El autor religioso (y otros apuntes sobre el atentado a Rushdie)
«Tras el ataque, las condenas suelen hablar de los fanáticos sin mencionar el Islam. En casa hemos tenido también a nuestros yihadistas con boina»
Treinta y tres años. Era mi último año de carrera y me recuerdo caminando con el profesor Romero Esteo, como a veces hacíamos, por los Montes de Málaga. Recuerdo la extrañeza ominosa de la llamada del tétrico Jomeini a que cualquier fanático del mundo asesinara al escritor Salman Rushdie. Era de una sordidez insoportable aquella «activación mundial de majarones con cuchillo», como dijo Romero Esteo. Treinta y tres años después un majarón activado, que ni había nacido entonces, ha acuchillado a Rushdie.
El autor religioso. Con lo de «autor intelectual» de un atentado se hace referencia al que lo ha ideado o planeado, no a que se trate de un intelectual. Lo que pasa es que tantos intelectuales han suscrito crímenes que se impone ese aspecto semántico. De hecho, desde el comienzo del siglo XX no ha habido ni un crimen con coartada política que no haya contado con sus intelectuales. En el caso de Jomeini y demás ayatolas que nos han venido tocando la pirola, resulta pertinente la traducción intuitiva del clerc francés como «clérigo». El título de Julien Benda La trahison des clercs incluiría así a Jomeini entre los traidores o amigos del crimen, no ya intelectual sino religioso. Se puede hablar de él como «autor religioso» del atentado a Rushdie.
«El problema es el fanatismo: de todas las religiones y de todas las ideologías»
Yihadistas de casa. Tras el atentado a Rushdie, como tras el 11-S, el 11-M, los atentados de Barcelona o la matanza de Charlie Hebdo, las condenas suelen hablar de los fanáticos, o como mucho de los fanáticos «de todas las religiones», sin mencionar el Islam. Son condenas correctas, aunque se escamotea algo cuando no se atiende a la proclividad del Islam a incurrir en fanatismos (ni al hecho de que todos los atentados mencionados sean islamistas). Por lo demás, en efecto, el problema es el fanatismo: de todas las religiones y de todas las ideologías; siendo el de las religiones el modelo puro del fanatismo. En casa hemos tenido también a nuestros yihadistas con boina, que mantienen un alucinante predicamento.
Esa prensa canalla. La prensa de ETA (aquel Egin de la ayatolisa Aizpurua) culpaba a las víctimas, como la iraní culpa a Rushdie. Son manifestaciones tanto del fanatismo como de la traición de los intelectuales (y los clérigos). Más risible es esa prensa habituada a acusar al menor indicio que se desvanece ahora en vaguedades. The New York Times ha dicho sobre el atentado: «A motive was unclear» (David Mejía se ha dado el gustazo de tuitearles: «I have some information regarding the motive»). Y elDiario: «Se desconoce qué motivó al presunto agresor de Salman Rushdie» (Daniel Gascón, aprovechando que lo ilustraban con una foto de Rushdie en camisa de manga corta, tampoco se ha privado de reírse: «No se descarta la polémica del mangacortismo»).
Más literatura. Como ha escrito Alberto Olmos, lo que consiguen estos ataques a la literatura es «generar más literatura». Aparte de que ahí, en la lucha entre el literalismo opresor y la liberadora literatura, está el núcleo del asunto, ocurre que Rushdie escribirá en cuanto pueda de lo que le ha pasado: incrementará la cantidad de aquello que irrita a los ayatolas. Por otro lado, he estado pensando también en la literatura estos días. Principalmente en Borges y sus cuentos de cuchilleros. Borges (autor del verso «el íntimo cuchillo en la garganta») era sensible a la oposición entre el mundo de las letras y el de los cuchillos. Sentía una mezcla de fascinación literaria y terror real, que plasmó en el destino acuchillado (salvo que fuese una alucinación) del personaje Dahlmann de El Sur. Rushdie ha experimentado esa brutalidad, pero podrá contarla.