Me, myself & Irene
«Es cuestión de tiempo que el presidente Sánchez y la ministra de Igualdad acaben siendo víctimas de las sensibilidades que ellos mismos han creado»
Discúlpeme: el problema de asomarse a esta ventana cada 15 días es que se acumula faena y bilis. Quizá hoy debería hacerle una disertación sobre las corbatas como los nuevos elementos a los que responsabilizar de la inflación, como si los collares y los pañuelos no se agarraran al cuello. Quizá hoy seria interesante hablarle de cómo en un año de elecciones municipales y autonómicas quieren apagar las ciudades creando inseguridad y vandalismo, como si no hubiera de otro sitio donde recortar. O quizá hoy podría adelantarle mi temor a que, en cuanto llegue el frío, volvamos a contar por cientos los incendios domésticos por braseros de bajo consumo y alto riesgo. Quizá hoy debería decirle que, al final, la crisis energética terminará matando más gente que la covid.
Pero es tal la bola que se me ha hecho dentro que o la escupo o muero. A nuestra inmarcesible Irene Montero le ha dado por las gordas, y la ministra, inevitablemente, me traslada a la escena de la vaca agonizando en la carretera mientras Jim Carrey medita qué hacer con ella al tiempo que lucha con su doble personalidad. Ambos protagonistas, presidente y ministra, necesitan un tratamiento de choque o una disipación digna antes de que los odios que despiertan se los lleven por delante. Es cuestión de tiempo que acaben siendo víctimas de las sensibilidades que ellos mismos han creado. Él por las que adelgazan la nación, ella por las que engordan las playas. Cierto es que la cabeza de Sánchez, para lamento generalizado, no para de maquinar -dejémoslo ahí-, pero en la de la delirante ministra la máquina no da para más.
«Los que desde las urbes miran el monte son los que deciden qué hacer en los campos. Los que no tienen niños a los que mirar, lo que deben estudiar nuestros hijos»
Gobernar para toda la ciudadanía es tarea sensible y hay según qué violines que no pueden dejarse en manos de todos los orangutanes. Se puede -y debe- legislar para hombres, mujeres niños y elles. Eso se estudia en primaria de democracia. Y para hombres, gays, trans y autoentusiastas, y del sexo femenino para lesbianas, trans y demás, y dentro de los niños, para los buenos malos, regulares y los que empiezan a experimentar la media pensión. Y tambien para los enfermos, y después para los alérgicos, y para aquellos a los que les condiciona la vida cualquier intolerancia, fobia, manía o gusto. Si satisfacer a todos es casi imposible, incordiar a unos cuantos está al alcance de cualquiera. El problema de ser el presidente guapo y la ministra excitada que satisfacen a todas las sensibilidades, es que, cuando menos te lo esperas, te madruga el día con una con la que no contabas. O tres. Tres señoras con sobrepeso en un cartel tan ridículo como el ministerio del Gobierno que dice perseguir las fake news. Panfleto antigordas en tiempos en los que, si algo nos sobra a las mayores y le falta a las jóvenes, es pudor para enseñar sus carnes y olé ahí. Y a quien no le guste que no mire. Pero ojo: los que miran son los que deciden. Los que desde las urbes miran el monte son los que deciden qué hacer en los campos. Los que no tienen niños a los que mirar porque no quieren ser padres deciden lo que deben estudiar nuestros hijos. Y los que ni de lejos han visto en su economía una carga impositiva son los que dictan lo que nos deben quitar de nuestras nóminas. Sin quejarse, no sea que a uno le tachen, además de fascista, de insensible.
En fin: en este mundo de picajosos -todos lo somos-, cuando todas la luces terminen apagándose volveremos a la caverna. Y cuando allí intentemos sobrevivir con cuatro cosas biológicas, a ver como organizamos lo de las antorchas, que hay ungas-ungas a los que el humo les tiñe los mocos y otros a los que la hipotermia les irrita la piel. Y a ver de donde sacamos pieles sintéticas libres de bisfenoles, benzotiazoles y ftalatos y de qué nos alimentamos sin herir la flora y la fauna en la que los ecologistas han dotado de inteligencia emocional hasta al apio. Total, que todos muertos. Porque lo que subyace en yo, yo mismo e Irene, es la banalidad de escurrir el bulto para no dedicarse a evitar lo que nos viene: la caverna.