¡Marco!... ¡Polo!
«Agosto en su meridiano, ese agosto que despereza, en el que empieza a brotar la conciencia de que ya va tocando, en el que la molicie aún paraliza…»
«¡Marco!… ¡Polo!… Es como la gallinita ciega pero en la pisci…»
Ese estado de tenue vigilia, de humedad en la barbilla o en la oreja, de chapoteos lejanos, repentinamente cercanos, de minúsculas patitas transitando en la epidermis, unas molestan e outras non… «¡Marco!… ¡Polo!»…
Ese estado de sueño autoconsciente en el que la tráquea evoca el gusto del arroz a banda, la tarta de queso, el chupito de hierbas, cuando no se sabe si aún se parlotea en el chiringuito pero sí se sabe que la postura es incómoda-aunque-ahora-mismo-da-igual… Para postura la de Mariví y Paco… menuda carcundia la suya… y qué turra con la corbata y los bosques secos…
«¡Marco!… ¡Polo!»
Se percibe el libro abierto en el pecho, la mano en el lomo como si se amamantara una lectura que no podrá parar de crecer, que ha dejado pensando hasta la indolencia – en mi caso el excelente Dicen los síntomas, de Bárbara Blasco… «¡Marco! ¡Polo!»
La megafonía retransmite esa liturgia luciferina característica de la propiedad horizontal que llamamos «junta de vecinos»… en dura competencia con el chunda-chunda del móvil de alguna de las adoratrices del socorrista. «La desbrozadora no se puede prestar a nadie… a-na-di-e… y te penetro… mami… con y sin almíbar… suave-suavecito mi espada de Bolívar… se levanta…».
«¡Marco! ¡Polo!…»
«Esa galería de personajes, odiosos y odiados que esperan doblando la esquina del pre-otoño»
Ese estado de latencia, de sospecharse infinito, incorpóreo, fundido con la urba y todas sus banales circunstancias de la segunda quincena que este año nos ha tocado, o con la arena que abrasa-aunque-ahora-mismo-da-igual, con el aire inesperado que levanta el pelo de la sien sudorosa o deja al aire la lorza que se resguardó con el mimo del que se pretende sempiterno joven, pero ahora a-quien-le-importa-lo-que-yo-haga-y-lo-que-me-rebose.
«¡Marco!… ¡Polo!…»
Ese sueño confuso y difuso, esa galería de personajes en daguerrotipia, familiares, odiosos y odiados que esperan doblando la esquina del pre-otoño. Y ya verás tú el precio del aceite… Ese dolor articular que reaparece, intermitentemente cierto… esa preocupación larvada por la llamada matutina, inesperada, la noticia que genera incertidumbre pero-que-justo-ahora-no-debe-joder este sopor divino.
«¡Marco!… ¡Polo!»
Agosto en su meridiano, de no querer saber el día, de gerundios frisando entre infinitivos («ir pensando», «pensar en ir preparando…»). Ese agosto que despereza, en el que empieza a brotar la conciencia de que ya va tocando, en el que la molicie aún paraliza como las luces largas a un conejo deslumbrado en mitad de la carretera nocturna, desierta.
Y qué calor todavía.
Ese repentino ronquido que ya sí alerta.
«¡Te quedaste frito!»
«¡Marco!… ¡Polo!»