Que supriman la Selectividad
«No creo que la educación tenga mucho que ver con los exámenes ni que los problemas pedagógicos en España se solucionen endureciendo una prueba»
El Gobierno quiere reformar la Selectividad, sin que sepamos muy bien a cuenta de qué. A mí, en realidad, me da ya un poco igual. No creo que la educación tenga mucho que ver con los exámenes (aunque algo sí, desde luego) ni que los problemas pedagógicos en España se solucionen endureciendo más o menos una determinada prueba al terminar segundo de bachillerato. Lo fácil es reclamar exámenes duros y homogéneos para elevar el nivel cultural de un país que languidece y no diré que no, aunque sospecho que una Selectividad más rigurosa al final del itinerario escolar tampoco supondría un gran cambio. En lo que concierne a la educación, creo en pocas cosas y las intentaré enumerar ahora:
- Una buena escuela requiere buenos profesores. Invertir en su formación me parece fundamental y seguramente antes de exigir más a los alumnos, ya sean de primaria o de secundaria, haya que hacerlo con los docentes. La experiencia de los sistemas educativos de éxito confirma el papel determinante del profesorado.
- Una buena escuela exige que se lea mucho y bien. Aprender a leer de forma atenta y comprensiva, siguiendo un currículum literario rico y variado, debería ser innegociable. Construir una comunidad escolar lectora centrada en los clásicos, me parece más decisivo que cualquier prueba de Selectividad.
- Una buena escuela depende más de la experiencia que de la innovación. Los discursos acerca del pensamiento crítico basados en los seis sombreros de Edward de Bono o en los murales con mensajes positivos resultan tan cansinos como inútiles. La mejor escuela es la que refuerza los conocimientos básicos –lectura, escritura y matemáticas– a través de un currículum culturalmente rico. La memoria es y será siempre un gran valor para no quedar encerrados en la prisión de la última moda.
«Ninguna técnica se aprende sin repetición. Esta verdad, que resulta indiscutible en el deporte o en la música, ¿por qué se pone en duda en los centros educativos?»
- Una buena escuela exige también una sociedad orientada hacia la educación. Hará más por la enseñanza del inglés una televisión que ofrezca series subtituladas que una batería de exámenes. Hará más por el pensamiento crítico una nutrida red de bibliotecas escolares y un debate público de calidad que las metodologías edenistas de nuestros colegios. Harán más por el conocimiento de la historia o de la naturaleza los documentales de la BBC que cualquier perorata propagandística de los que piensan la realidad en blanco y negro.
- Una buena escuela exige currículos de calidad, libros de texto claros y ejercicios repetitivos. Ninguna técnica se aprende sin repetición. Esta verdad, que resulta indiscutible en el deporte o en la música, ¿por qué se pone en duda en los centros educativos?
- La preocupación identitaria –primero lo nuestro, primero lo más cercano– sólo puede tener sentido si partimos de que la auténtica clave de la identidad es su dimensión polifónica. La escuela está para ensanchar horizontes y no para estrecharlos.
- Una buena escuela tiene que alimentar la confianza de los alumnos en sus propias posibilidades. Un chico no debe salir del bachillerato o de la universidad pensado que no es capaz de alcanzar sus sueños, sino dispuesto a sacrificarse una y mil veces hasta conseguir hacerlos realidad.
- Una buena escuela cree en el conocimiento fuerte y no en las ideologías. Los espacios públicos deben ser ideológicamente neutros.
- Una buena escuela es rica en segundas oportunidades –ningún fracaso es definitivo– y está muy atenta a las necesidades educativas del alumnado. Actúa rápidamente cuando hay problemas.
- Una buena escuela confía en sus profesores más que en la burocracia
- Una buena escuela confía también en el criterio de los padres y no les mira por encima del hombro.
- Y, finalmente, una buena escuela cree en la libertad. Estoy a favor de los experimentos educativos siempre que los padres puedan elegir libremente entre una serie de opciones o propuestas y que se cumplan unos mínimos.
Y una última razón: desconfío del marketing. El trabajo bien hecho no busca el brillo artificial ni se dedica a vender humo con un lenguaje hueco y, a menudo, incomprensible. El trabajo bien hecho no le tiene miedo a las pruebas externas ni pone en duda los tests internacionales. El trabajo bien hecho requiere años para obtener resultados, pero las mejoras se perciben al poco tiempo.
Con una escuela buena la Selectividad importa poco. Con una escuela mala, tampoco importa demasiado. Por mí, llegados a este punto de degradación, la pueden suprimir y todos tan contentos