THE OBJECTIVE
Fernando Fernández

Anticiparse al otoño de nuestro descontento

«La dimisión de Draghi nos recuerda la fragilidad del proyecto europeo, demasiado vulnerable a las ocurrencias populistas y a los excesos de deuda»

Opinión
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Anticiparse al otoño de nuestro descontento

Mario Draghi. | Europa Press

El calor derrite neuronas y aconseja abandonarse al pensamiento light. Las vacaciones invitan al optimismo, la cervecita, el chiringuito, los amigos. Los periódicos se llenan de relatos novelescos y de aventuras exóticas. El atletismo sustituye al fútbol y los chupitos en las terrazas a las series de Netflix. Aunque la verdad, con este Gobierno no se nota mucho la deriva estival porque todo él es una ilusión. Cuando revisa sus previsiones económicas, mantiene la ficción y se sitúa muy por encima del consenso y hasta del FMI, que casualmente publicó el mismo día sus proyecciones y le aplicó un severo correctivo (2% de crecimiento del PIB en 2023 frente al 2,7% oficial). No ha sido una buena semana para la economía, ni para el Gobierno. Y a mí me toca contársela. No para amargarles las vacaciones, sino para que tengan tiempo de pensar qué van a hacer a la vuelta.

El BCE se tomó por fin en serio la subida de precios y se ha transformado en modo halcón. Quizás porque la magnitud y persistencia de la inflación se hacen políticamente insoportable, y sus efectos se notan ya en el consumo y en la inversión, y para evitar que el euro rompa la barrera psicológica de la paridad con el dólar y dificulte aún más las condiciones de financiación y encarezca el suministro energético. La dimisión de Draghi nos recuerda la fragilidad del proyecto europeo, demasiado vulnerable a las ocurrencias populistas y a los excesos de deuda; fenómenos ambos que no son exclusivos de Italia, sino que abundan en estos lares. Estados Unidos certificará este viernes que ha entrado en una recesión técnica, con dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo, pero a pesar de ello la Reserva Federal sigue subiendo agresivamente los tipos de interés. Rusia vuelve a alegar problemas técnicos para recortar un 20% sus exportaciones de gas a Europa; a este paso vamos a tener que llamar a Pepe Gotera y Otilio para que arreglen el famoso Nord Stream. Europa acuerda finalmente dar poderes extraordinarios a la Comisión para forzar una reducción del 15% en el consumo de gas y el Gobierno español aprovecha para demostrar su conversión al nacionalismo identitario, «lo mío es mío y lo tuyo a medias», cosas de la coalición parece. Y, por si faltara algo, China informa de un nuevo repunte en la cifra de contagiados por Covid acabando con toda esperanza de un pronto restablecimiento de la normalidad en los flujos comerciales. Mientras tanto, el presidente Sánchez se apunta a ajustar el gasto fusionando gobierno y partido, y proclama como el Cholo que va a por todas, partido a partido. Un paso atrás ni para tomar impulso, que se enteren los banqueros y demás especuladores.

El BCE ha subido los tipos de interés 50 puntos básicos, el doble de lo anunciado previamente, abandona el forward guidance, lo que significa que renuncia a avisarnos con antelación de lo que piensa hacer «porque hay cosas que mejor no se cuentan», y aprueba una nueva herramienta para evitar nuevos sustos con las primas de riesgo, el TPI. Un instrumento que le permitirá intervenciones ilimitadas en su cuantía, aunque no está claro si también en el tiempo, para evitar diferenciales injustificados en el coste del crédito, pero que a pesar de la propaganda gubernamental, conlleva una triple condicionalidad y un elevado grado de discrecionalidad. Triple condicionalidad pues requiere que el país a ayudar cumpla con los compromisos asumidos para el desembolso de los fondos del Plan de Recuperación y Resiliencia, con las recomendaciones fiscales y de política económica de la Comisión en su Informe del «semestre europeo» y que su deuda sea sostenible. Discrecionalidad, porque será el Consejo de Gobierno del BCE el que certifique el cumplimiento de esas condiciones, lo que nos promete emociones a los analistas. En definitiva, que para que el BCE compre deuda española, el Gobierno tiene, entre otras menudencias, que reformar el sistema público de pensiones, liberalizar el mercado de trabajo y de servicios profesionales, aprobar un plan de consolidación fiscal y reducir el déficit estructural mientras aumenta el gasto militar. Todo esto ya en los presupuestos de 2023, si España quiere ser elegible para el TPI. Y hacerlo ya con esta mayoría, una vez que el Presidente ha ratificado su compromiso fundamentalista con las presuntas izquierdas. Posible es, pero para que sea probable uno tiene que creer mucho en las meigas, que haberlas haylas, pero que sean como Nadal o el Cid es mucho pedir.

Muchos analistas europeos reconocen ya públicamente que es extremadamente improbable que el TPI sea activado alguna vez. No lo será desde luego sin un fuerte compromiso de ajuste del gobierno de turno. Lagarde ha querido repetir el órdago de Draghi con sus OMTs durante la crisis de la deuda soberana europea. Pero me temo que las condiciones no son las mismas. Los niveles de endeudamiento públicos son unos 30 puntos del PBI superiores y hacen temer a muchos gobernadores que el BCE pueda perder su independencia si no extrema la dureza previa a las intervenciones monetarias para calmar a los mercados. La inflación ha superado todas las expectativas, y los registros históricos de la Unión. Además, las previsiones se sitúan por encima del doble del objetivo a más de doce meses, lo que dificulta nuevas expansiones monetarias que solo servirían para cebar aún más la bomba inflacionista. Niveles de inflación que hacen muy probable una mayoría de gobernadores centro y noreuropeos poco partidarios de las alegrías. Y finalmente, Europa se enfrenta ahora a un invierno de restricciones energéticas y tensiones geopolíticas que exacerban las incertidumbres y recomiendan extremar la prudencia monetaria.

«En política el tiempo es importante, en economía lo es todo, como han tenido que volver a aprender los bancos centrales en este episodio inflacionista»

Confiar en que todo salga bien, en que los socios de Gobierno sean responsables y solidarios, o al menos estén tan asustados como nosotros de perder el poder; en que Europa nos deje gastar sin límite y continuar utilizando el gasto público de manera discrecional y fuertemente clientelar; en que el BCE siga comprándonos la deuda incondicionalmente, mientras erosionamos nuestra vieja reputación europeísta y proclamamos nuestro desapego de los problemas energéticos, «que hubiesen hecho bien sus deberes» les exhorta la maestra cebolleta; confiar en una nueva conjunción astral parece más que ingenuidad una temeridad, pura arrogancia. En política el tiempo es importante, en economía lo es todo, como han tenido que volver a aprender los bancos centrales en este episodio inflacionista. Lo determinante no es tener razón, si la inflación es de oferta o de demanda, sino actuar a tiempo, anticiparse a los acontecimientos y evitar que se instale en la mente y en el comportamiento de los agentes económicos y se haga endémica. Los bancos centrales lo han entendido y ya priorizan la inflación a la desaceleración o incluso la recesión. El Gobierno español sigue sin entenderlo, instalado en ese mundo de ayer del antifranquismo militante, la lucha proletaria contra los capitalistas y el dinero público que no es de nadie porque es de todos. Y ahora están felices porque la ministra Alegría he descubierto un gran banquero partidario del impuesto a los bancos, pero no tanto como para decírselo públicamente a sus accionistas, si es que los tiene. Disfrutemos, que este verano Renfe ya nos lleva a Uvieu, sic, en cuatro horas y media. Una buena manera de demostrar la capacidad de anticipación a los duros tiempos que nos esperan. En eso consiste para algunos el progreso, en cambiar el nombre de las cosas para que no se note el destrozo.

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