Boris y Las Tres Gracias
«Los revolucionarios de hoy, alegremente, comparten consignas con los políticos que tienen el patrocinio de la cultura»
Esta semana, viendo a Boris señalando el trasero de Las Tres Gracias de Rubens me acordaba de Umbral, quien dijo que no había derecho a pintar esas gordas en bolas. «Se trata de mujeres disformes y maduras que no representan la primavera ni la gracia, ni nada que no sea la sobrealimentación. Si a Rubens le gustaban las gordas, pues buen provecho, pero pero hizo mucho daño a la pintura universal con tanta ordinariez». El Mundo, año 2000 a.c. y d.c. (Antes de la Censura y Después de Cristo).
El adoctrinamiento y el drama identitario están ahora en tal grado que es extremadamente raro ver a una persona admitiendo que tiene poco respeto por una obra de Rubens y menos aún por las modelos que se llevaba de picnic. Rubens, dice Umbral, «entra en los museos como el carro de la carne, poniendo cachondos a todos los amarillos y todos los yankis ictéricos de paella». Le faltó, ay, añadir a los ingleses educados en Oxford.
Per mucho ojo con lo que decimos en público, que la Secretaria de Estado de Igualdad ahora dice que «la gordofobia es uno de los temas de conversación de nuestra sociedad». ¿De qué fobia, exactamente, se nos acusa ahora? Solo me consta que los españoles tenemos fobia a las ministras, secretarias y consejeras de igualdá. El tema es que, la cultura y la conversación de nuestra sociedad se ha ido dejando en manos de las instituciones y del Estado, y hemos pasado de criticar el carnaje de las mujeres de Rubens a que las ministras dirijan el lenguaje y la conversación pública.
«El museo es hoy la plaza de los buenos burgueses o los entallados horteras, de los mandamases y políticos»
Los revolucionarios de hoy, alegremente, comparten consignas con los políticos que tienen el patrocinio de la cultura. Como decía Girauta en la presentación de su libro, Sentimentales, ofendidos, mediocres y agresivos, al menos los progres de antes hacían contracultura, pero esa raza comprometida parece estar casi extinguida. La cultura hoy tiende a ocupar el lugar que alguna vez fue el de la religión, con sus santos, profanadores y fieles devotos. El intelectual o artista que aspira a la coronación busca ser laureado por la ministra de Igualdad y luego que llegue la tele, porque les gusta sobre todo que se hable de ellos.
Malos tiempos para la cultura, botín de votos. Y los hijos de lo bello, que lo bello es lo negro o lo enigmático, como decíamos, ya no tienen un refugio en la cultura. Cuando se expone un cuadro la gente va a ver el pelotón de gente, a ser parte de la cola, como un medio de protagonismo y de participación social alternativo a las redes sociales o al consumo de masas. La producción de arte va perdiendo su misterio y su negrura. Nada queda de la cultura como experiencia íntima, mutismo o exaltación callada.
Más que la política, me preocupa el ciudadano que sufre su censura, y vive bajo una proletarización de la genialidad y la cultura. El museo es hoy la plaza de los buenos burgueses o los entallados horteras, de los mandamases y políticos. Esto es cosa del siglo XX, de la rebelión (o quizás deberíamos decir, sumisión) de las masas, que comulgan frente a un váter deslumbrante como ante un Velázquez. Otra generación paseará sin criterio ante las obras de arte, y sin caer en que el arte debe ser amoral, porque su función es contemplativa. Nada es más perjudicial para la creación de arte, para la cultura, que su sometimiento a los corsés morales de una época, su administración por el Estado, su control y dirección.