THE OBJECTIVE
Carlos Granés

Tres estilos en la forma de gobernar 

«Depender de un político para que resuelva cada complicación que surge no es progreso, es el infierno»

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Tres estilos en la forma de gobernar 

europa press

Ramón Barros Luco, un presidente chileno de principios del siglo XX, dijo alguna vez -o al menos se le adjudicó la frase- que sólo había dos tipos de problemas: los que se resuelven solos y los que no tienen solución. Aquella visión de las cosas, casi una concepción metafísica de la existencia, debió garantizarle tranquilidad de conciencia y horas de paz durante el ejercicio de sus funciones; incluso un gobierno apacible, sin grandes aventuras ni aspavientos. Quizás por eso hoy se le recuerda por su afición a los sándwiches de carne con queso derretido más que por cualquier obra o acción que hubiera emprendido, algo que sin duda guarda coherencia con su escepticismo extremo y hasta destila un halito de justicia histórica. En Latinoamérica, en todo caso, ser recordado por las apetencias gastronómicas y no por haber sido un déspota o un visionario fanático es un logro considerable. 

Esa actitud, la de permitir que la vida siga su curso para que las cosas vayan encontrando acomodo sin intervención de nadie, menos de los cargos electos, recuerda al estilo de gobierno de Mariano Rajoy. Esa estrategia le sirvió para desesperar a sus rivales políticos en 2016, pero fue nefasta a la hora de enfrentar el desafío independentista. La inquietante pasividad que demostró durante aquellos días en que ardía el desafío soberanista, fueron un tiempo perdido para el país y un tapete rojo para que llegara Vox con sus promesas de redención españolista. El escepticismo rajoyniano finalmente dio paso a la acción. Se activó el artículo 155 in extremis, intervino el Rey y se enviaron fuerzas de seguridad a controlar los estropicio en Barcelona, maniobras que desmentían la filosofía de Barros Luco. Sí hay problemas que se solucionan con la intervención efectiva y puntual de los cargos públicos, y un intento de golpe de Estado es claramente uno de ellos. 

Pero a lo que voy es que ese estilo de ejercer el poder, risueño y escéptico, quizás demasiado pasivo, de Barros Luco o Rajoy, parece haber sido desterrado por completo de la escena contemporánea. Ahora nos encontramos con una nueva forma de entender la gestión de gobierno, traída por el populismo de Podemos, que consiste en lo contrario: en inventar problemas, en politizar la existencia entera para que los asuntos cotidianos requieran de un salvador que venga a impartir justicia a golpe de nuevas legislaciones. La cuestión consisten en agitar las aguas, en formar un vendaval o una tragedia allí donde no había nada, de modo que el político encuentre un pretexto para venir a meter mano. «Paisano inevitable»: así llamaba el poeta nicaragüense José Coronel Urtecho a Rubén Darío, y en eso quieren convertirse los representantes de la nueva política, los podemitas y sus émulos: en interventores ineludibles de todos los aspectos de la existencia. Desde la menstruación en el trabajo a lo que dos adultos hacen en la cama, desde el tamaño que deben tener las cocinas para prevenir el machismo a lo que significa ser una madre protectora. No se necesitan más ejemplos para corroborar lo evidente: depender de un político para que resuelva cada complicación que surge no es progreso, es el infierno. 

Hay otro estilo de gobierno, el de Pedro Sánchez, muy diferente de los dos anteriores. Para él algo será un problema o una oportunidad dependiendo de la coyuntura política y de las maniobras que tenga que hacer para garantizar su permanencia en el poder. Podemos era un grandísimo inconveniente que había que enfrentar, hasta que se convirtió en la solución para llegar a la Moncloa. La sedición de los independentistas fue un abuso que mereció la actuación de la justicia española, hasta que el indulto se presentó como una necesidad para estabilizar las alianzas de gobierno. Para Sánchez, en realidad, nada es un problema si le conviene -alimentar a Vox o legitimar a Bildu, por ejemplo- y nada es una solución si lo debilita. El suyo es un estilo que va más allá del populismo; es mero relativismo personalista. Por eso dudo mucho que en el futuro se le recuerde por sus caprichos gastronómicos. De Sánchez seguramente queden otras cosas: su estilo. El cambio constante de criterios y de reglas, la degradación de la palabra y las consecuencias nocivas de todo ello para el PSOE y para la democracia. 

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