Estrenar otra vida
«Vanesa no es una debutante, tiene ya una vida montada, una vida hecha. Sólo que esa vida no le satisface»
Ayer, a la hora del aperitivo, entró en La Goleta una mujer, de media edad, algo vulgar por lo menos de apariencia, con el móvil en la oreja, que mientras avanzaba disparada hacia la máquina de tabaco decía casi a gritos:
-¡Ella está decidida a cambiar de vida y todo lo demás le da un poco igual!
Esta frase me dio un escalofrío, y aunque seguí leyendo, a lo mío, no se me olvida. Es evidente que si esa desconocida mujer que está dispuesta a cambiar de vida –vamos a llamarla Margarita; o mejor Vanesa, que suena más contundente y proactivo, con esa primera sílaba, «Va», que es como una cuña o la proa de un barco-, es evidente, digo, que si Vanesa está dispuesta a «cambiar de vida», y que ello era digno de mencionarse (por su amiga, la vulgar) es porque ya tenía una vida asentada, no es una principiante en las cosas que configuran la vida, que son las cosas relativas al amor, la familia, el trabajo o la subsistencia, la vivienda. No, Vanesa no es una debutante, tiene ya una vida montada, una vida hecha. Sólo que esa vida no le satisface y va a desmontarla. Y cuando su amiga añade que «todo lo demás le da un poco igual» es evidente que quiere decir que, al cambiar de vida, o sea, de pareja, de casa o de trabajo, o de las tres cosas a la vez, Vanesa va a causar en su entorno algún estropicio. Algunas cosas van a romperse. Quizá algún corazón. En fin, daños colaterales los tiene que haber, eso seguro.
Pero a Vanesa esos daños le dan un poco igual. ¿Por qué? Porque le parecen insignificantes, comparados con el gran beneficio que obtendrá una vez haya cruzado el río hacia la nueva vida, dejando atrás «todo lo demás». Esa nueva vida le parece, no cabe duda, más acorde con sus necesidades, sus aspiraciones, su naturaleza íntima, con la verdad de su ser más auténtica.
En estos momentos en que el lector lee estos párrafos (dudando, acaso, entre llegar hasta el final o pasar ya al artículo siguiente) el universo sigue con su lenta deriva hacia la entropía total; se mata la gente en Ucrania, se muere de hambre en Kenia; hay algunos científicos, aquí y allá, tratando de conseguir una fusión nuclear asequible, lo que resolvería los mayores problemas de la humanidad, cambiaría el estado de ánimo general, que se volcaría desde la depresión al optimismo; el actor Johnny Depp da saltos y se revuelca por el suelo de alegría porque ha ganado el juicio contra Amber Heard y puede otra vez encarnar al pirata Jack Sparrow; Florentino Pérez busca en el mercado internacional de futbolistas a un as para reforzar a su equipo de cara a las próximas temporadas…
…y hay, en algún lugar de esta ciudad, una mujer dispuesta a cambiar de vida y todo lo demás le importa poco. Ignoramos si los suyos, sus relaciones más cercanas, saben o ignoran ese propósito. Si intuyen que a partir de ahora las cosas van a ser muy diferentes, y que esa rutina más o menos confortable a la que se habían acostumbrado va a terminar abruptamente.
¡Todos a cubierto! Desde el momento en que aquella señora más bien vulgar entró en La Goleta, cotilleando en voz alta con su móvil, la cosa ya es oficial: hay por ahí una persona, una mujer (como ya la despedimos, le retiramos el nombre de circunstancias, Vanesa, que le habíamos adjudicado) decidida a cambiar de vida, y todo lo demás le da un poco igual. En cuanto a su amiga, sin dejar de parlotear por el móvil compró su paquete de cigarrillos, dio media vuelta, fuese y no hubo nada.