La campaña más chusca del mundo
«El Ministerio de Igualdad, creado para asignar carteras a Podemos de escasa entidad, trata de compensar su falta de agenda con sobreactuaciones chuscas»
Cuesta creer que lo sucedido con la campaña El verano también es nuestro del Ministerio de Igualdad no haya sido una estrategia deslumbrante de marketing para lograr un eco formidable…
…pero no, no ha sido una estrategia brillante de marketing sino, una vez más, un capítulo zarrapastroso del relato que se trata de construir desde ese ministerio.
Y conste que esto es lo mejor que le podía suceder a esa campaña del Ministerio de Igualdad. De lo contrario, de haberse hecho un trabajo transparente respetando las reglas, la ciudadanía habría reparado más y mejor en la inconsistencia peligrosa del propio mensaje que vende esa campaña. Pero eso ha quedado tapado por el cutrerío y la piratería.
La campaña se convirtió desde el minuto uno en un rally delirante: primero, apareció una influencer curvy denunciando que habían utilizado su imagen sin permiso; después, se confirmó que la otra protagonista del cartel era una modelo brasileña a la que también habían robado su imagen (qué cosas, el Ministerio del sí es sí actuando sin consentimiento); más tarde, en lo que ya parecía un bucle imposible incluso para un guión loco de los Monty Python, aparece otra mujer del cartel denunciando el robo de su imagen, para añadir desoladamente que le han sustituido su pierna ortopédica por una pierna normativa y le habían cubierto una axila de vello. El acabóse. Pero aún faltaba por denunciar la última protagonista del cartel, que lucía un pecho mastectomizado, a la que también habían robado la imagen y también falseándola puesto que era una doble mastectomizada. Para un crescendo así se requiere o un talento inmenso para el marketing o un descaro desvergonzado sin medida. Y era la opción B.
Todo el cartel, en definitiva, era robado.
Por no pagar, era pirata hasta la tipografía. Por supuesto, Irene Montero y su fiel lugarteniente Pam aparecieron no para disculparse por el producto fraudulento puesto en circulación por su departamento pasándose por el forro los derechos de las mujeres retratadas, sino para exhibir su habitual dosis del narcisismo en su burbuja ideológica.
«La propia campaña del Ministerio de Igualdad sobre el derecho al verano de los cuerpos no normativos, vuelve a reproducir, una vez más, la práctica de tratar de crear ansiedad sobre un problema que no existe como tal»
Todo el ruido provocado por ese fraude escandaloso ha tapado, sin embargo, lo esencial: la propia campaña del Ministerio de Igualdad sobre el derecho al verano de los cuerpos no normativos, vuelve a reproducir, una vez más, la práctica de tratar de crear ansiedad sobre un problema que no existe como tal. Cualquiera que haya ido a la playa ayer, la semana pasada, el verano de 2021, una década atrás, o 30 años antes, sabe que la norma es lo no normativo, o sea, los cuerpos normales con un punto de sobrepeso o con muchos más puntos de sobrepeso, fofisanos o fofinsanos, con hombros estrechos y pechos caídos, con michelines desplomados o estrías existenciales, con toda la variedad de imperfecciones que conforma la normalidad lejos de ese canon normativo bastante irreal. No hay siluetas esculturales, no hay apenas cuerpazos de anuncio, sino gente normal sin ataques de angustia.
Por supuesto, hay un asunto de fondo sobre la relación con el propio cuerpo, con expresiones preocupantes en chicas jóvenes y también en muchos chicos (por cierto ausentes del cartel, porque el verano al parecer no es suyo), pero desde luego ese asunto se parece poco a la imagen del cartel. Pero además hay un serio problema de obesidad en los países occidentales, que constituyen una lacra entre las clases más desfavorecidas que se alimentan de fast food barata, y esta campaña parece frivolizarlo para exaltar la no normatividad. La obesidad también debe tratarse con rigor, sin la clásica pátina ideológica de un ajuste de cuentas.
El Ministerio de Igualdad, desgajado como el Ministerio de Consumo para asignar carteras a Podemos de escasa entidad –al cabo hay tres ministerios para Derechos Sociales, dirigido por Ione Belarra; Inclusión, por Escrivá; e Igualdad, por Montero– trata de compensar su falta de agenda con sobreactuaciones chuscas. Y esta campaña evidencia ese problema que Soto Ivars ha definido bien: «El trabajo del Ministerio consiste en lograr que el mayor número de mujeres en España experimenten miedo, inseguridad o rabia para que terminen convencidas de que el Ministerio es necesario». Es decir, el Ministerio se dedica, a la fabricación de inseguridad, agravio y malestar, con dinero público. Su enfoque del sobrepeso o la gordura es un gran ejemplo.
El sobrepeso, conviene insistir, es un problema muy serio de salud pública, una verdadera epidemia occidental que se ceba sobre todo con las clases más desfavorecidas. Obviar esto detrás de la violencia estética con un mensaje reivindicativo es peligroso. Pero para el Ministerio de Igualdad siempre se está ejerciendo alguna clase de violencia sobre las mujeres. Y es probable que fomentar esa percepción hipervictimizada acabe por ayudar poco a las propias mujeres. Eso sí, al Ministerio le habrá servido para justificar disparates como esta campaña que combate prejuicios a golpe de prejuicios. Una chapuza antológica.
Ese es, más allá del hermana-yo-sí-te-creo-según-qué-hermana-seas o de casos como el de Juana Rivas en los que se antepone la victimización de la mujer a la protección de los menores, el problema irreparable de la cartera de Irene Montero. Que lo más reconocible de su gestión, al afrontar el último curso de la legislatura, es la letanía de todos, todas y todes, que nadie repite con demasiada convicción porque estira el ya absurdo y antigramatical todos y todas, y sus variantes jóvenes y jóvenas, líderes y líderas, y otros desdoblamientos a cual más absurdo. Claro que una gracieta es mucho más sencilla que una gestión solvente para reducir la desigualdades muy reales. Eso seguro.