THE OBJECTIVE
José García Domínguez

La hambruna que viene

«Casi cien años después, el Zar Blanco vuelve a hacer lo mismo, recurrir al hambre políticamente programada como arma de destrucción masiva»

Opinión
Comentarios
La hambruna que viene

AFP

La Historia no se repite, pero rima. Putin no es Stalin, pero lo recuerda. El Zar Rojo chantajeó con el hambre a los campesinos ucranianos -aunque no sólo a los ucranianos- para forzar su renuncia a seguir oponiéndose a la estatalización de las tierras agrícolas. Casi cien años después, el Zar Blanco vuelve a hacer lo mismo, recurrir al hambre políticamente programada como arma de destrucción masiva. Y con idéntico propósito, también el de coaccionar a sus adversarios, ahora por la vía de amenazarlos con una crisis alimentaria de incalculables consecuencias en los países más pobres del planeta, la mayoría de ellos concentrados en África, si no se avienen a negociar su pliego de condiciones en relación al apoyo que hasta ahora han prestado al Gobierno de Zelensky.

Entre 1932 y 1933, cerca de cuatro millones de ucranianos murieron literalmente de hambre a raíz de una decisión política de Moscú. Así, mientras la población local iba falleciendo por inanición, el trigo de Ucrania llenaba las despensas de muchos países extranjeros. Con el agravante de que en 1932 se obtuvo en el país una cosecha particularmente buena, al punto de que no hubo barcos suficientes a fin de poder exportar las cantidades comprometidas con compradores internacionales, lo que llevó a que el grano excedente se acumulara en silos locales bajo permanente custodia militar al objeto de evitar que los famélicos autóctonos pudiera abastecerse de comida.

Fue una política de exterminio deliberada. Y ahora mismo podría estar a punto de sucederse idéntica secuencia de acontecimientos, solo con apenas alguna modificación menor en los términos esenciales del chantaje. La subsistencia de cientos de millones de personas en el Tercer Mundo depende en este muy preciso instante de los contenedores de cereales que las tropas rusas mantienen inmovilizados en los puertos del Mar Negro. 

Es una cuestión de vida o muerte para una porción no desdeñable de la humanidad. Y Putin, como antes Stalin, lo sabe. De ahí que ni siquiera se haya entretenido en ocultar los términos de su extorsión a Occidente. Solo volverá a permitir la circulación fuera de sus fronteras de los cereales rusos y ucranianos a cambio de que se levanten las sanciones internacionales contra la Federación Rusa. Cuando la llamada Primavera Árabe, se escribieron toneladas y toneladas de artículos celebrando el potencial insurgente y emancipador de las novísimas redes sociales derivadas de la tecnología de información, los supuestos catalizadores, siempre a ojos de europeos y norteamericanos, de la toma de conciencia política y ulterior movilización en las calles de las masas populares de Oriente Medio contra sus respectivas cleptocracias domésticas. 

Sin embargo, la verdad, siempre mucho más prosaica que los relatos edulcorados de la mala literatura épica, remite a que el genuino desencadenante de todas aquellas revueltas no fue Twitter ni tampoco algún otro juguete informático de moda, sino los súbitos incrementos que experimentó el precio internacional del trigo en el periodo entre 2008 y 2011. Una subida modesta si se la compara con la actual. Putin guarda una bomba de relojería en las zonas de carga y descarga de los puertos comerciales del Mar Negro.

Que Egipto, el mayor importador de trigo del mundo, no se convierta también en la mayor república islámica del mundo, algo que su actual dictador, el general Sisi, evitó en su momento a sangre y fuego, solo devendrá viable si el mismo Sisi continua siendo capaz de entregar todos los días del año cinco piezas de pan subvencionado a setenta millones de personas. Todos los días del año, sin excepción. Piezas de pan subvencionado que en un 85% de su volumen total provienen de Ucrania y Rusia. El día que ese pan fallase, el Gobierno de Egipto caería. Y si ese grano que Putin retiene en los silos de Ucrania continúa de modo indefinido sin distribuirse, más pronto que tarde fallará. Y lo que vale para Egipto también vale para el grueso de los países africanos. No es Koba, cierto, pero cada vez se parece más.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D