Yolanda y la izquierda perezosa
La izquierda parece dispuesta a defender todas las banderas, excepto la única que dio sentido a su propia existencia como movimiento social organizado durante los dos últimos siglos
En alguna parte le tengo leído a Mariana Mazzucato que la izquierda se ha vuelto perezosa. Algo, esa cómoda desidia intelectual consistente en continuar repitiendo lo mismo de siempre cuando todo a nuestro alrededor está cambiando tanto y tan deprisa, que no solo le ocurre a la izquierda aquí, sino en todas partes. Ahora mismo, guste o no, la derecha, y también en todas partes, dispone de una cosmovisión precisa, matriz cultural de la que se deriva un proyecto ideológico definido que, a su vez, se traduce en un paradigma económico coherente, el liberal o neoliberal según se le prefiera llamar. Frente a eso, ¿qué tiene la izquierda? Bueno, tiene la superioridad moral. ¿Y más allá de la superioridad moral? Más allá de la superioridad moral no tiene nada. Si tuviera algo, Yolanda Díaz no se vería obligada a estas horas a intentar alumbrar a toda prisa una criatura que sume ante las evidencias palmaria de que lo que había, Podemos, solo restaba.
La izquierda que se quería distinta, transformadora y alternativa, Podemos, ha fracasado no por lo que dijeran o dejaran de decir Inda, Ferreras y Ana Rosa en las tertulias, sino porque, ya mucho antes de acceder a la mesa del Consejo de Ministros, había abdicado de innovar un pensamiento que apenas se reveló creativo para galvanizar la protesta en la calle, únicamente para eso. Y en ese terreno, el de la indigencia teórica, no parece que el proyecto germinal de Yolanda Díaz vaya a aportar demasiadas novedades. Porque lo que acaba de repetir la ministra de Trabajo en su presentación viene a constituir, en esencia, más de lo mismo que la izquierda a la izquierda de la socialdemocracia lleva diciendo desde hace algo así como medio siglo, a saber: que hay que subir los impuestos a los de arriba. Bien, pero es que eso solo es la distribución.
La principal guerra cultural en la que hoy se bate la izquierda más a la izquierda es la que ha declarado contra sí misma
Y la economía también tiene que ver con la producción, un asunto, ese de la producción, sobre el que la izquierda alternativa parece que no dispone de absolutamente nada que aportar. Y cuando la gran desigualdad de rentas en un país la genera el mercado a causa de las características intrínsecas del modelo productivo de ese mismo país, el caso español sin ir más lejos, el asunto no se arregla con impuestos, por la muy palmaria razón de que resulta imposible corregirlo con impuestos. ¿Qué nuevas propuestas para tratar de alterar los rasgos dominantes en la especialización productiva hispana postula la nueva oferta electoral de Yolanda Diaz? Que yo sepa, todavía no ha pronunciado una sola palabra al respecto. Esa otra izquierda, la que se pretende distinta del PSOE, tiende siempre a dejarse llevar por el síndrome de Robin Hood, el justiciero que en su bosque de Sherwood expropiaba a los muy ricos para repartirlo entre los muy pobres. Pero Robin Hood no aspiraba a ganar el voto de la mayoría social en unas elecciones.
Y en unos comicios generales quienes deciden no son los márgenes, sino la parte mayoritaria de la distribución poblacional, la integrada por los varios estratos de las clases medias y trabajadoras. Porque el día que en España existan once millones de demandantes del ingreso mínimo vital, Robin Hood, sí, tendría alguna posibilidad de llegar a la Moncloa, pero no antes. La izquierda contemporánea se está volcando de un modo cada vez más obsesivo y monotemático con las guerras culturales. Pero la principal guerra cultural en la que hoy se bate la izquierda más a la izquierda es la que ha declarado contra sí misma. Porque parece dispuesta a defender todas las banderas, desde la de la minoría lgtbi a la del feminismo más intransigente, todas, excepto la única que dio sentido a su propia existencia como movimiento social organizado durante los dos últimos siglos. De todo tienen algo que decir, menos de la economía. Mazzucato anda en lo cierto: la pereza.