Cuando no te mentían
«Nos hacen cómplices de la nueva chapuza del barómetro del CIS que hasta cuando por equivocación dice la verdad, también parece mentira»
Mediodía de un día de este julio con el termostato de chimenea. Sobre la mesa de granito, tan dura como los bancos donde nos aposentamos, los platos que Regli ha ido preparando al momento, como se hacen las cosas memorables que salen de las cocinas de los bares. En la cabecera, como hecho de mármol sin pulir, su marido, ese gordo que, desde que cerró el Brillante, abrió su casa.
Entre bocado y trago, una conversación tranquila de lo que fue y no volverá.
Lluvia de te acuerdas de y un suspiro que le pone sonido a la añoranza de esos tiempos en que los valores nos permitían ir tranquilos por la vida. Recuerdos de aquellos años en los que darle la palabra a alguien tenía el mismo valor que un contrato, tiempos en los que un apretón de manos era una escritura sin papeles. Era Lavangelio, que en el lenguaje de este hombre hecho de kilos de bondad está por encima hasta del mismísimo Evangelio.
Íbamos bien. Íbamos. Queríamos ser un país normal, pero en esto nos hemos modernizado mal. Decían que los principios eran antiguos y se los llevaron al fregadero a darle un lavado de cara y de tanto frotar han acabado en la sala de los terminales encogidos y sin constantes vitales. Desde entonces, entre mentira y engaño, andamos pasando los días. Y prepárese porque volvemos a estar en campaña electoral, que, como sabe, es ese estado en el que a uno se le pone cara de pero qué me estás contando. A veces pienso que lo que acabará con la humanidad, no será una bomba nuclear, será la mentira. Blanca, piadosa, intencionada, compulsiva, patológica… Mentira incluso compensatoria como la de un niño que se inventa una familia, unas notas y unas hazañas que ni tuvo, ni protagonizó, para que su vida sin emoción de videojuego, tenga algo de sangre.
Y es que, somos esos idiotas a tiempo completo que se dejan engañar todas las horas del día sin descanso, ni decir ni mú. Nos distorsionan la Memoria con una Ley que nos prohíbe recordar y nos dicta a quiénes debemos olvidar. Nos ponen botes de maquillaje sobre el hollín de las casas en las localidades afectadas por los incendios forestales donde, irónicamente, los cuerpos de seguridad del estado al tiempo que alejan a los vecinos, reciben a los presidentes y ministros. Nos cuentan la verdad a medias en las dimisiones a lo Pablo Laso y con tintes sexistas, de Lastra y Delgado, aprovechando que la salud siempre es una fuerza que te empuja o bien a irte o bien a que te vayas.
Nos cuelan el embuste de un tren AVE a Extremadura que ni está pero al que se sigue esperando porque va a pedales. Ojo con eso, que no están los humos de los lugareños para, además, trolas. Nos hacen cómplices de la nueva chapuza del barómetro del CIS que hasta cuando por equivocación dice la verdad, también parece mentira. Y ahí seguimos, tragando. En fin, los engaños se han ido cargando la honestidad de antes. Y no, no me diga que tenemos lo que nos merecemos porque nos merecemos algo mejor.
«Ese concepto poskantiano de la confianza, por el que se establecen los vínculos sólidos entre las personas, parece que también está con covid: sin aire, sin gusto y sin olfato»
En definitiva, que ese concepto poskantiano de la confianza, por el que se establecen los vínculos sólidos entre las personas, parece que también está con covid: sin aire, sin gusto y sin olfato. Y si en algo coincide el que fuera el filósofo más grande de Alemania con el gordo, de nombre Antonio, que se ha pasado la vida detrás de una barra de aluminio y que todo lo que tiene de animal lo tiene de leal, es en que la sinceridad es la lejía de las relaciones. Así que por favor, volvamos a lo de antes.