de ver el mundo. La partida está ya ganada de antemano por manifiesta debilidad de una de las partes, mientras que la otra copa y acapara los resortes del sistema para lograr su evolución, pero de forma diferente a la que nosotros hicimos.
Les planteo algunas líneas de pensamiento:
- Si los niños no son como nosotros, no crecen como nosotros, no piensan como nosotros ¿por qué les seguimos enseñando como nos enseñaban a nosotros?
- Si somos y hemos logrado lo que tenemos por cómo nos educaron por qué siempre estamos con la boca llena de reproches a lo que nos configuró.
- Seguramente si fue todo tan traumático significa que gran parte de nosotros necesitará terapia de por vida para solventar las taras.
- Si en otro tiempo una mirada o un gesto era suficiente para saber nuestro error ¿por qué ahora es necesario dar explicaciones y cuentos ejemplarizantes para la comprensión de una idea ante un comportamiento?
- Por qué ahora hay permanentes diagnósticos diferenciales sobre el comportamiento de la infancia, cuando antes no lo había ¿hemos mutado evolutivamente a velocidades tan altas que no podemos asumir tanta «mejora» y por eso cada década se suman seis patologías diferentes en el seno de la infancia?
Como ven son cosas sencillas de responder, y si lo desean pueden compartir sus respuestas, porque yo las perdí en el camino de la «regeneración».