América Latina explicada al Papa
«El tal popularismo es un invento sacado de la chistera, porque en América Latina lo que ha habido a manos llenas es populismo»
Siguiendo la tradición papal de pontificar sobre temas cambiantes y fluidos, como la maternidad, la familia o el matrimonio, con preceptos atados al anacronismo doctrinal, el papa Francisco habló de América Latina. Lo hizo hace poco en una entrevista que concedió a Télam, la agencia de noticias fundada por Perón en 1945, y quizá porque se sintió en confianza, casi como en casa, no se cortó un pelo. Logró recapitular en menos de una hora los tópicos del latinoamericanismo sesentero, ese que aún resuena en algunas facultades trasnochadas de Estados Unidos o entre los latinoamericanos que se exiliaron en Argel, y que reproduce mitos victimistas que distorsionan la realidad del continente.
Durante la entrevista el Papa volvió a hablar como ese teólogo del pueblo que fue en su juventud. Resaltó la tradición de la Iglesia latinoamericana, su vocación popular, su condición periférica. Dijo incluso que la verdadera realidad se ve desde allí, desde la periferia, y añadió que para «saber lo que siente un pueblo» había que recorrer los márgenes. Esto le parecía importante al papa, el sentimiento del pueblo. Ahí estaba el fundamento de la política. «Para mí esto es clave», dijo, «una política desde el pueblo… respetar los valores del pueblo, respetar el ritmo del pueblo». Sonaba lindo, pero en realidad replicaba una idea muy nociva.
Bergoglio volvía a entonar un nuevo canto a la excepcionalidad latinoamericana. Daba un giro de tuerca a esa idea según la cual los pueblos del continente no pueden ser juzgados a la luz de los valores europeos ni tienen por qué ambicionar liderazgos homologables a los de Occidente. Lo bueno para América Latina es lo que surge del pueblo, lo que construye a su propio ritmo. ¿El castrismo? ¿El chavismo? ¿El peronismo? Por qué no, si surgen del apego popular. El pueblo es sabio y puro. Se expresa con más libertad, sabe lo que quiere mucho mejor que los sectores de la población contaminados por los vicios que llegan de la metrópoli. Señaló esos vicios, por supuesto: ese narcisismo, esa costumbre de «vender hasta a la madre» para cerrar un negocio.
A pesar de lo que podría parecer, dijo el Papa, esto no era populismo. Una política que brota desde el pueblo es otra cosa, popularismo, aclaró. Populismo es lo que tuvo la desafortunada Europa con Hitler y Mussolini. Si en Europa el fascismo aglutinó al pueblo con un fin concreto y nocivo, en América Latina todo ha sido soberanía, piedad popular, casi una fiesta del Corpus Christi liderado por santos varones. No cuenta el Papa de la fascinación que sintió Perón por Mussolini, ni de las complicidades que guardó con más de un nazi exiliado. Mucho menos que el tal popularismo es un invento sacado de la chistera, porque en América Latina lo que ha habido a manos llenas es populismo, la aclimatación del nacionalismo autoritario a la ola democratizadora que se impuso con el fin de la Segunda Guerra Mundial y con la caída del muro de Berlín.
«Parecería más bien que el pueblo es aquello que caudillos, sacerdotes e intelectuales dicen estar liberando, sólo eso»
Hay algo en los filósofos de la liberación y en los teólogos del pueblo que resulta desconcertante. Están fascinados con la categoría de pueblo. Creen –el Papa lo dice en la entrevista- que es «una fuerza transformadora»; aseguran que moviliza un poder emancipador y revolucionario, y sin embargo siempre está en las mismas: jodido. Parecería más bien que el pueblo es aquello que caudillos, sacerdotes e intelectuales dicen estar liberando, sólo eso. Existe únicamente cuando alguien toma su vocería para emanciparlo. Una labor, además, interminable. Décadas en eso, y nada. Ni con la Biblia, ni con Marx, ni con las armas, ni con el martirologio, ni desde la calle, ni desde el poder, ni con Bergoglio, ni con Chávez. Nada.
El mismo Francisco lo reconoce. El pueblo va lento, pero no por culpa suya o de los caudillos que lo instrumentalizan. Hay otra explicación, por supuesto. Latinoamérica, dijo el Papa, «siempre fue víctima y será víctima hasta que no se termine de liberar de imperialismos explotadores». Un papa peronista no podía cerrar la entrevista de otro modo; no podía ahorrarse el cliché autocomplaciente que induce a reincidir en las malas ideas y culpar a los otros, a la metrópoli viciosa, de sus malos resultados. Porque tal vez el problema está en otra parte. En los líderes que no tratan a sus gobernados con dignidad ciudadana, sino como rebaños necesitados de un pastor o como pueblos oprimidos a la espera de su emancipador. De esto sí ha habido mucho en América Latina, redentores y patriarcas, y quizá su sobreabundancia explica mejor nuestro fracaso que cualquier conjura internacional.