Pobreza e inmigración, las contradicciones de Vox
«El proteccionismo de Vox es contradictorio. Defiende unos pocos intereses sectoriales a costa de los de la mayoría»
William Easterly es autor de un libro que busca el elusivo problema del crecimiento económico. Va repasando una a una las teorías más plausibles sobre cómo se produce ese fenómeno. Los hombres de los que no queda memoria escrita observaban con pavor, pero con curiosidad, el fenómeno del fuego natural, y buscan reproducirlo y domeñarlo. Lo mismo intentamos hacer nosotros con el crecimiento; un fenómeno que no tiene mucho más de tres siglos, y al que hemos dedicado torrentes de pasmada literatura.
Una de las ideas es la de ayudar al crecimiento de los rezagados con ayudas. Si la pobreza es falta de medios y nosotros los tenemos, ¿no se los cederemos a los más pobres para darles un empujón? Pero el crecimiento no necesita motor de arranque. Los países hoy ricos fueron ayer pobres, y no tuvieron ni necesitaron ayuda. Quizás si les perdonásemos las deudas que han contraído con nosotros… Pero esas deudas eran incobrables, y reconocerlas como pérdidas no ha ayudado.
Será entonces la inversión. Pero Easterly nos quita la idea de la cabeza en apenas unas páginas de apabullante evidencia. Entonces, ¿será la tecnología? Rayas en el agua. ¡Eureka! ¡Es la educación! Pero ¿qué educación? O educación ¿para qué y rodeada de qué?
Douglas North define el crecimiento como el aumento de la renta per cápita a largo plazo. Bien está. Lo podemos someter a una de las tiranías de la contemporaneidad, que es la medición. La ciencia es medición, decía Ernst Mach, y hasta cierto punto se puede medir el nivel de vida y su evolución.
Pero el crecimiento es otra cosa. Es la profundización de ese entramado de intercambio y división del trabajo que nos ha llevado de la tribu a la ciudad, de ahí al imperio, y del imperio a la globalización. La comunidad humana se hace más interconectada. Y las relaciones que la sustentan se hacen más complejas. Esa complejidad es la que hace que se nos escape su comprensión.
Nada de eso desmiente a North. En definitiva, es lo que buscamos; vivir mejor. Si ese no era el ideal del hombre medieval es porque era ajeno a la idea de progreso. Pero hemos descubierto que el progreso existe. Adam Smith quiso entender la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones porque era un fenómeno nuevo.
A medida que las relaciones, o la cooperación, es cada vez más compleja, podemos alcanzar mayores cotas de riqueza. Por eso el comercio es necesario para progresar.
Ese torrente de literatura ha arrojado unas pocas luces titilantes. Una de ellas, que encendió Smith por primera vez, es que el crecimiento está vinculado a la división del trabajo. A medida que las relaciones, o la cooperación, es cada vez más compleja, podemos alcanzar mayores cotas de riqueza. Por eso el comercio es necesario para progresar.
Aunque la relación se ha puesto de manifiesto muchas veces, y nunca ha sido desmentida, traigo a estas palabras las que ha escrito recientemente el economista e historiador Douglas A. Irwin. Ha escrito un artículo para el Peterson Institute for International Economics (PIIE), en el que dice lo siguiente: «Muchos críticos de la globalización dicen con frecuencia que el crecimiento del comercio y la inversión entre fronteras ha forzado a los países a rebajar las regulaciones laborales y de salarios; una carrera hacia abajo de los países ricos y pobres». Y continúa: «Una descripción más certera sería la de que la carrera ha sido hacia lo alto. Casi todos los países son más ricos hoy, mucho más ricos, que hace tres o cuatro décadas, cuando la era de la globalización cogió impulso».
En la década de los 90, la caída del comunismo y el consenso de Washington (también había consensos entonces, y también había quien los combatía) abrieron a un mundo que sólo estaba parcialmente abierto. Esa apertura alcanzó a dos países de tamaño continental, como son China y la India.
Lo que ocurrió fue lo contrario de lo que dijeron los críticos del libre comercio. Todos los países se hicieron más ricos. Avanzaron con mayor rapidez los más rezagados. Quizás porque otros habían recorrido ese camino, que ahora parecía marcado con mayor seguridad. La pobreza se ha reducido a un ritmo nunca visto en nuestra historia. Según el Banco Mundial, en 1981 la pobreza extrema afectaba al 42 por ciento de la población. En 2018 era el 8,6 por ciento.
La cooperación económica por medio del comercio facilita el mejor uso de los recursos y favorece la creación de capital. El capital hace que el trabajo sea más productivo. Como el salario depende de la productividad del trabajador, el proceso hace que los salarios reales crezcan. Claro, si cada vez podemos producir más y mejores bienes, eso es lo que tendremos. Cuando la riqueza es mayor, el gran parásito que es el Estado puede imponernos regulaciones cada vez más estrictas, o más exigentes. Esas normas imponen unos mínimos que son caros, pero que es más fácil que asumamos. Luego es al revés: el comercio no nos obliga a renunciar a esas regulaciones. Al contrario; somos más ricos y podemos asumir normas más ambiciosas.
En España, la voz más enemiga del comercio es Podemos. Odia nuestro progreso, porque nos hace más independientes de ellos
No es tan difícil de entender. Y la experiencia reciente lo refrenda. Pero los enemigos del comercio no cejan. En España, la voz más enemiga del comercio es Podemos. Odia la autonomía de la sociedad. Odia su amigable relación con las otras comunidades políticas por medio del comercio. Y odia nuestro progreso, porque nos hace más independientes de ellos.
Pero se ha sumado Vox. El partido de Santiago Abascal le habla al campo y a la industria con paternalismo. Le promete concederles el privilegio de aislarnos de la competencia que viene de fuera. No es ya que un sector protegido es un sector ahogado. Es que detener el proceso que nos hace ricos a todos a costa de los presuntos beneficios de unos pocos no tiene nada que ver con la justicia.
Es difícil ver la justicia cuando «nosotros» entramos en los beneficiados y «ellos» en los perjudicados. Pero, como siempre, los beneficiados son muy pocos y los perjudicamos somos muchos. Perjudicados del «proteccionismo» seríamos los consumidores, obligados a pagar un sobrecoste a los «protegidos», porque se imponen barreras a la competencia. Perjudicado acaba siendo el sector, ya sea el industrial o el agrario, porque ahogar la competencia lleva a hacer lo mismo con el ingenio, la creatividad, el esfuerzo por mejorar y, en última instancia, el éxito.
El proteccionismo de Vox es contradictorio. Defiende unos pocos intereses sectoriales a costa de los de la mayoría. Ellos, que habían venido a la política para defender al hombre corriente de los intereses creados en torno a los políticos. ¿No nos dicen eso todos los políticos, que vienen a salvarnos de ellos mismos? Vox también. Vox más que nadie, con ese aire de «maverick» que vuelve a las pantallas décadas después. Ellos, que están ya fuera de la corrección política, podrían permitirse darle la vuelta al sistema. Pero al final hace lo de siempre: vender mercancía averiada a cambio de votos.
No acaba aquí la cosa. La gran baza de Vox es la inmigración. Centran su discurso en la inmigración ilegal, porque si hablasen también de la que está regularizada no estaríamos hablando de un esfuerzo por hacer cumplir las leyes, cometido que han jurado o prometido todos los ministros. Estaríamos hablando de contener la desnaturalización de la cultura española, o de evitar los conflictos derivados de la presencia de culturas muy distintas a las nuestras. Y ni siquiera Vox se permite hacer eso.
Lo contradictorio del caso es que un mundo más integrado facilita la creación de riqueza en los países cercanos, y evitaría una parte de la llegada de inmigrantes. El proteccionismo crea pobreza. Y la pobreza al otro lado de la frontera motiva la migración de millones de personas. Los dos puntos, proteccionismo e inmigración, están conectados. Pero como nadie, y los enemigos declarados de Vox menos que nadie, sabe cómo unirlos, ahí siguen: Vendiendo a unos pobreza más allá de nuestras fronteras, y a otros la lucha contra el invasor por motivos económicos. Vox cobra en votos el discurso de que podemos soplar, mientras vamos sorbiendo al mismo tiempo.
Más allá del roce entre los extremos, Podemos y Vox, más el primero, menos el segundo, rechazan el proceso que sabemos que nos hace más ricos a todos.