El extraordinario caso de Yolanda Díaz
Pese a lo que pueda parecer, la ministra de Trabajo representa el mismo tipo de político que Pedro Sánchez: sin principios, sin límites y sin escrúpulos
La prueba de lo mal que está la política española es que nos abrazamos al primer vendepeines que llama a nuestra puerta. Estamos tan faltos de líderes, que al primer político que parece medio normal lo elevamos a un altar.
Un caso especialmente singular es el de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, quien ha recibido la etiqueta de estadista en tiempo récord. Aunque no están muy claros sus méritos, lo cierto es que Díaz ha conseguido lo que sólo logran unos cuantos elegidos: que cualquier chorrada que diga o haga se convierta en noticia de dimensión planetaria.
A esto no hemos llegado por casualidad, como es obvio. Díaz, cuya ambición es mayor que su inteligencia, entendió muy pronto que para alcanzar el poder debía travestirse… y de ahí que desde el primer día se haya esmerado en aparentar lo que no es para no provocar rechazo en el español medio.
Díaz aprende rápido y tiene al lado al mejor de los maestros en el arte del engaño: Pedro Sánchez. Así que, consciente de la acelerada decadencia del presidente del Gobierno, su único objetivo consiste en sucederle como líder de la izquierda española. Y en ello está.
El problema es que, aparte de obtener el poder, no sabemos muy bien que es lo que quiere hacer o lo que piensa, porque desde que decidió dar un paso adelante lo único que le hemos visto es ponerse de perfil a la más mínima oportunidad, no fuera a ser que saliera trasquilada.
Esa obsesión por no pisar charcos que entorpezcan su prometedora carrera le está llevando al ridículo: decenas y decenas de discursos en los que no hay absolutamente ninguna idea y sí muchas frases bonitas y sonrisas profident.
Es verdad que estamos ayunos de buenos líderes, pero al menos deberíamos buscar gente que no nos trate como imbéciles
La izquierda radical, que ha quedado muy tocada tras el hiperliderazgo del machoalfa de Galapagar, se ha entregado a Díaz sin ningún género de duda. No hay color: mujer, mona y aseada. Da igual lo que piense, lo importante es que la imagen es fresca y, en vez de abroncar al personal todo el rato como hacía Pablo Iglesias, la ministra de Trabajo desprende un aire mucho más alegre y moderno.
La izquierda moderada, esa que suele votar al PSOE, también ve con esperanza a Yolanda Díaz. Ante el destrozo que está haciendo Sánchez y la ausencia de alternativas claras a su alrededor, los viejos votantes socialistas comienzan a intuir en la vicepresidenta una posible solución.
Y en la otra España, la que nunca votará a Díaz, hay división de opiniones, pero empieza a cundir en algunos ambientes la idea de que esa es la izquierda que necesitamos. Así, los que hace cuatro años alentaban la coalición rojimorada desde sus despachos del Ibex con el argumento de «tienen que pisar moqueta para desactivarlos», ahora abogan por «apoyar lo de Yolanda» porque «no tiene nada que ver» con lo que había antes.
Craso error. Díaz es el mismo tipo de político que Sánchez: sin principios, sin límites y sin escrúpulos. Está solo y exclusivamente interesada por el poder, cueste lo que cueste, por eso le da igual ocho que ochenta: el Sáhara, Ucrania, la OTAN… hará lo que haya que hacer con tal de salvar su pellejo.
Echarse en brazos de una persona que es capaz de vendernos la moto de que ha ‘revolucionado’ el mercado laboral cuando en realidad lo que ha hecho es añadirle tres parches a la legislación del Partido Popular, no parece que sea muy sensato. Como tampoco lo es confiar en un político que saca a pasear a Franco en los mítines como único argumento para movilizar el voto. Es verdad que estamos ayunos de buenos líderes, pero al menos deberíamos buscar gente que no nos trate como imbéciles.