Debate sobre el estado de mi ascensor
«Vivimos con el agua al cuello y aún parece que tenemos que dar gracias por un quítame aquí esos céntimos en la guerra cotidiana del sin plomo 95»
Tercer día del Debate sobre el estado de la Nación, leo en Twitter. Porque uno reivindica el derecho a la desinformación, pero Twitter no le deja. ¡Tres días! La vida del político como una sucesión de actos teatrales para justificar el sueldo. La vida de la política profesional como un síndrome del impostor desde que suena el despertador hasta que concluye esa tercera sesión de debate en la que, ay, ni siquiera hay políticos haciendo de políticos que hacen de políticos.
El sagaz Dani Ramírez denunció en un tuit lo grotesco de la cosa: tan solo una ministra en el hemiciclo (Irene Montero) en el momento de entrar a debatir la Ley de Memoria. «Cómo no va a haber desafección política», se lamentaba el bueno de Dani.
Porque está esa lista de medidas políticas recientes que parece que, de nuevo, llegan tarde y mal. Que si abono transporte, impuestos a los bancos y la Operación Campamento. En un escenario en que salir a la calle, y no por la ola de calor, sino por las distintas clavadas que te caen en cuanto ejerces de ciudadano, es un riesgo, todo parece insuficiente. Porque quizá lo sea. Vivimos con el agua al cuello y aún parece que tenemos que dar gracias por un quítame aquí esos céntimos en la guerra cotidiana del sin plomo 95.
«Porque antes de que los malos fueran los rusos estaban los chinos malevos, que si el aluminio ha subido, que si el vidrio igual, no hay suministro. Y te lo crees, porque te lo tienes que creer»
Y, mientras, otro verano más, el ascensor en mi bloque de edificios brilla por su ausencia. En el rellano, el flamante el cartel de la empresa adjudicataria, FAIN, y el comienzo de la obra, octubre de 2021 fijado por fin tras varias prórrogas y aumentos del presupuesto fijado. Porque antes de que los malos fueran los rusos estaban los chinos malevos, que si el aluminio ha subido, que si el vidrio igual, no hay suministro. Y te lo crees, porque te lo tienes que creer, como los posteriores estudios geotécnicos de temática indescifrable para decir que el terreno es arcilloso a dineral la página. Y los propietarios seguimos pagando, derrama sobre derrama, mientras el foso, lo único hecho hasta la fecha, sigue ahí, como un dinosaurio.
A mí me da igual subir a pie hasta el quinto piso en el que vivo, en ese lejano y céntrico Puente de Vallecas. Me preocupa más la situación de Jesús, cuya vida referí aquí, por cierto, con un lamento que sigue sin consuelo desde entonces.
El tiempo pasa más rápido cuando tienes casi 87 años. Las bolsas de la compra pesan más. A él y a su mujer, de parecida edad: cuando los veo los ayudo con sus víveres de aceite y patatas pesadas que traen del pueblo. Porque esta suerte de ‘pioneros’ mantienen ese discreto privilegio de conservar casa en el lugar de origen, nada que ver con aquellos Padres Peregrinos que huían de las persecuciones religiosas en el Mayflower. Ellos vinieron en Seat 127 y con la baca a tope de maletas y embutidos. ¿Estarán abocados, como los malogrados personajes de Surcos a volver al pueblo con el rabo entre las piernas?
O morirán antes. Y el jefe de obra de la empresa de ascensores FAIN ni siquiera mandará un escueto mensaje de condolencias a quien tantas sugerencias hizo sobre el proyecto, a quien tantas descripciones sobre el estado del terreno hizo en su momento, verdadero conocedor pues llegaron antes de que aquellas promociones sociales del franquismo (valga el oxímoron) se levantaran.
Pero los debates sobre los asuntos políticos, de la polis, la ciudad, lo público, se celebran en hemiciclos semivacíos. En su día propuse un partido tan cursi como necesario: el Partido de las Pequeñas Cosas. El ascensor de Jesús, la dependencia de Paulina, esa «señora Juana» (como dice mi maridita) a la que el feminismo más legítimo ha parecido olvidar enredadas en dildos, luchas urbanas identitarias y jerigonzas terfas mientras el marido la sigue cascando noche sí, noche también.
El próximo debate sobre el estado de la nación, en mi rellano.