De críticos incendiarios a mansos apologistas
«Cuando algunos despierten, el dinosaurio seguirá ahí. Porque que las promesas ni cambian la realidad, ni son performativas»
La única estrategia de Pedro Sánchez que no ha cambiado en todo este tiempo ha sido la enunciativa. Nos encontramos ante un gobierno que salta de un anuncio a otro anuncio sin demasiados sobresaltos. Y, entre medias, siempre tenemos a alguien con una cartera ministerial dispuesto a recordarnos lo bien que hacen todo. Salvo si Unidas Podemos quiere sacar su vena de oposición para denunciar la falta de alma del gobierno de coalición. Y ahí están tanto los que suman como los que restan. Hemos llegado a tal punto que se ha confirmado que se iba a tomar una decisión y su contraria con pocas horas de distancia. A veces, se ha pregonado la misma promesa en tres momentos diferentes. Otras, incluso, se ha propuesto a bombo y platillo lo que ni tan siquiera estaba en manos del Gobierno. Debe ser que la cogobernanza tiene estas cosas chulísimas.
El debate sobre el estado de la nación – escrito en minúsculas para que no se ofenda Echenique, que sabemos que España es muy plural- nos ha dejado un regusto a vivir en el día de la marmota, pese a que ya ni nos acordábamos de que existía este hito parlamentario. Porque Sánchez ha sido más Sánchez que nunca y porque el Partido Popular desaprovechó la oportunidad de atacar a una criticable ley de Memoria Democrática – en esto sí debemos usar las mayúsculas y no parece servir el plural- sin tener que manipular a las víctimas del terrorismo. El resto siguió jugando su papel de la legislatura, salvo un Partido Nacionalista Vasco al que se le ve cada vez más forzado como segundones de lujo. Sin embargo, lo que más nos debería llamar la atención es la lectura que ha hecho de todo ello cierta opinión publicada, que parece más desconectada que nunca de la realidad de los españoles, y de las piruetas que tienen que hacer los analistas independientes para seguir defendiendo con ahínco a este gobierno de coalición.
El mismo lunes ya teníamos a muchos aplaudiendo el giro a la izquierda de Sánchez gracias al impuesto a la banca. Parecía una estrategia ganadora e indiscutible leyendo algún que otro examen de los especialistas. Según pasaron las horas, aquel giro a la izquierda se desdibujó en un «¡pero si este impuesto está en docenas de países!», ligando esta decisión con otras de Draghi o Boris Johnson. Y todo esto para terminar señalando que este gravamen se parecía mucho a una medida del iliberal Viktor Orbán. ¡Vaya compañeros de viaje hacia la izquierda que se estaban echando a las espaldas! Por el camino, además, fuimos conociendo que había mucho de improvisación en la propuesta. Se hicieron cálculos, con celeridad y a última hora, para hacerlo más digerible electoralmente. Y, por un día, no nos interesaba leer la prensa internacional que, por ejemplo, observaba cierto tufillo populista en el anuncio del presidente. Ya es extraño esta desconexión cuando teníamos un contacto tan directo con lo que se hablaba en Eliseo o en Bruselas hace escasos años.
Pocas caderas quedan ya sin fracturar ante semejantes vaivenes de opinión. Siempre es el mismo proceso que me recuerda aquel comentario en redes sociales de Stathis Kalyvas, una de las mentes más lúcidas de nuestro tiempo, quien escribió allá por 2015: «Lo he visto varias veces a lo largo de mi vida, pero la transformación de los críticos incendiarios en mansos apologistas es siempre un espectáculo fascinante». Somos ya lo suficientemente mayores para identificar dónde estaban los dóciles partisanos del presidente hace unos años, cuando eran los opositores de otros. O, en presente, porque sigue habiendo gobiernos autonómicos a los que fiscalizar con dureza. La mayoría absoluta de Moreno Bonilla en Andalucía trajo a mi memoria esa estúpida polémica sobre una campaña contra la violencia de género que solamente tuvo recorrido en la opinión publicada. Como llegó a denunciar un texto de la televisión pública: eran actrices, «no supervivientes». Quizá estemos en las mismas. Cuando algunos despierten, el dinosaurio seguirá ahí. Porque que las promesas ni cambian la realidad, ni son performativas. Tampoco, ay, los análisis que se hacen en artículos de opinión como este.